Algo así vienen a decir los comentarios sobre el 40 aniversario de la matanza de Atocha en un despacho de abogados laboralistas con cinco muertos y cuatro heridos. Todos los comentarios coinciden, proferidos a diestro y siniestro, desde barlovento a sotavento, fatxas y
«demócratas», en dos cosas: que los autores fueron elementos de ultraderecha y, en segundo lugar, y ello se ha recalcado y destacado más que los muertos en sí mismos, el silencio (imponente) con que transcurrió la enorme y multitudinaria manifestación que recorrieron las calles madrileñas de manera absolutamente pacífica custodiada por unos servicios de orden pertenecientes al todavía ilegalizado Partido Comunista de España (lo sería en abril de ese año de 1977) y al sindicato Comisiones Obreras. La situación -se oye a gacetilleros y se lee en gacetillas- era
«tensa» y se prestaba a
«tentaciones» de dar una respuesta violenta y
«vengativa» que diera al traste con los esfuerzos por traer la
«democracia» a España. Todos los ojos estaban puestos en la manifestación, ¿sería vigilada por los
«grises» (Policía Armada, luego Nacional, los
«maderos») para asegurar que todo discurra en orden y concierto cual procesión pascual? No hizo falta porque ese
«trabajo» ya lo hizo el servicio de orden, como ya hemos dicho, del PCE causando la admiración de todo dios, pues estará conmigo el lector/a si convenimos en que si algún grupo se sale de madre y traspasa la raya, hubiera sido perfectamente asumible y entendible dada la tragedia y con los cadáveres calientes. Decimos
«entendible», no
«justificable», señor Juez, no la jodamos.
Afortunadamente, no hubo caso y todo transcurrió pacíficamente, ordenadamente, en un extraordinario ejercicio de «responsabilidad» por parte de la «izquierda» española (hubo, a la sazón, quien la denominaba como «domesticada») que supo estar a la altura de las circunstancias en un momento delicado pero histórico para la venturosa arribada de la democracia española. Es más, se puede decir -lo he oído por ahí, en alguna radio- que, poco más o menos, fue gracias a esa matanza que el advenimiento birlibirloquesco y milagroso de la «democracia» se aceleró, o sea, como decía Franco cuando su delfín el almirante Carrero «voló»: no hay mal que por bien no venga. Es como las bombas yijadistas en Egipto o Túnez: ese turismo se viene a España: no hay mal que por bien no venga, gente práctica.
Ahora quizá se entienda mejor el extraño título que pusimos a estas líneas.
Buenas tardes.