Los que han provocado el terrorismo en Oriente Medio no pueden acabar con él

Seumas Milne

(artículo publicado en ‘The Guardian’ en junio del pasado año)

La guerra contra el terror, esa eterna campaña lanzada hace catorce años por George Bush se retuerce con contorsiones más grotescas. El juicio en Londres de un sueco, Bherlin Gildo, acusado de terrorismo en Siria, colapsó tras aclararse que la inteligencia británica había estado armando a los mismos grupos rebeldes de cuyo apoyo se acusaba al procesado. La acusación abandonó el caso, aparentemente para evitar complicar a los servicios de inteligencia. La defensa argumentó que seguir adelante con el juicio hubiera sido una “afrenta a la justicia” cuando había buenas pruebas de que el propio Estado británico había proporcionado “amplio apoyo” a la oposición armada siria.

Esto no sólo incluía la “asistencia no letal” cacareada por el gobierno (incluyendo blindaje personal y vehículos militares), sino entrenamiento, apoyo logístico y la entrega en secreto de “armas de forma masiva”. Algunas informaciones citan que el MI6 ha estado cooperando con la CIA en una “línea de escape” de armas, desde los almacenes en Libia hacia los rebeldes sirios en 2012, tras la caída del régimen de Gadafi.

Claramente, el absurdo de enviar a alguien a la cárcel, por hacer lo mismo que los ministros y los oficiales de seguridad hacían, era demasiado. Pero éste es solamente el último en una serie de casos similares. Menos suerte tuvo el taxista londinense Anis Sardar, quien, por haber participado en 2007 en la resistencia contra la ocupación de Irak por fuerzas británicas y estadounidenses, fue condenado a cadena perpetua quince días antes. La oposición armada a una invasión u ocupación ilegal no constituye claramente terrorismo ni asesinato en la mayoría de las definiciones, incluyendo la Convención de Ginebra. Pero el terrorismo está ahora en el ojo del espectador. Y en ningún lugar es esto ahora más cierto que en Oriente Medio, en donde los terroristas de hoy son los luchadores de mañana contra la tiranía, y los aliados son enemigos, frecuentemente dependiente del desconcertante capricho de una conferencia de los políticos occidentales.

En 2014 Estados Unidos, el Reino Unido y otras fuerzas occidentales volvieron a Irak, supuestamente para destruir el ultrasectario grupo terrorista Califato Islámico (anteriormente conocido como Al-Qaeda en Irak). Esto sucedió tras la toma por parte del Califato Islámico de grandes trozos del territorio sirio e iraquí, y la proclamación de un peculiar califato islámico. La campaña no está marchando bien. El último mes, el Califato Islámico entró en la ciudad iraquí de Ramadi, mientras al otro lado de la ahora inexistente frontera sus fuerzas conquistaban la ciudad siria de Palmira. La franquicia oficial de Al-Qaeda, el Frente Al-Nosra, también ha estado haciendo avances en Siria.

Los irakíes se quejan de que Estados Unidos se sentó a mirar mientras todo eso sucedía. Los norteamericanos insisten en que están evitando causar daños a civiles, y alegan importantes éxitos. En privado, los funcionarios dicen que no quieren que se les vea como atacantes de las fuerzas sunníes en una guerra sectaria, y molestar a sus aliados sunníes del Golfo. Una luz reveladora de cómo hemos llegado aquí lo ha proporcionado un informe secreto de la inteligencia de Estados Unidos recientemente desclasificado, escrito en agosto de 2012, que predice de forma asombrosa, y en la práctica celebra, la perspectiva de un “pequeño Estado soberano salafista” en el este de Siria, y un Califato Islámico dirigido por Al Qaeda en Siria e Irak. En duro contraste con las afirmaciones occidentales de aquel tiempo, el documento de la Defense Intelligence Agency identifica a Al-Qaeda en Irak (que se convirtió en el Califato Islámico) y otros salafistas como “las principales fuerzas impulsoras de la insurgencia en Siria”, y afirma que los “países occidentales, los Estados del Golfo y Turquía” apoyaban los esfuerzos de la oposición para tomar el control en el este de Siria.

Planteando la “posibilidad de establecer un Estado salafista declarado o no”, continúa el informe del Pentágono, “esto es justamente lo que quieren las fuerzas opositoras, de cara al aislamiento del régimen sirio, que se considera la profundización de la estrategia de la expansión chiíta (Irak e Irán)”.

Y esto es justamente lo que sucedió dos años más tarde. El informe no es un documento político. Está redactado de forma básica y tiene ambigüedades en el lenguaje, pero las implicaciones quedan suficientemente claras. Tras un año de rebelión en Siria, Estados Unidos y sus aliados no solamente apoyaban y armaban a una oposición que sabían dominada por grupos ultra sectarios; estaban preparados para permitir la creación de algún tipo de “Califato Islámico” (pese al “grave peligro” para la unidad de Irak) a modo de colchón sunní para debilitar a Siria.

Esto no significa que Estados Unidos creara el Califato Islámico desde luego, pese a que algunos de sus aliados del Golfo jugaran un papel en ello, como el vicepresidente Joe Biden reconoció en 2014. Pero no había ningún Al-Qaeda en Irak hasta que Estados Unidos y el Reino Unido lo invadieron. Y los Estados Unidos ciertamente han aprovechado la existencia del Califato Islámico contra otras fuerzas en la zona como parte de una operación más amplia de mantener el control de los occidentales.

El cálculo cambió cuando el Califato Islámico comenzó a decapitar occidentales y a publicar atrocidades en línea; los Estados del Golfo respaldan ahora a otros grupos en la guerra de Siria tales como el Frente Al-Nosra. Pero esta costumbre de los países occidentales de jugar con los grupos yihadistas, que luego les muerden, se remonta por lo menos a la guerra de los años 80 contra la Unión Soviética en Afganistán, que promovió a la Al-Qaeda original, bajo la tutela de la CIA.

Se volvió a calibrar durante la ocupación de Irak, en donde las fuerzas norteamericanas dirigidas por el general Petraeus patrocinaron un estilo de guerra sucia, tipo El Salvador, empleando escuadrones de la muerte sectarios para debilitar la resistencia irakí. Y se retomó en 2011 durante la guerra de la OTAN contra Libia, en donde el Califato Islámico tomó el control de la ciudad natal de Gaddafi, Sirte.

El realidad, la política de Estados Unidos y Occidente en la conflagración en Oriente Medio pertenece al clásico modelo de divide y vencerás. Los norteamericanos bombardean a un grupo de rebeldes mientras apoyan a otros en Siria, y organizan operaciones militares conjuntas con Irán contra el Califato Islámico en Irak, mientras apoyan las campañas militares de Arabia saudí contra las fuerzas hutis respaldadas por Irán en Yemen. Pese a lo confusas que puedan ser las políticas de Estados Unidos, una Siria y un Irak débil y fragmentado cumplen ese enfoque a la perfección.

Está claro que el Califato Islámico y sus monstruosidades no serán derrotados por las mismas fuerzas que lo llevaron los primeros a Irak y a Siria, y cuya guerra abierta o cubierta lo ha promovido en estos años. Las eternas intervenciones militares occidentales en Medio Oriente solamente han traído división y destrucción. Solo los pueblos de la región pueden curar la enfermedad, y no aquellos que incubaron el virus.

Fuente: https://www.theguardian.com/commentisfree/2015/jun/03/us-isis-syria-iraq
 

comentario

  1. hola, les pongo este enlaze de una noticia…. por si les interesa
    politica.elpais.com/politica/2016/08/12/actualidad/1471026739_508632.html

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