En la Segunda Guerra Mundial combatieron 1,2 millones de canadienses, de los que 45.000 nunca volvieron. Al finalizar se produjo un acontecimiento único en la historia: en lugar de castigarlos, los vencedores ampararon a los vencidos: acogieron, ocultaron y protegieron a 900 criminales de guerra nazis.
Esa paradoja sólo se explica porque Canadá es un país edificado sobre el exterminio de la población originaria. Unos matarifes se sentían identificados con los otros.
Después se hizo el silencio para preservar las apariencias y hoy a quienes recuerdan aquella historia los acusan de “desinformación” y de estar al servicio del Kremlin.
Pero si la marea sube, hay que crear una de esas “comisiones de investigación” para aparentar que no sabían nada y que se acaban de enterar. En Canadá la comisión oficial lleva el nombre de Deschenes, elaboró un informe sobre la ayuda prestada a los 900 criminales de guerra nazis y acabó volviendo al punto de partida: el informe lo han declarado secreto para evitar la “desinformación rusa”. El motivo es que muchos de los 900 criminales de guerra acogidos eran miembros de las Waffen SS Galicia, es decir, ucranianos.
Global Affairs Canada se opuso a que Library and Archives Canada (LAC) concediera una solicitud de acceso a la información para hacer públicos los nombres de los criminales de guerra. Según un portavoz del LAC, la decisión de mantener oculto el listado “se basó en la preocupación por el riesgo de daño a las relaciones internacionales”.
Junto con otros, la solicitud de acceso a la información la presentó el periódico Globe and Mail, que explica los motivos del apagón: “Global Affairs ha advertido repetidamente contra el uso de desinformación por parte del presidente ruso Vladimir Putin para justificar su invasión de Ucrania”.
En consecuencia, en 2022 Rusia rompió el silencio urdido en torno a la complicidad de Canadá con los criminales de guerra nazis. Un año después el espectáculo del Parlamento candiense era imposible de creer: los diputados ovacionaban a Yaroslav Hunka, un ucraniano miembro de la División Galicia de las Waffen SS. La más entusiasta era Chrystia Freeland, viceprimera ministra y ministra de Finanzas de Canadá, cuyo abuelo, Myjailo Chomiak, fue colaborador de los nazis.
A partir de 1945 Canadá apoyó a los criminales de guerra nazis y aquel apoyo se fortaleció después con el Golpe de Estado de 2014 en Kiev, cuando los nazis tomaron las riendas de gobierno ucraniano. Por lo tanto, Rusia tenía razón cuando desató la guerra contra ellos en 2022.
¿Que pensarán de todo esto los 1,2 millones de veteranos de guerra canadienses y sus familias?, ¿para qué consumieron sus vidas en Europa? La respuesta la ofrece Peter McFarlane en un libro publicado el mes pasado, titulado “Lazos familiares: cómo un nazi ucraniano y un testigo vivo vinculan a Canadá con Ucrania hoy” (*).
En 1973 una ucraniana, Ann Charney, publicó algo parecido en primera persona. Su apellido originario era Korsowar y también había nacido en Galicia en 1940. Su madre y su tía se escondieron en el ático de un granero y durante años apenas salieron de su escondite por temor a ser asesinados.
Fueron liberadas por un joven soldado del Ejército Rojo en el verano de 1944, hambrientas y con los músculos atrofiados. Ann pasó los primeros 4 años de su vida escondida en aquel ático.
(*) https://lorimer.ca/adults/product/family-ties-how-a-ukrainian-nazi-and-a-living-jewish-witness-link-canada-to-ukraine-today/