La nueva subnormalidad consiste en imponer la mascarilla a los niños, casi desde que nacen. La apertura del curso escolar -si es que alguna vez se abre- va a ser un buen campo de pruebas del nivel de pánico que han logrado sembrar.
Los profesores ya han anunciado una huelga por falta de “medidas de seguridad” y en los padres la alarma es aún mayor. Muchos jamás volverán a llevar a sus hijos al colegio, salvo que el milagro de la vacuna llegue rápido (excepto si la vacuna es rosa o china, porque en tal caso no son seguras).
Las mascarillas han llegado para quedarse, lo mismo que el resto de la parafernalia desatada por los “expertos de plató”. Las empresas de todo tipo ya trabajan en ello. Su objetivo es normalizar la imbecilidad.
La tecnología ayuda a convertir a los seres humanos en robots desde su nacimiento. Habrá mascarillas inteligentes para los más idiotas porque los “avances científicos” deben suplir lo que la naturaleza no otorga.
Una empresa con sede en Tokio, Donut Robotics, ha desarrollado la primera “mascarilla inteligente” del mercado, hecha de plástico blanco y capaz de conectarse vía bluetooth a un móvil o a una tablet.
Es una manera de contribuir a que nadie se quite la mascarilla jamás. Si nos duchamos con el móvil en la mano, ¿por qué no con mascarilla?
La mascarilla se acopla sobre otra “no inteligente” situada debajo, se conecta a la red y puede transcribir y traducir las palabras en mensajes de texto, hacer llamadas o amplificar la voz del portador de la mascarilla.
“Hemos trabajado duro durante años para desarrollar un robot y hemos utilizado esta tecnología para crear un producto que aborde la manera en que el coronavirus ha remodelado la sociedad”, ha dicho Taisuke Ono, cabecilla de Donut Robotics.
El precio es de 40 dólares. Las primeras 5.000 mascarillas “c” ya se están enviando a los compradores japoneses, de donde pasarán a Estados Unidos, China y luego Europa.
Donut Robotics acababa de ganar un contrato para proporcionar guías robóticas y traductores en el aeropuerto de Haneda de Tokio, un producto cuyo futuro es incierto tras el colapso de las aerolíneas. Cuando no hay aeropuertos ni transporte aéreo, lo rentable es fabricar mascarillas.
La multinacional Ono recaudó 260.000 dólares vendiendo acciones de Donut Robotics. “Levantamos nuestra meta inicial de 7 millones de yenes en tres minutos y nos detuvimos después de 37 minutos cuando habíamos alcanzado los 28 millones de yenes”. Un chollazo.
Los negacionistas ya no podrán equiparar la mascarilla a un bozal para perros porque los animales no se conectan a internet, ni se hacen autofotos, ni necesitan geolocalizador, ni traductor del japonés al euskera.
Ojalá se pudiera equiparar a un bozal lo que nos obligan a ponernos en la cara. Un bozal al menos tiene rendijas o agujeros por donde corre libremente el aire. Las mascarillas se asemejan más a mordazas, pues esa es su verdadera función. Propongo usar la palabra mordaza en lugar de bozal por ser más adecuada.