El embajador [ruso] Andreyev lamentó la profanación del cementerio del Ejército Rojo, pero lo que realmente causó controversia dentro del ministerio exterior polaco fueron sus comentarios acerca de la responsabilidad de Polonia en tanto al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. “A lo largo de los años treinta”, comentó el embajador, “Polonia bloqueó repetidas veces la creación de una coalición en contra de la Alemania nazi. Por lo tanto se puede decir que Polonia es responsable en parte por la catástrofe que ocurrió en septiembre de 1939”.
El ministro del exterior de Polonia, Grzegorz Schetyna, reaccionó con indignación y mandó llamar al embajador al ministerio de asuntos exteriores para que se justificara. “Injustas y mentirosas” declaró Schetyna: “Estas son declaraciones deplorables, y surgen de la ignorancia e incomprensión de la historia”. Pero, ¿conoce el ministro de exteriores polaco la historia de su país? Fue este mismo Sr. Schetyna quien argumentó que fueron los ucranianos y no el Ejército Rojo quienes liberaron a Auschwitz, el campo de muerte nazi. Había ucranianos en Polonia durante 1944 y 1945, pero eran renegados, colaboradores nazis que asesinaban a los polacos.
Así que, ¿son certeros los comentarios del embajador Andreyev sobre la política polaca durante los años de entreguerras?
En enero de 1934 Polonia firmó un tratado de no agresión con la Alemania nazi, casi a la misma vez que la URSS comenzó arduos esfuerzos para organizar una alianza defensiva antinazi. Fue un golpe a la seguridad colectiva soviética, aunque Maxim M. Litvinov, el comisario [soviético] de Asuntos Exteriores, buscara reforzar las relaciones con Polonia. Litvinov le advirtió al ministro del exterior, Jozef Beck, sobre el peligro de cortejar a la Alemania nazi, pero Beck no le hizo caso.
Los franceses, que estaban aliados con Polonia, no estaban contentos con este cambio en la política polaca. “Contaremos con Rusia” dijo el ministro del exterior francés Louis Barthou en 1934, “y no nos tendremos que preocupar más por Polonia”.
Barthou fue asesinado al poco tiempo y los franceses nunca abandonaron a Polonia, aunque quizá Barthou hubiera tenido la valentía de hacerlo.
Los polacos se disculparon ante los franceses. “Rusia es el enemigo. Cada acercamiento que Francia tome hacia la URSS”, advirtió embajador francés en Varsovia, “provocará un paso polaco hacia Alemania nazi”. La élite polaca estaba infectada de rusofobia, una condición que le aqueja aún hoy.
Durante 1934-1935 mientras que el comisario Litvinov buscaba consolidar la seguridad colectiva europea, Polonia se resistía a cada paso. Los polacos no fueron, sin embargo, los únicos saboteadores. Pierre Laval, el sucesor de Barthou como ministro del exterior, era un sovietófobo recalcitrante y futuro colaborador nazi, quien prefería mejorar las relaciones con la Alemania nazi que conseguir una seguridad colectiva en colaboración con la URSS.
Litvinov continuó, sin embargo, buscando negociar un pacto de seguridad colectiva en Europa del este, que el ministro de exteriores Beck rechazó, así como un pacto de asistencia mutua con Francia. Laval logró un acuerdo pero solo después de haber reducido el pacto a una cáscara hueca. Polonia no era el único lugar donde la sovietofobia movía la política exterior.
Luego vino la crisis checoslovaca de 1938. Durante la primavera todo mundo vio llegar la crisis. Checolovaquia estaba en la mira de las armas de Hitler. Durante mayo, el ministerio francés de exteriores le preguntó al embajador en París qué haría Polonia en caso de una crisis. “No nos moveremos”, fue la respuesta. Polonia considera “a los rusos como enemigos”, dijo el embajador, “resistiremos por la fuerza” cualquier atentado de la URSS haga para acudir en ayuda de Checoslovaquia pasando por el territorio polaco, ya sea por tierra o aire. Rusia, no importa quien la gobierne es el “enemigo número 1”, dijo el mariscal de campo Edward Rydz-Smigly: “Si el alemán continúa como adversario no es menos europeo que un hombre común; para los polacos, el ruso es un bárbaro, y si es un bárbaro es un asiático, un corrupto, un elemento ponzoñozo con el cual cualquier contacto es peligroso y cualquier compromiso con él, letal”. No nos empujen, dijeron los polacos, o nos pondremos del lado de la Alemania nazi. Los diplomáticos lanzaron una campaña de prensa para advertirles a los polacos de su error, pero sin resultado. “No solo no podemos contar con el apoyo polaco”, confesó entonces el Primer Ministro francés Edouard Daladier, “sino que tampoco tenemos la certeza de que Polonia no [nos] atacará por la espalda”. “Tant pis pour la Pologne – Tanto peor para Polonia”, dijo un general francés, “si es que Varsovia se pone del lado de Hitler”.
