El 17 de marzo del año pasado el presidente argelino, Abdelmadjid Tebboune, anunció por televisión la prohibición de todas las manifestaciones callejeras con el pretexto de “luchar contra el virus”.
En aquel momento la “hirak”, las protestas populares contra el gobierno, estaban en pleno apogeo desde un año antes. Pero también en Argelia, la salud está por encima de todo. La pandemia fue un balón de oxígeno que era necesario inventar, porque para frenar las protestas no eran suficientes los antidisturbios.
En efecto, en aquel momento en Argelia la sanidad sólo podía imputar 5 muertes al virus y 67 “casos”, es decir, nada de nada.
“Todos juntos, pero cada uno en su casa”, fue la fórmula que difundió el diario italiano La Republica para que los gobiernos lograran la mayor tregua política y social jamás conocida en la historia. La pandemia ha logrado hacer realidad el viejo sueño de la “paz social”. De casa al trabajo y del trabajo a casa. Las calles están para que los vehículos circulen.
El gobierno argelino impuso las mismas medidas draconianas que los demás: prohibición de reuniones, cierre de lugares de culto, escuelas, cafés, restaurantes, comercios minoristas, cierre de fronteras…
Los dirigentes de la ‘hirak’ apoyaron la respuesta del gobierno a la pandemia. Un diario independiente, como El-Watan, habló de una “tregua sanitaria”. El movimiento saltó a las redes sociales, es decir, se metió en una ratonera de denuncias retóricas: la gestión del gobierno era mala, había más muertos de lo que decían las cifras oficiales…
En Argelia la pandemia logró lo que la policía no había alcanzado: vaciar las calles, silenciar las protestas. “Un consenso tácito está en vías de formarse para suspender la ‘hirak’ durante tres o cuatro semanas”, decía uno de los representantes del movimiento en las redes sociales.
Otro pedía ingenuamente que el gobierno también decretara una tregua por los mismos motivos. La salud es un valor supremo y un motivo de “unidad nacional”, escribía en Facebook el vicepresidente de la Liga argelina de Defensa de los Derechos Humanos.
Pero el toque de queda no frenó la represión política. La policía aprovechó la situación para detener a algunos dirigentes del movimiento, incluidos los que habían devuelto a los manifestantes a sus casas porque “la salud está por encima de todo”.
La policía, los fiscales y los jueces les demostraron que la salud no está por encima de todos, sino sólo de algunos.
Los incautos creyeron en la pandemia y creyeron también que sus estragos pondrían de manifiesto el pésimo estado de la sanidad y los hospitales, lo que redoblaría las energías y las movilizaciones.
También creyeron en la tregua, es decir, en que después de quedarse en casa durante meses, millones de personas volverían a salir a la calle. No ha ocurrido nada de eso. Ahora la iniciativa la tiene el gobierno. Quien se la ha servido en bandeja no ha sido un virus, ni un toque de queda, sino los reformistas que encabezaban el movimiento y a las primeras de cambio se volvieron a casa.
No sólo ha ocurrido en Argelia. ¿Recuerdan a los chalecos amarillos en Francia? En todo el mundo ha ocurrido lo mismo. Los gobiernos más reaccionarios no serían nada sin el apoyo de esos reformistas que protestan… hasta que llega un virus invisible y terrorífico que lo estropea todo.
No obstante, las contradicciones no solo no se han resuelto, sino que se estan agravando. Esto va a meter un petardazo acojonante.
Estos movimientos reformistas debido a su caracter pequeno burgues, en el fondo lo que defienden son Las ventajas de la explotacion capitalista que disfutaban otrora y que les estan quitando. Son incapaces de plantear una ruptura total. Da igual que arrastren mucha gente, pues no van a ningun lado.
Su problema no es cuantitativo, sino cualitativo.