En Deir Ezzor el ejército sirio ha aplastado una violenta ofensiva del Califato Islámico en el distrito de Muwadafeen, causando cuantiosas bajas a los yihadistas.
El jueves Abu Al-Hos, un conocido comandante yihadista del grupo Jaysh Mughawir al-Thurade al que Estados Unidos sostenía en la zona de Badiya, en la zona rural de Damasco, se ha rendido al ejército sirio con todos sus hombres y material militar.
Los yihadistas hablan de traición en las redes sociales, una palabra que también aparece en los muros de un barrio de las afueras de Hama que aún conservan en su poder: “Nos han traicionado, nos van a matar a todos”.
Los yihadistas son plenamente conscientes de los crímenes que han cometido y que, si los imperialistas no les libran del cadalso “por razones humanitarias”, les espera un final terrible.
Lo que es seguro es que el final no será tan terrible para quienes han apoyado a los yihadistas desde la retaguardia, aunque todos ellos se merecen la misma suerte, especialmente Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Israel, Turquía y los países del Golfo.
Estos países no sólo son responsables del desencadenamiento de la guerra sino de que la misma se haya mantenido durante seis largos años, con su secuela de sangre y destrucción.
El principio del fin de la contienda ha sido la derrota de los que la pusieron en marcha, seguida del resquebrajamiento de su alianza.
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