El teléfono inteligente ha comenzado a desempeñar un papel muy importante en el embrutecimiento y la insensibilidad humana. En lugar de ser una fuente eficaz de transmisión de información (o incluso un testigo incómodo para el poder, como parece advertise en algunas series distópicas), se ha convertido en un lastre para todas aquellas personas que dependen de ellos. Las personas recurren a estos dispositivos para todo tipo de operaciones diarias, la mayoría innecesarias, incluida la realización de problemas matemáticos simples para no tener que pensar.
Es importante resaltar que esta reflexión justamente se escribe cuando el mundo está a punto de dar un paso más, mediante la realidad virtual, que puede conducir a una mayor disfunción social y que ofrece una forma aún más contundente de suprimir la capacidad de las personas para relacionarse entre sí en el mundo real. Especialmente preocupante es el efecto que podría tener en los niños que lo experimentan y lo adoptan.
Los teléfonos inteligentes están siendo aceptados como una extensión de nuestro ser, y lo cierto es que la tendencia general no es una simple moda, sino que la socialización del teléfono inteligente es una decisión política de muy alto nivel y cuya implementación la vemos día a día: citas en organismos públicos, medio de pago para la supresión del dinero en efectivo, «carnet virtual», etc.
En el caso de España, por ejemplo, y desde hace años, viene implementando de manera sigilosa la geolocalización de contribuyentes, que proporciona una valiosísima información a los gestores del poder público. Lo mismo ocurrió con las «aplicaciones COVID» incorporadas, muchas veces sin autorización de los usuarios, en los dispositivos más utilizados.
Se ha prestado mucha atención a algunas de las ideas y visiones que ha planteado el Foro Económico Mundial en el último tiempo. Un atisbo poderoso y muy visible estaba contenido en su video promocional titulado: “8 predicciones para el mundo en 2030. Esta agenda 2030 promueve la idea de que para 2030, «No serás dueño de nada. Y serás feliz». Y los teléfonos inteligentes encajan a la perfección en esa idea, ya que con ello se apuesta a la creación de un grupo de población completamente receptivo a los mensajes que con estos dispositivos se transmitan: desde la publicidad encubierta a la generación de opinión.
Curiosamente, aunque muchas personas admiten que son adictas a estos teléfonos por ofrecer una forma de escape del mundo real, hay una tendencia creciente de regreso a los «teléfonos tontos». Las búsquedas en Google sobre estos aparatos aumentaron un 89% entre 2018 y 2021, según un informe de la firma de software SEMrush.
Aunque las cifras de ventas son difíciles de obtener, un informe señala que las compras globales de «teléfonos tontos» debieron alcanzar los mil millones de unidades durante el 2021, frente a los 400 millones de 2019, tendencia que al menos ratifica la existencia de un núcleo de población menos permeable a la influencia de las grandes firmas tecnológicas.
Ahora bien, no hay que subestimar el papel del teléfono inteligente en el embrutecimiento general, especialmente en la infancia, a quien va dirigida gran parte de la producción de contenidos que se transmiten vía smartphone. Cuando un teléfono proporciona la respuesta a problemas matemáticos simples, muchas personas ya no se sienten obligadas a aprender o memorizar las cosas que nos dan perspectiva y nos ayudan a comprender el mundo que nos rodea.
Se ha hecho evidente que los teléfonos inteligentes cambian más que la sociedad. También cambian a las personas. Ser capaz de presionar algunos botones no necesariamente te hace más inteligente; probablemente sea lo contrario.