Nicolás Bianchi
Por muy mal que vayan las cosas, siempre viviremos (en democracia) en el mejor de los mundos posibles que haría las delicias del optimista profesor Pangloss volteriano. Todo dios tiene y disfruta de derechos. Ocurre que, a veces, estos derechos colisionan con otros derechos de igual estambre y entonces surge la voz alarmante de los tacañones y cicutas que pontifican sobre la prelación y jerarquía de derechos en un inmaculado Estado de Derecho.
Gusta la burguesía, le tiene afición, cuando procede, de hablar de antinomia entre libertad y seguridad, y, si ahora el PPSOE firma un pacto «antiyijadista» (o sea, una excusa y coartada para actuar contra todo lo que se menea en Hispanistán), antes era moda dar la barrila -y volverán a ello cuando se tercie- sobre el recurrente tema de los límites del derecho de huelga – con la movida de «Charlie Hebdo» fueron los límites a la libertad de expresión- siempre que choque con el derecho de otras personas a, pongamos por caso, el goce y disfrute de sus «bien ganadas» vacaciones. En otras palabras: el derecho de huelga no tiene derecho a vulnerar los derechos individuales de otros ciudadanos, por lo tanto -va de suyo, es «natural»– hay que «regular» mejor ese derecho de huelga.
Hoy el neofascismo, en lugar de restringir los derechos como el fascismo de viejo cuño, los multiplica. Suena paradójico pero en la actualidad todo derecho político tiene su réplica. Frente al derecho de huelga está el derecho de los trabajadores a trabajar. Frente al derecho de manifestación está el derecho de los demás a no ser importunados o a pasear al chucho. Es decir, estamos ante derechos que se postulan pero SE ANULAN UNOS A OTROS. Entonces, ¿qué? Se nombra a un juez «neutral» para que dilucide entre los derechos de unos y de otros conforme a una legislación que no entiende ni maría santísima. Sólo les queda, con la ayuda de los chacales de la prensa y tertulianos venales, azuzar a la gente unos contra otros y alienarlos un grado más si cabe. Por ejemplo, voy en mi auto a la oficina y, de pronto, veo coaccionado mi muy constitucional derecho al trabajo por culpa de unos descamisados en manifestación cortando la vía pública jugando con el pan de mis hijos, mis gin-tonics y la querida.
Tenemos, pues, que están quienes ejercen el derecho de huelga (sinónimo de «desorden») frente, no a la patronal, que está ya avisadísima, que esta es otra, sino a quienes tienen derecho a un «merecido descanso». Cosa que no se duda, sólo faltaría, pero obsérvense dos cosas: nadie se declara en huelga por placer o deporte, primero, y, segundo, los perjudicados pasan a ser, massmediáticamente, «ciudadanos», un escalafón superior al de trabajadores. Cuando regresen de sus ocios y vuelvan a su condición de asalariados y se les ocurra hacer huelga, serán tratados como lo que son: esclavos modernos y no respetables ciudadanos, que dice la muletilla.
Y es que un trabajador casi siempre lleva las de perder, salvo que nunca haga huelga -quien tenga trabajo- frente a la mayoría «ciudadana», que no tiene «culpa» de sus problemas concretos. El capitalismo vuelve a salvarse, de momento…