Con una población que no llega a los 11 millones de habitantes, en Grecia el número de muertes atribuida al coronavirus ascendía ayer a 213 personas, una cifra que no permite hablar de pandemia.
En términos relativos, España debería haber tenido menos de mil muertes proporcionalmente. En los Balcanes, en general, y en Grecia, en particular, las cifras de la pandemia son insignificantes.
Como es habitual en esta pandemia, los datos nunca cuadran porque Grecia tiene una de las poblaciones más envejecidas del continente. Los ancianos de más de 65 años suponen casi el 22 por ciento de la población.
El sistema griego de salud pública ha sido, además, literalmente arrasado por los recortes presupuestarios. Desde hace 10 años el número de médicos que ha abandonado el país es de unos 20.000.
Con el viento en contra, el gobierno de de Kyriakos Mitsotakis ha sacado pecho: la pandemia no ha causado estragos gracias a las medidas que adoptaron desde el primer momento: cierre de fronteras, confinamiento estricto…
Pero dichas medidas no son diferentes de las de otros países y no se adoptaron de manera inmediata. Por ejemplo, el confinamiento empezó el 23 de marzo, 11 días después de España.
Antes de que el gobierno anunciara el confinamiento, la Iglesia Ortodoxa avisó que no obedecería la orden y siguió celebrando los ritos religiosos, sin ninguna medida de protección. Los obispos recomendaron a sus fieles que respetaran al gobierno sólo fuera de las iglesias y los ritos religiosos porque es imposible que la adoración de dios transmita ninguna enfermedad.
En Grecia hay otro factor diferencial, que convierte a las cifras en algo aún más sorprendente: las decenas de miles de refugiados que sobreviven hacinados en campos sin ninguna distancia social, sin agua, ni higiene, ni atención médica adecuada.
El 30 de julio a Médicos Sin Fronteras les obligaron a cerrar un centro de aislamiento que habían abierto para prevenir la expansión del coronavirus en la isla griega de Lesbos. Les amenazaron con imponerles multas, e incluso con acusarles de un delito por incumplimiento de las “normas de urbanismo”.
El centro de Moria pretendía atender a unos 16.000 refugiados. Hay otros parecidos en los que, hasta ahora, no se han detectado ningún “caso” de coronavirus. No hay contagios. Para que aparezcan es necesario que haya médicos, que se pongan a realizar pruebas a fin de encontrar lo que buscan.
En Grecia, donde el gobierno lo ha hecho todo muy bien, hay algo en lo que se ha salido del carril marcado por la OMS: apenas realiza pruebas, ni entre los refugiados, ni entre la población. De ahí que el número de contagiados también sea insignificante: menos de 6.000.
Otro factor diferenciador de Grecia es que, a pesar del importante porcentaje de ancianos, apenas hay asilos porque las familias conviven con ellos en el mismo domicilio. Cuando en todo el mundo occidental, los asilos han sumado entre un 60 a un 70 por ciento de las muertes atribuidas al coronavirus, Grecia ha escapado esa carnicería.
El país no tiene nada que agradecer a las medidas aprobadas por el gobierno o por sus “expertos”, que no han servido absolutamente para nada.
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