El problema no es tanto esta propaganda burguesa -a la que ya estamos acostumbrados y debería resbalarnos- como la mella y erosión que puede causar en mentes progresistas y pieles delicadas y hasta consecuentemente de izquierdas o, dicho en otras palabras, hacer suyo o internalizar ese discurso falaz y mendaz dominante, que está cargado con balín ideológico ponzoñoso, y tratar de emularlo y, aún peor, imitarlo, para adquirir label de «demócrata» a la occidental manera otrosí unas elecciones homologables en el «mundo libre» al que trataríamos de «convencer» de la ortodoxia del sistema electoral tan válido -y homologable, ya decimos- como cualquiera de la órbita occidental. E incluso, de no ganar quienes les gustaría, dirán -sobre todo en América Latina- que ha ganado el «populismo» (de izquierdas), el «chavismo» con su demagogia propia de dictadorzuelos.
El peligro, pues, vendría de introyectar este mantra… que les gusta a ellos, a los que, dueños de los mass media, deciden y reparten las etiquetas de países democráticos, populistas o, lo peor, dictaduras comunistas a la norcoreana que se suceden por vía familiar (dicho en monarquías como la española o en Repúblicas como la gringa y las sagas familiares de los Clinton o los Bush).
De lo que se trata, además de evitar estos tics y complejos, es de desarrollar e implantar, en los países socialistas o en vías de ello, una democracia socialista (y no burguesa) con su manera de hacer las cosas y, sobre todo, con su manera de entender la política olvidándose de los cantos de sirena que llegan del escaparate occidental donde impera la democracia de «un hombre, un voto ¡y a callar!» No hay que demostrar nada a nadie, y menos a esta gentuza. Es la única manera de ser un país independiente y libre.
Buenas tardes.