El mes que viene el estado de Schleswig-Holstein abrirá un centro de internamiento en la ciudad de Moltsfelde para las personas que no respeten la cuarentena de manera reiterada.
La historia de esta pandemia se resume así: un estado de terror necesita del terror y el miedo para imponerse. Miedo al contagio y miedo a la represión. La falta de oposición permite que gobiernos, como el alemán, crucen umbrales cada vez más altos.
Todos se hacen la misma pregunta: ¿hasta dónde está dispuesta la población a aguantar?
Para que a nadie le quepan dudas, el Bild no se limita a contarlo sino que muestra un vídeo del centro de internamiento. Se trata de intimidar para que la población permanezca recluida en sus casas, ya que de lo contrario se arriesgan a ser tratados como delincuentes.
El lenguaje tampoco deja lugar a dudas. Hablan de “reclusos” y de “prisión del coronavirus”. La chulería es descarada. Sönke E. Schulz, director general del Estado, no tiene pelos en la lengua: “Si no te sometes a la cuarentena… Última oportunidad, o tenemos un bonito establecimiento en Moltsfelde”.
En su reportaje el reportero explica que habitualmente el centro está ocupado por adolescentes y niños y dispone de una cancha de baloncesto y un patio en el que es posible pasear. Sin embargo, esos privilegios no los disfrutarán los reclusos que hayan roto la cuarentena, ya que se verán obligados a permanecer en una de las seis celdas de 12 metros cuadrados.
Aunque el número de celdas disponibles es escaso, no se engañen: es una medida disuasoria. La pandemia está demostrando que los modernos Estados fascistas no necesitan recurrir al palo para imponerse de una manera brutal. Les basta con enseñarlo.