Francia no podía presumir de ser aliada fiel en las buenas y en las malas –no hay más que preguntárselo a los checos– pero los polacos eran como el dibujo caricaturesco de la serpiente en el prado. El embajador francés en Berlín le dijo a su colega soviético que el gobierno polaco estaba “claramente ayudando a Alemania” en la desestabilización de Checoslovaquia. El asunto de Teschen, un distrito checoslovaco con una población polaca de importancia fue la gota que derramó el vaso de Varsovia. Si Hitler consigue los territorios de los sudetes, que están poblados de alemanes, dijeron los diplomáticos polacos, nosotros no estaremos contentos con quedarnos con las manos vacías. Queremos Teschen. Lo consiguieron también porque Inglaterra y Francia traicionaron a Checoslovaquia en Munich. Qué espectáculo tan sucio de porquería y traición. Polonia se convirtió en cómplice de Hitler en 1938 y se convirtió en su víctima un año más tarde.
Con eso Stalin tuvo suficiente, y despidió a Litvinov a principios de mayo, nombrando a Vyacheslav M. Molotov como su sucesor. Uno de los primeros actos de Molotov fue el de ofrecerle ayuda a Varsovia. La puerta de la colaboración polaco-soviética aún se hallaba abierta. “Pueden insinuar que si Polonia lo desea”, comunicó Molotov a Varsovia, “la URSS puede brindarle ayuda”. En 24 horas los polacos habían cerrado la puerta de golpe, rechazando cualquier colaboración con Moscú.
El último acto de autodestrucción polaca sucedió en 1939, cuando las delegaciones francesas e inglesas fueron a Moscú a discutir una alianza antinazi. “¿Cooperarán los polacos?”, quería saber el lado soviético. “¿Lo harán los ingleses?”, hubiera sido una pregunta más pertinente. “Vayan muy despacio” era la directiva inglesa a su delegación. La rapidez o la lentitud no le importaba a los polacos, ellos dieron la misma respuesta negativa que siempre daban cuando se trataba de cooperar con la URSS en contra de la Alemania nazi. Recuerde cómo el mariscal de campo Rydz-Smigly lo dijo: los rusos son “bárbaros” y “asiáticos”. Los polacos no le concederían derecho de paso al Ejército Rojo a través del territorio polaco para combatir a un enemigo común. Esta era la posición polaca desde 1934, y no cambiaría a pesar del peligro de una invasión alemana inminente.
Cuando salió la noticia del pacto de no agresión nazi-soviético, tras el colapso de las negociaciones anglo-franco-soviéticas, a los polacos les dio igual. “Realmente no ha cambiado mucho”, opinó el ministro del exterior Beck. El “hombre polaco de la calle” en Varsovia, informó el embajador inglés, “tomó la noticia con un tonto encogimiento de brazos”. “Vasily es un cerdo, ¿no?”, era una afirmación común. La “insensatez” polaca, dijo el premier francés Daladier.
Ningún novelista podría haber inventado estas inverosímiles historias de la imprudencia polaca de los años treinta. Como historiador, le puedo asegurar que nada aquí ha sido inventado, por poco creíble que parezca. Lea mi “1939: The Alliance that Never Was” o mi ensayo más reciente “Only the USSR has Clean Hands” para hallar los detalles y las referencias de archivo. El embajador ruso Andreyev dijo que Polonia era responsable en parte de la “catastrofe que ocurrió en septiembre de 1939”. Dada la documentación que existe, uno tendría que decir que el embajador estaba siendo amable y discreto con su comentario. El ministro polaco Schetyna podrá tratar de reescribir la historia todo lo que quiera, pero puedo decirle que está perdiendo su tiempo. Las pruebas y el rastro de papel que existe en los archivos es demasiado profundo y difícil de esconder.
No es una bella imagen la de Polonia durante los años treinta. Más introspección y menos rusofobia le haría bien al gobierno polaco en estos tiempos peligrosos. El ministro Schetyna podría comenzar por leer la correspondencia de su predecesor lejano, Beck, como ejemplo de cómo no llevar a cabo las relaciones exteriores polacas. Sólo Inglaterra tuvo más responsabilidad que Polonia en cuanto a la fallida colaboración con la URSS en contra de la Alemania nazi durante los últimos años de la década de los treinta. Yo llamo a esta oportunidad perdida “La Gran Alianza Que Nunca Existió”.