Darío Herchhoren
Ha pasado la llamada «semana santa», y me ha dejado tras de si una serie de reflexiones que quiero transmitir a los estimados lectores.
La primera de ellas es que la llamada semana santa tiene mucho de teatral, y mucho de terrorífica. Muestra quizá lo peor y más siniestro del folclore nacional.Ver a individuos vestidos con la capucha del Ku Kux Klan causa una sensación de miedo; y quizá sea eso lo que quiere transmitir. No olvidemos que la religión debe mucho de su poder al miedo y gracias a ese miedo; que la iglesia católica ha explotado desde la más remota antigüedad. El miedo al más allá; el miedo a la muerte; el miedo a traspasar el muro entre la vida y la muerte. Yo les invito a no tener miedo: Cuando la vida se acaba, y tal como enseñaba el famoso químico Luis Lavoisier nada se pierde, todo se transforma, y esto nos explica dos cosas; primero que el cuerpo se descompone, y que esa descomposición se transforma en nueva vida, ya que a consecuencia de esa transformación hay toda una fauna cadavérica que se apodera de la sustancia muerta para alimentarse, y se crea nueva vida. La segunda conclusión que debe sacarse, es que Lavoisier era en realidad un dialéctico, ya que veía las cosas en un incesante proceso de cambio.
Pero veamos las procesiones de semana santa en su aspecto teatral, con sus costaleros, sus capataces que dirigen los llamados pasos de las procesiones, sus alcaldes y concejales que asisten compunjidos a esas ceremonias, que se repiten todos los años como una letanía, sus presos liberados, sus lavados de pies, sus flagelaciones y sufrimientos, y entre sus procesiones quiero referirme a una de ellas muy especialmente, por su carga de morbosidad y locura, que es la que protagoniza la legión y sus caballeros legionarios. Esa procesión quizá sea la quintaesencia de todo lo que significa la derecha rancia española con sus símbolos tales como los toros, las peinetas y mantillas, la copa de brandy, los puros, el irse de putas, la brutalidad del franquismo, y coronando todo ello el partido Vox, salido de la costilla del PP (Partido Podrido). He visto por la televisión a la legión española, sosteniendo brazo en alto sin esfuerzo, como corresponde a auténticos legionarios, que nunca se cansan, ni tienen frío ni calor, al «cristo de la buena muerte», y entonando el himno de la legión, donde los legionarios decían ser los novios de la muerte. Una de las preguntas que se me ocurren es saber si esos novios de la muerte alguna vez llegan a casarse con la muerte, y si a raiz de ese casamiento tienen hijos; y si esos hijos como hijos de la muerte tienen vida o nacen muertos como su hipotética madre.
Todo esto me lleva a la figura del geneal Millán Astray fundador de la legión española, que es un remedo de la legión extranjera francesa, pero a lo bestia. El fundador Milán Astray era un fascista demente, además de un grave tullido, y el himno de la legión es una pieza musical a su medida que revela entre otras cosas la incapacidad de los sucesivos gobiernos surgidos luego de la muerte de Franco de limpiar las instituciones del estado de excrecencias como el «himno de la legión».
Me cuesta creer que los legionarios que prestan servicio en la legión canten con convicción ese himno morboso que hace una exaltación tan extrema de la muerte. Quiero recordar que el general Millán Astray, en la famosa cena a la que asistió Miguel de Uamuno gritó «viva la muerte» «muera la inteligencia». Además del contrasentido que significa gritar vivas a la muerte, ello revela también el grave desorden mental del general. Una tarea que debería acometer el próximo gobierno es acabar con ese «himno», como una muestra de salud democrática.
Y, hablando de miedos: El miedo a ser inculpado de ir en contra de los dogmas católico˗cristianizantes (que les sirvió para imponernos la bimilenaria historia actual) y, en consecuencia, el miedo a ser torturado en lúgubres calabozos, el miedo a ser crucificado y posteriormente expropiado en perjuicio de la descendencia, etc.
Y eso por hablar tan solo de los miedos y su utilidad para los impositores que, cristianizando a los sometidos como acción preventiva por miedo a que levanten, se perpetúan y, como la cosa funciona suficientemente (vamos ya por el tercer milenio regidos según el modelo del “El Pueblo Elegido”), pretenden hacerlo extensivo a todo el planeta según el declarado "Destino Manifiesto Yanqui". Es por ello que sus religiones y ritos inherentes deben ser protegidas a ultranza y perseguidos con saña quienes se oponen a ese instrumento de opresión, cuando menos exigiéndonos un respeto que no se merecen los gestores del rentable consorcio de los cielos en la tierra, si tenemos en cuenta que con ello nos posicionamos como gentes veraces contrarias a ser parasitadas socialmente por parásitos sociales de tamaña envergadura.
Y esto os lo digo a vosotros, los intelectuales, porque os veo miopes con respecto a la historia en que vivimos que, de tan depurados sus métodos de dominio en la actual era tecnológica, perdéis prácticamente todos vosotros de vista que lo que vivimos tuvo un origen y continuación hasta la fecha, y continuará hasta la total victoria fascista o su derrota.
Me ha llamado la atención, en la foto que ilustra el texto, la imagen frágil y delicada de esa
niña, situada en el ángulo superior izquierdo de la foto, que parece estar arrinconada por la
extrema brutalidad del siniestro espectáculo. Esa niña simboliza y encarna la realidad de muchas
personas que, alienadas por la ignorancia, arrastradas por la inercia de las más perniciosas
"tradiciones" y apabulladas por el miedo, rinden humillante tributo a sus verdugos.
Definitivamente, hay que acabar con este institucionalizado espanto.