Los números son como los detenidos: si los torturas lo suficiente acabarán diciendo lo que tú quieres oir

El 31 de octubre del año pasado la revista Nature, que es el ágora mismo de la ciencia, publicó un artículo sobre el calentamiento del océano.

El artículo estaba firmado por media docena de investigadores pertenecientes a centros de renombre internacional de los que nadie -en su sano juicio- puede dudar: la Universidad de Princeton, la Universidad Fudan de Shangai y el Centro de Investigaciones Oceánicas de Kiel (1).

No se trataba, pues, de una revista de segunda división, ni el artículo estaba redactado por becarios precisamente.

La tesis que sostenían los autores es tópica y conocida: ya no tenemos más tiempo, los océanos se calientan mucho más rápido de lo que se pensaba hasta ahora y el planeta es una barbacoa en la que nos vamos a asar dentro de muy poco tiempo.

No es ninguna novedad decir que el artículo era falso y la propia revista Nature pidió a los autores que lo retiraran de la circulación. Así lo hicieron y hace poco Nature acaba de publicar una retractación firmada por los farsantes (2).

Tampoco es la primera vez que desde aquí advertimos (3) contra eso que los más cretinos califican como “hechos” o “datos” tomados de la observación de la realidad: no son tales, no son hechos sino mediciones estadísticas, cuya comprensión no está al alcance de cualquiera, ni siquiera de un científico, porque requiere el conocimiento de técnicas muy especializadas.

La medición de cualquier temperatura es un proceso complejo que requiere manejar infinidad de datos, lo cual sólo se puede llevar a cabo en potentes ordenadores con determinados programas informáticos.

Por lo demás, es algo característico de la ciencia moderna. En un observatorio los astrónomos apenas miran por el telescopio; lo que “leen” son números y, como decía el demógrafo francés Alfred Sauvy, “los números son como los detenidos: si los torturas lo suficiente acabarán diciendo lo que tú quieres oir”.

Las falsificaciones también son características de la ciencia moderna, mucho más abundantes que en el arte, sobre todo si consideramos que revistas, como Nature, forman parte de ella. A las revistas científicas la ciencia les importa un bledo porque son empresas privadas que persiguen el lucro, como cualquier otra.

Si quien presume de ser el ágora de la ciencia publica artículos fraudulentos, ¿qué no ocurrirá con las revistas de segunda división que luego circulan por ahí como una plaga de langostas?

Lo que favorece la publicación de falsedades en las revistas científicas es obvio: determinados artículos se miran con lupa porque van contra la corriente, mientras que los demás, como los seudoecologistas, son capaces de colar cualquier idiotez.

Lo mismo ocurre con las universidades. ¿Acaso ya nadie se acuerda del Plan Bolonia?, ¿y de las puertas giratorias? Cada vez es más difícil diferenciar a una universidad de una empresa capitalista. La Universidad de Barcelona ha creado una cátedra de “sostenibilidad energética” que no es lo que parece. Se trata de un tinglado oculto detrás de una maraña de fundaciones de los grandes monopolios como Repsol, Enagás, ACS, CEPSA, CLH, Endesa o Gas Natural Fenosa (4).

La catedrática es María Teresa Costa Campi, un personaje “todo en una”: doctora cum laude en economía a la vez que consejera de Red Eléctrica y diputada por el PSOE entre 2000 y 2004…

Cuando los incautos leen algo procedente de ese tipo de “cátedras” son propensos a pensar que la ciencia es eso: un puré entre la beneficencia, la seudoecología y la política económica del capital monopolista.
 
(1) https://www.nature.com/articles/s41586-018-0651-8
(2) https://www.nature.com/articles/s41586-019-1585-5
(3)
Mentiras, medias verdades y estadísticas,

https://mpr21.info/2015/05/mentiras-medias-verdades-y-estadisticas.html
(4) https://www.funseam.com/es/sobre-la-fundacion/catedra-de-sostenibilidad-energetica-de-la-ub

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