Lo más interesante no es que alguien haya publicado un libro sobre la nueva religión contemporánea, la tecnología, sino que lo haya hecho precisamente el Instituto Tecnológico de Massachusetts. La obra es de Greg Epstein, que se declara “agnóstico” de la nueva religión (1), que tiene sus pontífices que, como portavoces de dios en la tierra, no se equivocan nunca. Pero también tiene sus sacerdotes, sus diáconos, sus párrocos, sus monaguillos, sus místicos y sus akelarres.
La nueva iglesia tiene fieles, que a veces se llaman “geeks”, que se encargan de convertir la tecnología en una ideología, e incluso en una subcultura donde no es fácil diferenciar entre un progreso de las fuerzas productivas y un batiburrillo de tonteorías.
Es verdad que no hay muchos “geeks”, pero les gusta escribir en blogs y foros de internet para sentar cátedra. Si no estás con ellos es porque eres un hereje o, como se dice en el mundo moderno, un “negacionista”. Es posible que, como tal, seas al mismo tiempo “ultraderechista” porque los creyentes siempre defienden el orden establecido: la democracia, los derechos humanos y la CIA.
Como todas las religiones, la tecnología moderna ha amasado grandes fortunas y creado poderosos monopolios que empiezan a darle bocados el mundo. Si el obispo Bezos compra el Washington Post, Musk compra X/Twitter. Para ellos es un entretenimiento más. Cuando tienes mucho dinero, no sabes en qué gastarlo.
Las empresas tecnológicas se envuelven en un halo de misterio y se enorgullecen de tener una cultura y reglas propias (“términos de servicio”), como las órdenes monásticas. También exigen juramentos de lealtad, en forma de acuerdos de confidencialidad.
Como los milagros bíblicos, las estupideces tecnológicas no tienen límites. Unos “geeks” dicen que el universo es un holograma (2) y otros que vivimos dentro una simulación de ordenador (3). Son estupideces cada vez más corrientes en las modernas revistas que se califican a sí mismas como “científicas”.
Las estupideces yambién tienen su jerarquía. La mayor de ellas es es creer que los problemas de la humanidad son técnicos y que, por lo tanto, corresponde solucionarlos a los técnicos.
Otra es suponer que la tecnología es siempre algo positivo y que su impulso actual no deriva de un intento de control social asfixiante, como el reconocimiento facial. A cualquier cosa lo llaman “tecnología” y cualquier “tecnología” se considera un progreso.
Como consecuencia de ello, los que se oponen a las tonteorías de los “geeks” se oponen al progreso, son unos reaccionarios, se han quedado anticuados… Es lo que pretenden hoy los reformistas: asimilar cualquier crítica a la famosa “ultraderecha”.
(1) https://mitpress.mit.edu/9780262049207/tech-agnostic/
(2) https://www.esquire.com/es/ciencia/a44709661/universo-holografico/
(3) https://www.muyinteresante.com/actualidad/61730.html