Macron hace lo que Putin no se atrevió: detener al dueño de Telegram

El fundador de Telegram, Pavel Durov, fue detenido en el aeropuerto de Le Bourget, en París, el sábado alrededor de las 20:00 horas. París ha sentado “un precedente mundial” al detener a Durov, afirma el periódico francés Le Monde.

El montaje policial es interesante porque han recurrido a la Oficina del Menor que dirige una joven comisaria, Gabrielle Hazan, con ganas de ascender y ponerse medallas.

La Oficina es un departamento de la policía judicial francesa especializada en la represión de la violencia contra los niños y adolescentes. Abrió una investigación para incluir a Durov en el Archivo de Personas Buscadas.

Naturalmente a la comisaria nunca se le hubiera ocurrido orquestar un montaje tan espectacular. Ella se ha limitado a cumplir órdenes y su Oficina es la coartada perfecta porque ¿quién puede oponerse a la lucha heroica de la policía francesa contra la pedofilia?

El caso Assange, que empezó como si fuera una acusación de violación de dos mujeres, ha creado escuela.

En el caso de Telegram, el montaje tiene por objeto crear la imagen de un red oscura, dominada por el crimen organizado, que aprovecha el cifrado de los mensajes, a diferencia de otras redes sociales, como las de Meta/Facebook.

El cifrado de una red social protege a los usuarios, que tienen un derecho a la intimidad, nominalmente tutelado por países, como los europeos, que presumen de ello a cada paso.

El anonimato de internet no es otra cosa que una extensión del derecho a la intimidad.

En Reino Unido han aprobado una ley que prohíbe el cifrado de puntos finales y, bajo amenaza de cárcel, la Regulation of Investigatory Powers Act obliga a entregar las claves, por ejemplo del cifrado de datos de un disco, a petición de la policía. En Australia también existe una ley parecida, así como en otros países.

Pero el cifrado es una entelequia porque cualquier policía, incluso la francesa, está suficientemente capacitada para quitar el velo de los mensajes, aunque sea una tarea más laboriosa. El verdadero problema es que Telegram se ha negado a censurar los contenidos, como otras redes sociales.

Tampoco informa a la policía sobre los usuarios. Como dice el periódico Le Monde, esta red social destaca por su “falta de colaboración”.

Es obvio que la tarea de una red social, cualquiera que sea, no es la de censurar o prohibir las publicaciones, como tampoco lo es de Correos o Telefónica.

Antes los intoxicadores europeos aplaudían a Durov porque era un campeón en la defensa de la libertad de expresión. Se negó a colaborar con la policía rusa y trasladó la sede de Telegram a Dubai. Pero ahora Francia ha ido mucho más allá: le ha detenido, algo a lo Rusia nunca se atrevió.

Son muy malos tiempos para la libertad de expresión.

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