Los sindicatos no se esperaban una respuesta tan grande de los trabajadores y corre la euforia. “Es un martes negro en París”, titula un periódico esta misma mañana ante el colapso de la capital francesa, con más de 550 kilómetros de vehículos atascados en los accesos, 10 líneas del metro paralizadas y sólo un tercio de los autobuses circulando por las calles.
La noche del jueves de la semana pasada, primer día de movilización obrera contra la reforma de las pensiones, el Ministerio del Interior contabilizó 800.000 manifestantes en las calles, mientras la CGT habló de 1,5 millones.
“Jugamos a lo grande”, dice Yves Veyrier, secretario general de Fuerza Obrera, mientras el Primer Ministro, Edouard Philippe, convoca improvisadamente una rueda de prensa en el patio de la sede del gobierno para iniciar una nueva ronda de negociaciones con los sindicatos.
Algunos trabajadores de la enseñanza suspendieron la huelga ayer para tomarla hoy con más ganas. A estas horas los trabajadores de las refinerías ya han parado, así como los de las Administraciones públicas, los transportes, las tiendas de alimentación, los pilotos, los estudiantes… Hasta los abogados han colgado la toga.
Como se vio la semana pasada, el movimiento obrero expresa una rabia mal contenida durante muchos años de explotación, con detalles muy curiosos. Los trabajadores no se limitan a parar o a desfilar por la calle. Fabrican carteles rudimientarios, verdaderas válvulas de escape de sus sensaciones y frustraciones. No llevan las pancartas ni las consignas de los sindicatos sino las suyas propias.
En las tertulias televisivas los “expertos” se devanan los pocos sesos que tienen. Un año de lucha de los “chalecos amarillos” no ha transcurrido en vano. Lo impregna todo y el gobierno demuestra, una y otra vez, que no está preparado para batallas que no vayan domesticadas previamente por los sindicatos amarillos y los partidos transgénicos de nueva factura.
Unos hablan de que hay que hablar; los otros están cansados de oir siempre lo mismo. Quieren que les paguen por las décadas de cotización y privaciones que han tenido que soportar.
“Es un problema de comunicación”, dicen los tertulianos. “El gobierno está comunicando mal”, una frase que en román paladino se traduce por “El gobierno ya no engaña a nadie con palabrería ni promesas”.
“La reforma de las pensiones nunca va bien. Desde el momento en que Usted pone las palabras ‘reforma’ y ‘pensiones’ en la misma frase, moviliza a la gente», le dice al Primer Ministro un diputado de su propio partido.
“Para jubilarse hay que saber un poco sobre la vida, el trabajo y las dificultades. Nuestros ministros […] viven en su nube”, dice Philippe Martínez, el cacique mayor de la CGT (y por esta vez tiene razón).
Para que se hagan una idea de cómo están los ánimos: ayer un periódico hablaba de “lucha armada” de los sindicatos contra el gobierno, o más bien de una “guerra popular prolongada”, porque algunos quieren una nueva manifestación para el jueves de esta semana y luego otra para el sábado…