En Alemania están con la mosca detrás de la oreja. El primer ministro polaco, Donald Tusk, se niega a entregar a un sospechoso del sabotaje al Nord Stream. El individuo fue detenido en febrero del año pasado cerca de Varsovia en virtud de una orden de detención europea, pero Tusk se limitó a declarar: “Fue detenido de acuerdo con el procedimiento, pero la postura del gobierno polaco no ha cambiado. Ciertamente, no redunda en interés de Polonia, ni en interés de la decencia y la justicia, acusar o entregar a este ciudadano a otro Estado”.
Hasta la fecha, Alemania no han revelado públicamente el nombre completo del acusado, aunque se sabe que tiene 26 años y es de nacionalidad ucraniana.
Las primeras investigaciones trataron e echar tierra encima. Se trataba de culpar a un equipo de buceo ucraniano y, en menor medida a Polonia, desde donde supuestamente se zarpó el barco con los explosivos.
Pero hay mucho dinero en juego porque el gasoducto también era propiedad de Alemania y el servicio secreto sabe que en el atentado terrorista participó Estados Unidos. Sus sospechas se vieron reforzadas por el ministro de Asuntos Exteriores polaco, Radek Sikorski, cuando aún no pertenecía al gobierno.
Sikorski publicó un mensaje en una cuenta en X/Twitter culpando a Estados Unidos, que luego borró. El gobierno polaco tenía sus propios motivos para oponerse al gasoductos. Para ellos era un nuevo Pacto Molotov-Ribbentrop y la reacción polaca está dispuesta a cometer hoy los mismos errores que en 1939. “El problema del NordStream no es que explotara. El problema es que se construyera”, escribió recientemente Tusk en X/Twitter.
En Varsovia las camarillas no ocultan su apoyo al atentado y si entregan a uno de los participantes, su intervención quedará al descubierto. También pondría en peligro las ya sombrías perspectivas de la coalición gobernante de conservar la mayoría tras las próximas elecciones parlamentarias de otoño de 2027.
Jaroslaw Kaczynski, el director de orquesta de la oposición, ha atado las manos a Tusk, acusándole de ser un “agente alemán”. Si el primer ministro entrega al sospechoso a Alemania, se podría celebrar un juicio que acabaría implicando a Polonia con el sabotaje y con la CIA, justo en el momento en que aparentar que es “la gran potencia” de Europa oriental, un baluarte frente al “expansionismo ruso”, es decir, una reproducción del escenario de 1939.
El gobierno de Tusk no quiere ahorrar esfuerzos, hasta el punto de que Sikorski quiere concederle asilo político al acusado. En Alemania empiezan a hablar de la complicidad polaca en el sabotaje.
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