Oriente Medio es el mejor ejemplo de eso. El mismo que inventó la geoestrategia, Alfred T. Mahan, es el inventor del término “Oriente Medio” con la acepción que hoy tiene. Por cierto, Mahan nació en West Point a mediados del siglo XIX y era almirante del ejército de Estados Unidos. Si tuviéramos la oportunidad de poner los mapas de Oriente Medio uno detrás de otro desde entonces, nos daríamos cuenta de que cada uno de esos mapas no se dibujó siguiendo las costas, las montañas o los ríos sino siguiendo rutas comerciales, intereses políticos y guerras sin cuartel.
La geografía, pues, tiene más relación con la historia (con el materialismo histórico) que con la geología (que también es histórica, por cierto) y es tan parcial como cualquier otra historia. Lo que hoy llamamos Oriente Medio no es más que la manera en que el imperialismo ha mirado una región muy amplia del mundo que acaba en el Extremo Oriente, o sea, en el Pacífico, a diferencia del Cercano Oriente (al que han hecho desaparecer del mapa) y de Oriente Medio.
El almirante Mahan recurre a la expresión “Oriente Medio” en 1902 como consecuencia de la entrada del capitalismo en su fase imperialista, propiciado por la que entonces era la potencia hegemónica, el Imperio Británico. Se llamó así porque era una región que estaba a medio camino entre Londres y la “joya de la Corona”, la India, a su vez la plaza fuerte desde la que se podía controlar el continente asiático.
Cuando Mahan utiliza dicha expresión (“Middle East”) es para explicar el papel del Golfo Pérsico a la espalda del otro gran imperio de la época, el Otomano, y en la ruta hacia la India. Toda división es un instrumento de control y dominación, en este caso sobre Asia y sobre las rutas que conducían a ella. El dominador separa al Extremo Oriente, del Cercano y deja al tercero en el Medio.
Dado que la dominación es un fenómeno político, cambia en función de los cambios en la situación política internacional, lo que supone una redistribución de los mapas. Por ejemplo, hoy ya no se utiliza la expresión Cercano Oriente porque la misma se refería a las antiguas posesiones europeas del Imperio Otomano, es decir, que era una región que empezaba en Austria y alcanzaba los Balcanes, una región que hoy consideramos como parte de Europa, la del este, cuyo objetivo principal era el control del Mediterráneo, aunque siempre como una parada intermedia en la ruta hacia la India.
En dicha ruta, el Imperio Otomano era un tapón que desplazaba Oriente Medio hacia otro Imperio, el Persa, que controlaba el Golfo de su mismo nombre. Tanto en aquella época como en la actual, el comercio internacional viajaba en barco y los mapas comenzaron a cambiar con la construcción del Canal de Suez en 1869, creando eslabones que empezaban en Gibraltar y acababan en ese rosario de taifas del Golfo Pérsico (Kuwait, Bahrein, Qatar, Omán…) que corren en paralelo con el tendido del transiberiano, la red ferroviaria que otro imperio, el zarista, concluye en 1904.
Los mapas se volvieron a dibujar con la entrada del capitalismo en su fase actual, la Primera Guerra Mundial y la importancia creciente del petróleo. Cuando los países balcánicos se liberaron del Imperio Otomano, empezaron a ser Europa por vez primera, al tiempo que Turquía dejaba de serlo para formar parte de Oriente Medio. El Cercano Oriente desaparecía y los países árabes empezaron a figurar en los mapas porque los imperialistas los pusieron ahí para verlos con la nitidez que exigía la nueva situación.
Tras la Revolución de Octubre y el fin del Imperio Otomano ya no había otro imperialismo que el -a sí mismo- considerado como “occidental”. En 1917 los británicos toman Bagdad; a partir de entonces quien lleva las riendas del nuevo Oriente Medio eran esos “occidentales” que se lo reparten dibujando fronteras, creando unos países y borrando a otros del mapa. Tras la Gran Guerra el Foreign Office crea un departamento de Oriente Medio. A la conferencia de El Cairo, en 1921, la prensa la llamó “Conferencia de Oriente Medio”.
Con el desarrollo de las fuerzas productivas, el capitalismo, las clases y la lucha de clases siguieron redibujando mapas una y otra vez o, lo que es lo mismo, desatando guerras. Ocurrió con la llegada de los barcos de vapor, luego con los cables submarinos y después con los primeros oleoductos.
En 1850 un barco de vela tardaba cinco meses en llegar de Londres a Calcuta y cincienta años después el mismo recorrido tardaba 24 horas por un cable telegráfico. En medio de la arena, donde no había nada, se podían ver postes y tendidos de telegráficos que llegaban de Suez a Karachi atravesando el Mar Rojo, tanto por el aire como por el fondo de las aguas. El telégrafo no entendía de fronteras. En 1900 sólo el Imperio Otomano estaba surcado por 30.000 kilómetros de cables.
Egipto podía presumir de ser un país independiente, pero el Canal no le pertenecía, como tampoco le perteneció a Panamá el suyo. En el mundo hay países microscópicos, como los del Golfo Pérsico, bien porque hay feudalismo, o bien porque hay imperialismo, y finalmente por ambas cosas a la vez. Los valles, los lagos y los oasis cada vez dependen menos de la geografía y más de las fuerzas productivas, de los mercados y de las sociedades anónimas, que son los que dibujan las verdaderas fronteras y desencadenan las guerras.
Ahora la burguesía escribe tanto sobre “geopolítica” para ocultar la verdadera raíz de los problemas internacionales, que están en el imperialismo, que no figura en ningún mapa porque no es un país, sino una categoría científica que hay que aprender en los manuales de materialismo histórico.