También promete que van a luchar por la paz «hasta el final». No sabemos qué tipo de paz, si la angelical a través de una sonrisa o la de los cementerios. O una «pax romana».
Vaya por delante, es ocioso decirlo, que nos alegramos de la puesta en libertad de un demócrata, pero hay que afinar algunas cosas. Lo primero dejar de lado todas las estupideces que vomitan como papagayos desde la caverna mediática recordando el pasado «terrorista» de Otegi y pidiendo que «condene la violencia» y demás mantras que regurgitan y ni ellos se los creen, pero va en el sueldo escupirlos. O a clowns como el ministro de Casinos, Catalá, negando su condición de «preso político». Por aquí no van los tiros e incluso le viene bien a la deriva reformista y liquidacionista abertzale este tipo de ataques provenientes del búnker a modo de retroalimentación.
Hay que fijarse -y detenerse- en otro tipo de análisis más sesudos por parte de quienes sí saben de qué va esta milonga. Dejando aparte la alegría de Joan Tardá o Pablo Iglesias por la libertad de un «hombre de paz» (como le llamara Zapatero) que quiere la «reconciliación» y el «amor» y demás poemas que derriten el magín, tenemos hoy mismo, día 2, una nota en El País firmada por un experto en estas lides, Luis R.Aizpeolea, que sitúa bien las cosas y a las personas.
Recuerda este periodista -en su día cercano a las posiciones polimilis- que Otegi, y no sólo él, fue encarcelado por tratar de reorganizar una formación política ilegalizada, Batasuna, al servicio, por supuesto, de ETA, algo que no se lo cree ni el Estado, pero conviene dar pábulo y carrete para dar una vuelta de tuerca más a la izquierda abertzale, objetivo conseguido a la vista de la degeneración de esta sigla. Aizpeolea, que entonces comulgaba con la versión estatal a sabiendas de su mentira por «razones de estado», que se dice, hoy escribe que «esa reorganización tenía por objeto el cese definitivo de ETA como los hechos han confirmado». O sea, no compaginar la lucha armada y la lucha de masas, como en la «ponencia otsagabia» elaborada por «Pertur» a principios de los años setenta del siglo pasado, sino acabar con ETA. O sea, que Otegi se come un marrón por hacer el trabajo sucio a un Estado que no puede acabar militarmente, y menos políticamente, con la organización armada. En vez de premiarlo, lo encarcela. Los amigos de Otegi no lo entienden, aunque nunca calificarán de «fascista», tampoco Otegi lo hace, a ese Estado que no paga traidores, como Roma no pagó a los que asesinaron a Viriato; resulta que Otegi «convence» a ETA de dejarlo y se lo pagan así. No hay derecho. Igual es que esto no es Inglaterra ni Euskadi Irlanda, aunque es muy posible que Gerry Adams y Otegi sean concomitantes.
Dejando o, mejor dicho, dando por hecho que cada formación política es muy libre de establecer la línea política que estime oportuna y más conveniente, porque aquí no defendemos volver a echarse al monte, Señor Juez, no me joda, Aizpeolea alaba y pone en el «haber» de Otegi esa trayectoria como mérito suyo, es decir, lo que no consiguió el Estado, lo ha conseguido él y sin contraprestaciones, los presos tirados y tira millas por la «vía unilateral» que nadie sabe adónde conduce, si a la nada o al abismo o a la enésima traición al pueblo vasco, o lo mejor de él. Y nosotros, a diferencia de Aizpeolea, ponemos esos «méritos» en el «debe» de Otegi, hablando en términos de balances comerciales. Esta es la diferencia entre un punto de vista reformista que apuntala el «stablishment» y otro revolucionario.
No pasará mucho tiempo hasta que cunda la desmoralización en las filas populares. Y a los «contestatarios» que ya están criticando el reformismo batasuno y su línea «oficial» el propio Otegi los defenestrará. Al tiempo. Ojalá nos equivoquemos.
Ha llegado la hora de «hacer política». Pisar moqueta le llaman otros. La hora de los hornos.