Bergoglio, el papa Francisco, jesuita argentino, prorrumpió gestero y debutó (por marzo de 2013) prestímano. Naturalidad estudiada o prosopopeya fingida, no sabemos. Ahora, de unas semanas acá, funge de cansino en el paso y quedo en el habla, o sea, se va pareciendo a lo que se le pide a un genuino Papa (con la excepción del atlético Wojtyla). Se concluyó que este hombre, este papa, es un derviche que es fana(tico) de San Lorenzo (de Almagro, barrio bonaerense, un club de fútbol) y paga -religiosamente, ¿no es cierto?- lo que debe en Santa Marta, cual pensión urbana, durante el tiempo que duró el cónclave que lo eligió.
Haga o deje de hacer este individuo, persiste la monarquía absoluta que representa la teocracia vaticana. El Vaticano es un Estado (gracias a Mussolini en 1927) y el Papa su Jefe (de Estado). Y por encima de él nadie, salvo Dios: «el papa juzga a todos y no puede ser juzgado por nadie fuera de Dios». Son los Inocencio III o Gregorio IX, precursores de la teología política secularizada en los reyes absolutistas e «irresponsables» igual que «consagra» la Constitución española a la figura del Rey, antes Juan Carlos I y ahora su hijo, Felipe VI.
La Iglesia romana copió las instituciones del decadente Imperio romano y las monarquías medievales copiaron a la Iglesia agustiniana de signo «providencialista». Pero no siempre fue así Existió lo que se dio en llamar el Conciliarismo, doctrina que considera al Concilio Universal como la suprema autoridad de la Iglesia elevándolo por encima del papado.
Había tendencias papales (decretalistas) y tendencias conciliares. La cuestión Papa o Concilio en la baja Edad Media, adquirió importancia cuando la teoría de la supremacía papal se mostró incapaz de resolver el gran cisma de occidente (1378-1417) que acabó con tres papas nombrados hasta que el Concilio de Constanza (1414-1418) y el de Basilea, llamados «conciliaristas», porque defendieron que la autoridad del Concilio está por encima de la del Papa. Hans Küng, un teólogo suizo católico que suele gustar a los «heterodoxos» de la Curia y aledaños, calificó a Constanza como «el gran concilio ecuménico de la Reforma».
El conciliarismo, más democrático, vale decir, como el «febronianismo» (de Frebonio, obispo del siglo XVIII), o el episcopalismo, más próximos al protestantismo ergo:al incipiente capitalismo, decía que ninguna ley pontificia (o encíclica) tiene valor si no es aprobada antes por los obispos. El Parlamento seglar es -sería- el Concilio y el Papa el Ejecutivo, pero un «primun inter pares», un resto del estamentalismo de la nobleza feudal. Luego vino el absolutismo papal en forma de infalibilidad (Concilio Vaticano I) a medida que se extendía el laicismo y el anticlericalismo en el siglo XIX, y también el constitucionalismo en los países europeos (Küng, por ejemplo, está en contra de esa infalibilidad papal).
En fin, amigos, acá el refranero español viene al pelo: si no quieres caldo, dos tazas. Vean si no: dos reyes (a falta de uno) en España, dos papas en el Vaticano (en Aviñón hubo tres). Son verdaderos profesionales.
Buenos días.