El diputado Gelli y el terrorismo de Estado |
19 de julio de 1984: Vicenzo Vinciguerra, miembro del grupo neofascista italiano Ordine Nuovo, declara ante el juez Felice Casson —que había reabierto el caso Peteano al descubrir numerosas irregularidades en la investigación— que el atentado fue obra de una red paramilitar clandestina de la OTAN, formada por miembros de los servicios secretos del Estado y por militantes de extrema-derecha, como él.
24 de octubre de 1990: el primer ministro italiano, el demócrata-cristiano Giulio Andreotti, hace pública ante el Parlamento una declaración que informa sobre la existencia —desde los años 60— de un ejército clandestino en Italia, organizado por la OTAN y la CIA, con conexiones por toda Europa occidental; una red que, en Italia, será conocida como Gladio.
Gladio —o Red Gladio, Operación Gladio— fue finalmente el nombre con el que se dio a conocer a todas las estructuras secretas de la OTAN que operaron con intensidad en Europa durante la guerra fría, un ejército de las llamadas actividades Stay Behind. Estos “ejércitos secretos” —como los denominó el historiador suizo Daniele Ganser— fueron entrenados y formados con el asesoramiento y supervisión de la CIA desde el mismo final de la Segunda Guerra Mundial. Su objetivo original, presuntamente, era preparar un extenso cuerpo de infiltración que actuase en caso de una invasión soviética de Europa occidental. Dicho escenario nunca se dio, por supuesto, pero estas fuerzas de la OTAN se mantuvieron movilizadas. Desde finales de los años 60, y sobre todo durante los 70, cuando la idea de la invasión soviética resultaba descabelladamente ridícula, la tarea de las fuerzas Stay Behind de la organización del Atlántico Norte fue la de la desestabilización de los partidos comunistas de los países del occidente europeo. Italia era el país en el que los comunistas contaban con un mayor arraigo popular, fue por este motivo que la actividad terrorista de Gladio encontró allí su escenario más habitual; y llegaron los conocidos “años de plomo”.
El atentado de Peteano no fue la primera ni la última de las múltiples acciones de falsa bandera de Gladio en Italia. La táctica era deleznable, pero efectiva: se provocaba una masacre y se hacía responsable de ella a grupos de extrema izquierda. El fin venía dado: generación de un clima de miedo, lo que fue denominado como “estrategia de la tensión”, que justificaba de cara a la opinión pública la persecución política sobre militantes de izquierda, y fomentaba un descrédito, fundamentalmente, de los comunistas, presentados como terroristas.
El 25 de abril de 1969 explotan dos bombas en Milán, una en la Feria y otra en la Estación Central de trenes, dejan numerosos heridos, pero ningún muerto. El 12 de diciembre de 1969 hace explosión una bomba en Piazza Fontana, de nuevo en Milán, en el Banco Agrícola; esta vez sí hay muertos, dieciséis. El 22 de julio de 1970 una bomba mata a seis personas en la estación Gioia Tauro, y deja sesenta heridos. En el 72 explotó el Fiat de Peteano. El 28 de mayo de 1974 explota una bomba en una manifestación antifascista en Brescia: cuatro muertos. El 4 de agosto del mismo año, una explosión en el tren de Roma a Munich deja 12 fallecidos. La mayor de las masacres ocurre en 1980, el 2 de agosto, en la estación de trenes de Bolonia: ochenta y cinco muertos y más de doscientos heridos, el atentado más grave en la historia de Italia después de la guerra.
El atentado de Bolonia fue considerado por el gobierno de Francesco Cossiga como un accidente, en un primer momento; posteriormente, fue de nuevo atribuido a las Brigadas Rojas. No fue hasta 1995 cuando se condenó a los verdaderos responsables del mismo: Valerio Fioravanti y Francesca Mambro, neofascistas de Ordine Nuovo; fueron también condenados por encubrimiento dos miembros del SISMI, el servicio secreto militar italiano; y por los mismos motivos encausado el diputado Licio Gelli, viejo camisa negra reconvertido en agente de la CIA y líder de la poderosa logia Propaganda Due, que consiguió escapar a Suiza para evitar el procesamiento.
La declaración parlamentaria de Andreotti en octubre de 1990 supuso una monumental conmoción en Italia. El viejo político no había tenido un arranque de honestidad, sus palabras, desde luego, no estaban movidas por la conciencia o la culpa. Las motivaciones de Andreotti para destapar el escándalo nacen de un callejón sin salida, el que se había comenzado a dibujar con las investigaciones judiciales de Casson y de otros jueces, y en el que los aparatos del Estado, incluidos todos sus jefes de gobierno durante los 70 y 80, se estaban viendo encerrados. En 1988 el Senado italiano se vio obligado a crear una comisión de investigación, ante la vox populi que indicaba que algo olía a podrido en la versión oficial de la violencia de los “años de plomo”. Con algunos de los escuadristas neofascistas a sueldo de la OTAN y la CIA entre rejas y desvelando todo el entramado de Gladio, la verdad no tardaría en manchar la reputación de quién sabía cuántos políticos, empresarios e instituciones del Estado. Andreotti trató de adelantarse al escándalo, a fin de esgrimir su desconocimiento, y declarar que, en cualquier caso, él no vinculaba la existencia de esta red con los atentados de los años 70.
Tal fue la repercusión del descubrimiento público de Gladio que el Parlamento Europeo se vio obligado a aprobar una resolución en noviembre de 1990 reconociendo la existencia de dicha organización, la dirección de la OTAN y los actos terroristas, y llamando a los Estados en cuyos países se hubiera identificado esta estructura —que eran los doce que componían entonces la UE— a desmantelar lo que de ellas pudiera aún existir. La resolución exigía a los países en cuestión la apertura de comisiones de investigación, y la comunicación de dicha resolución a la OTAN y al gobierno de los Estados Unidos. Solo se formaron estas comisiones en Italia, Bélgica y Suiza. Ni la OTAN, ni los EEUU, como el resto de Estados, abrieron investigación alguna.
Es triste que en la actualidad, tan pocos años después de desvelado uno de los mayores casos de terrorismo de Estado y criminalidad política de la OTAN y la CIA, no haya ecos en la opinión pública. Es triste que, al contrario, y a pesar de las resoluciones y dictámenes oficiales, una verdad histórica tal sea tenida como una más de las teorías de la conspiración. Significa que vienen tiempos más oscuros aún.
Gelli: del fascismo a la OTAN (y de la OTAN al fascismo) |