Mil veces repetidos, los tópicos se concentran en que Stalin “confiaba” en el Pacto de No Agresión firmado en 1939 con Alemania, o bien en que no hizo caso de las numerosas advertencias que le llegaron, o bien en que el Ejército Rojo había quedado debilitado por las purgas de los años treinta.
Las primeras semanas de la guerra sobre suelo soviético fueron, en efecto, muy duras para el Ejército Rojo, sobre todo por la estrategia de resistencia a ultranza frente al avance hitleriano, que inicialmente no se pudo sostener.
Sin embargo, ello hay que ponerlo en relación con la situación histórica. Por ejemplo, Francia no fue capaz de resistir en absoluto y fue ocupada en muy pocos días, a pesar de lo cual la historiografía no lo califica como un “desastre” militar ni político porque, por su propia naturaleza de clase, un gobierno como el francés no podía hacer frente al ataque fascista, ni siquiera por el hecho proceder de un país extranjero.
La explicación es que la existencia de la URSS en la Segunda Guerra Mundial plantéo a todos los países capitalistas una lucha de clases superpuesta a una guerra convencional contra un enemigo “exterior”. Para muchos gobiernos europeos, como Polonia, por ejemplo, el auténtico enemigo no era Alemania, ni mucho menos el fascismo, sino el propio movimiento obrero y nadie mejor que los fascistas estaban preparados para hacer frente a ese enemigo interno.
En diciembre de 1941 Estados Unidos también sufrió una fuerte derrota en Pearl Harbour, que tampoco se califica como “desastre”, evadiendo la cuestión de fondo con el pretexto de la “sorpresa”. Nunca verán a nadie emplear contra Roosvelt los mismos términos que contra Stalin.
Stalin, el gobierno soviético y el Estado Mayor del Ejército Rojo sabían de antemano que un ataque alemán era inminente. Stalin fue el primero en advertirlo con diez años de antelación. Además, el Ejército Rojo conocía de sobra la manera de proceder de la Wehrmacht porque lo había analizado en España, lo había vuelto a comprobar en Europa entre 1939 y 1941 y lo había experimentado durante la “guerra de invierno” con Finlandia.
Pero una cosa es saber y otra estar preparado. No cabe duda de que se hicieron preparativos, uno de los cuales fueron las purgas en la dirección del Ejército Rojo, donde muchos cuadros militares tuvieron que dimitir y otros se reincorporaron. La limpieza pone de manifiesto que muchos oficiales del Ejército Rojo no compartían una misma estrategia militar.
Otro preparativo importante fueron las inversiones en la industria pesada, que comenzó a volcarse en la fabricación de material de guerra desde junio de 1940. A finales de ese año se empezaron a celebrar reuniones de alto nivel para estudiar las posibles líneas de ataque alemán. En diciembre de 1940 y en enero y marzo de 1941 se convocaron tres conferencias militares, lo que indica que no había la suficiente unanimidad dentro del Estado Mayor para hacer frente a la invasión.
No existía acuerdo sobre el ataque alemán ni tampoco sobre la reacción frente al mismo, si bien el punto de partida era correcto: había que dilatar lo más posible la fecha del ataque, lo cual vuelve a poner de manifiesto que el Ejército Rojo no estaba preparado para el mismo.
La historiografía más reciente que se apoya sobre documentos originales soviéticos indica que cuando en junio de 1941 los hitlerianos pusieron en marcha la Operación Barbarroja, el Ejército Rojo estaba en plena reorganización interna (*). El ataque capturó numeroso material de guerra recién llegado de las fábricas de armamento. Los cuadros intermedios del ejército se esperaban el ataque pero no supieron reaccionar frente al mismo. Una cosa es disponer del material de guerra más moderno y otra diferente saberlo utilizar y hacer un uso militarmente eficaz sobre el terreno.
(*) D.M.Glantz, Before Stalingrad. Barbarossa. Hitler’s invasion of Russia, 1941
Stroud, Glouc., Tempus, 2003