Con el tiempo esa oleada no se detuvo sino que, por el contrario, llegó a su culmen en 1945 por la victoria soviética contra el III Reich, que liberó al mundo entero de la peste nazi.
Hasta entonces la burguesía no vio la necesidad de poner en marcha un dispositivo especial de propaganda en el mundo entero capaz de contrarrestar esa corriente de simpatía hacia la Revolución de 1917, la URSS y el comunismo, que iban mucho más allá de la clase obrera y llegaron a representar una esperanza para toda la humanidad en su conjunto.
Al principio, en 1940, en Europa sólo se hablaba de que la Wehrmacht era un ejército invencible. Al final, en 1945, todo se veía de una manera muy distinta. No ocurrió lo que la burguesía mundial esperaba: la URSS no fue rápidamente vencida por el fascismo.
La burguesía es una clase social que ni entiende ni acepta ninguna clase de argumentos. Sólo tiene en cuenta el peso de la fuerza militar y la Segunda Guerra Mundial le demostró algo fundamental que hasta entonces no sabía: que el socialismo no sólo era viable sino, además, muy superior al capitalismo.
La victoria de 1945 fue posible porque la revolución de 1917 sacó a un país entero del atraso y la miseria, poniéndole a la altura de cualquier potencia mundial de primera línea en un tiempo histórico que ninguna otra sociedad ha conocido jamás.
En 1945 la URSS ya no contaba entre los parias del mundo, uno de esos países que los imperialistas estaban acostumbrados a tratar. Por el contrario, estaba por encima de una gran potencia imperialista, como Alemania, y tuvo que ser tratada en consecuencia en lo sucesivo.
Por lo tanto, las campañas de propaganda que los imperialistas desataron contra la URSS a partir de entonces no procedían del fracaso sino del rotundo éxito en la construcción del socialismo.
El aspecto más importante de todas las campañas de propaganda de la burguesía consistía en no reconocer esa evidencia: que la URSS no sólo había demostrado la viabilidad del socialismo sino también que sólo el socialismo era capaz de acabar con el atraso.
En ese argumento había una única excepción: la burguesía podía admitir el éxito soviético sólo para denunciar que había pasado de una etapa de guerras defensivas (guerra civil, Segunda Guerra Mundial) a otra de guerras ofensivas, es decir, que el éxito de la URSS la había conducido, al mismo destino que a cualquier otra potencia mundial, al expansionismo.
Si la URSS no hubiera salido del atraso, hubiera fracasado. Pero al salir del atraso, murió de éxito porque nadie se compadece nunca de los países poderosos, geográfica y económicamente. La burguesía nos ha inculcado que quienes tienen mucho poder nunca lo utilizan bien. Siempre abusan.
Si mutuamente las grandes potencias se tratan como iguales es porque son iguales. Es la conclusión que se desprende de la foto tomada durante la Conferencia de Yalta, donde las grandes potencias se repartieron el mundo, según dicen. A todas ellas se las debe meter en el mismo saco, todas son imperialistas y quieren lo mismo: expansionarse, dominar, controlar…
Dos factores diferenciaban el expansionismo soviético de los demás: 1) utilizaba un caballo de Troya, los partidos comunistas locales, que no estaban al servicio de su clase sino de intereses extranjeros, los de la URSS, y 2) porque justificaba sus propios intereses nacionales bajo una cobertura internacionalista (falsa).
Un Estado es sólo un Estado. Entre ellos no hay diferencias de clase. En la diplomacia, que es un asunto “de Estado”, tampoco. La URSS funcionaba como cualquier otro Estado (burgués) y, por lo tanto, ponía sus propios intereses nacionales por encima de cualesquiera otros.
A pesar de todas las mixtificaciones, el lenguaje propagandístico debe ser sutil: Estados Unidos tenía aliados, como Gran Bretaña por ejemplo, mientras que la URSS tenía satélites, como Bulgaria por ejemplo.
En el mundo entero la coordinación de las campañas de propaganda sólo las podía llevar a cabo Estados Unidos, que desde 1945 era la potencia hegemónica. Para ello crearon la CIA que funcionaba también como una agencia de publicidad y relaciones públicas, una disciplina académica que acababa de nacer en Estados Unidos.
Pero en 1945 la propagada experimentó un salto cualitativo: el mundo jamás ha conocido una campaña de las proporciones iniciadas por la CIA contra la URSS, ni en cantidad, ni en calidad, ni en intensidad, ni en alcance.
La literatura antisoviética es un género en sí mismo creado por mercenarios del intelecto que está presente por todas partes: en las hemerotecas, las bibliotecas, el cine, los documentales…
La URSS ha pasado a la historia pero los ataques a la URSS
siguen presentes, de plena actualidad, porque la burguesía confía más que el proletariado en que algo como lo que ocurrió en 1917 se pueda
reproducir en cualquier lugar del mundo.
A fecha de hoy la historia de la URSS es imposible. Lo que hay escrito es una montaña de propaganda y algunos intentos aislados por contrarrestarla.
La historiadores podrán empezar a pensar en la historia de la URSS cuando sean conscientes de que lo que se ha escrito hasta este momento sólo es una parte de una gran campaña de publicidad.