Redfield en la Casa Blanca |
En la falsificación científica está involucrada su ayudante Deborah Birx, que también forma parte del equipo de expertos de la Casa Blanca que coordina la actual “lucha contra la pandemia”.
El fraude se publicó en junio de 1991 en la revista científica New England Journal of Medicine (2) y pretendía demostrar la eficacia de la vacuna GP160 para prevenir la propagación del SIDA, que entonces era la pandemia de moda. Como suele ocurrir en materia científica, el engaño corrió como la pólvora, apareciendo en el Journal AIDS Research and Human Retroviruses en junio del siguiente año y en la Conferencia Internacional sobre el SIDA que se celebra anualmente en Amsterdam, donde intervino el propio Redfield en julio para promocionar su vacuna.
Redfield es uno de los médicos más influyentes de Estados Unidos y, por lo tanto, del mundo. Es coronel del ejército y en 2018 fue nombrado por Trump para dirigir los CDC (Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades).
También encabeza la Agencia de Sustancias Tóxicas y el Registro de Enfermedades, lo que le coloca en una posición privilegiada a la hora de evaluar los medicamentos y vacunas, incluida la del coronavirus.
El descubrimiento de la vacuna GP160 contra el SIDA se llevó a cabo en el Instituto de Investigación del Ejército Walter Reed (WRAIR) que dirigía Redfield, que entonces ostentaba la graduación de teniente coronel.
Por 20 millones de dólares, la Fuerza Aérea subcontrató la fabricación de la vacuna con una empresa privada, MicroGenesys, sobre la base del estudio fraudulento de Redfield. En noviembre de 1992 la revista Science destapó la adjudicación del contrato, calificándolo como “un flagrante intento de eludir la revisión por los pares” (3). El artículo mencionaba a Fauci, que ya entonces era uno de los capos de la “lucha contra el SIDA”.
El engaño era ampliamente conocido, tanto entre los diputados, como en el Pentágono. Los únicos que se lo tragaron fueron algunos científicos y médicos, incapaces de pensar por sí mismos.
internas del Pentágono, el propio Redfield admitió al menos en tres
ocasiones que sus análisis eran “erróneos”.En octubre de 1992 dos oficiales de la Fuerza Aérea enviaron un memorándum al supervisor inmediato de Redfield, el coronel Donald Burke, denunciando el engaño y recomendando que se tomaran medidas para evitar la circulación de un artículo científico fraudulento entre los médicos civiles.El Pentágono abrió una investigación pero no tomó ninguna medida porque no había existido una “mala conducta científica”. Durante meses las denuncias siguieron circulando de mano en mano entre los miembros del comité de investigación de la Cámara de Representantes. Cuando después de presionar se difundió públicamente la investigación interna del Pentágono sobre la vacuna, los comentarios negativos sobre Redfield aparecieron borrados.
El coronel siguió trabajando en su vacuna GP160 y utilizando a cientos de “enfermos de SIDA” como cobayas humanas en el WRAIR (Instituto de Investigación del Ejército Walter Reed), así como en Massachusetts, Connecticut, Nueva York, Montreal y Suecia. No sólo sabían que la vacuna no servía para nada sino que seguían gastando dinero que podría ir dirigido a fines realmente médicos.
En lugar de ser encarcelado y destituido, el Pentágono ascendió a Redfield, lo cual indica que para un experto no hay nada mejor que una pandemia para trepar, ganar mucho dinero y tener importantes enchufes en las altas esferas políticas, económicas y militares. Redfield inició su carrera en la “lucha contra el SIDA” y ahora mismo está en la cumbre de su gloria: la Casa Blanca. Todo gracias a un fraude.
(1) https://degraw.substack.com/p/us-national-security-alert-military
(2) https://www.nejm.org/doi/full/10.1056/NEJM199106133242401
(3) https://science.sciencemag.org/content/258/5085/1079