El confinamiento y cierre de fronteras forman parte de los ataques sucesivos del imperialismo contra China, lo mismo que Hong Kong, Huawei, Tik Tok o Xinjiang, por poner algunos ejemplos.
La economía de China depende de las exportaciones. Su mayor comprador es Estados Unidos, que desde 2018 ha elevado los aranceles entre un 10 y un 25 por ciento.
El 17 por ciento de la producción china se vende a países que ya no pueden pagarlas o cuyo poder adquisitivo ha quedado mermado por meses de confinamiento. China está obligada a bajar los precios.
Las sanciones de Estados Unidos contra Irán, Venezuela y otros países tienen por objeto reducir las exportaciones de petróleo a China.
El proyecto de Nueva Ruta de la Seda está al borde del colapso. Las exportaciones chinas de capital para construir infraestructuras (ferrocarriles, vías fluviales, presas, puertos, centrales de energía) suman 3 billones de dólares que los 138 países del Teercer Mundo no van a poder devolver.
Para acabar con la competencia, Estados Unidos y Gran Bretaña se han lanzado contra las empresas chinas de alta tecnología. La directora financiera de Huawei está encarcelada. Los científicos y estudiantes chinos están siendo expulsados.
La presión sobre las industrias chinas de exportación amenaza con hundir el sistema bancario chino.
Si el confinamiento falla, Estados Unidos tratará de imponer un bloqueo marítimo de China. Los imperialistas han aumentado sus gastos militares, en particular en armas avanzadas y nucleares. Estados Unidos ha enviado una flota con dos portaaviones a las aguas costeras de China. Australia está construyendo una base en una isla avanzada frente a China, los ejércitos japonés y coreano han sido reforzados y Japón va permitir la instalación de armas nucleares en su territorio.
Frente a tales amenazas, China tiene que aumentar su gasto militar en unos 300.000 millones de dólares adicionales auales. Supone una sangría económica en el momento más inoportuno. China está adoptando una automatización en gran escala que requiere grandes inversiones de capital.
El proyecto de los imperialistas se orienta a crear una economía de guerra total, un intento de subyugar a China. En el terreno interior supone una drástica reducción de los salarios y del nivel de vida, unido al recurso sistemático a la represión y al estado de guerra para evitar cualquier protesta.
La “nueva normalidad” es la vieja política de “apretarse el cinturón”, de recortes, de acabar con todos y cada uno de los derechos sociales, con las pensiones, con la educación gratuita, con las viviendas sociales… absolutamente con todo.
Como se está comprobando en España, los más fanáticos defensores de esa “nueva normalidad” son los de la izquierdita raquítica, cada vez más domesticada, partidarios de vaciar las calles para siempre. Del trabajo a casa y de casa al trabajo.
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