Mamá, Pepito no se deja pegar, buaaaahh

Si hay algo que eriza los cabellos y pone la piel de gallina de terror a la burguesía es la violencia organizada del pueblo. Cualquier manifestación de ella, por mínima que sea, pondrá en alerta roja todos sus mecanismos de condena de la misma, lo mismo metafísicos: la violencia genera más violencia, la violencia no sirve de nada, etc., que físicos: todo su aparataje represivo e ideológico puesto en aguardo a la busca y captura de la presa disidente, lo mismo un rapero que un manifestante.

De la primera se encargan los «intelectuales» áulicos, y de la segunda la policía y los medios de desinformación de masas. No toleran la mínima expresión de malestar que se salga de los cauces pacíficos y rebasen el panfilismo lanar. Han aprendido que una chispa puede incendiar la pradera, que decía Lenin.

Lo hechos violentos ocurridos en la Plaza Roja de Vallecas (Madrid) se han producido como reacción defensiva a una provocación de un fascista defendido por esbirros uniformados de corte fascista. Si no, Abascal y su cuadrilla ni se hubieran movido. Los manifestantes fueron a expresar su rechazo y no a reventar nada, pero, aún así, fueron molidos a palos, incluso provocando la bronca infiltrando fascistas tirando piedras y ladrillos para dar pie a la intervención policial. Todo esto es sabido y no merece la pena entrar a «discutir» con gente venal y vendida haciéndoles el juego.

Con el fascismo no se discute, se le combate, como bien decía una leyenda urbana.

Más relevante es saber que no fue a iniciativa popular que se iniciaran los «incidentes», y aún así, todos los voceros del discurso-mantra dominante pierden los nervios y cargan enloquecidamente contra una actitud de autodefensa. Pues qué será el día que pasen al ataque sin complejos, podría decir un castizo. En realidad, se trata de hacer «saber», escarmentar, al pueblo de quién es la calle. Y quién tiene el monopolio de la violencia, esto es, del Estado fascista, como con Franco la calle era de Fraga. No se permitirá ni el menor atisbo de tomas de bastillas ni palacios invernales.

Distinta clase de violencia -esta vez justísima, como la autodefensiva de Vallecas- es, por ejemplo, la habida en las calles de Barcelona cuando el referéndum por la independencia de Catalunya. Noches y noches con las calles en llamas. Enfrentamientos con la Policía, una Policía que recula y retrocede ante los ataques de unos manifestantes no dispuestos a ceder en nada y plantar batalla, bien que desigual, pero firme. O las reacciones, ya en todo el Estado español, por la demencial prisión de Pablo Hasel.

Ya estamos ante una batalla pensada, decidida, firme, aunque no organizada, pues, de estarlo, ya hablaríamos de asonadas, rebeliones y hasta revoluciones. No es así, pero el masajeo y el lavado cerebral -como ocurre con la pandemia actual- continúa, incluso apelando a instintos y bajas conciencias ante un escaparate o un contenedor ardiendo. Pero hay algo cualitativamente distinto que diferencia estas respuestas de otras superiores, y es que estas últimas dejarán mudos a las voces de sus amos. Y a sus brazos armados, paralizados.

Es cuando el niño señorito se quejará llorando ante su mamá-Estado que el niño obrero no se deja ni torear ni pegar.

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