Esos mitos son “los famosos”, esa legión de patanes adulados y premiados a través de cuyas entrevistas se crea una realidad de cartón para consumo de millones de lectores, o bien malvados que sirven -no menos fielmente- de muñecos de feria a los que es posible insultar, como a Kim Jong-un, sin que nadie proteste.
En la lista de los buenos está Aung San Suu Kyi, un mito asiático al que le concedieron el Premio Nobel de la Paz cuando en Washington lo necesitaron. Fue un icono de “la democracia” que se desmoronó en cuanto se convirtió en la jefa del gobierno birmano.
En 2017 le estallaron en plena cara las matanzas de los rohingyas, donde se demostró lo que los imperialistas y sus secuaces entienden por “paz”. Más de 740.000 miembros de la minoría musulmana son apátridas en su propio país y han tenido que huir a Bangladesh ante el acoso del ejército y las milicias budistas.
Sin embargo, Aung San Suu Kyi dice que la prensa proporciona un “iceberg de desinformación” sobre los rohingyas. Los periodistas son como los astros del firmamento y ahora se han alineado en contra de la dirigente birmana, lo mismo que antes la encumbraron hasta el olimpo.
Aung san Suu Kyi cree que ya tiene su imagen perfilada y desde que llegó al poder casi nunca habla con la prensa.
El enfrentamiento de Aung San Suu Kyi con los medios ha llegado al punto de que dos periodistas de Reuters fueron detenidos, aunque ayer los tuvieron que liberar por “presiones internacionales”, es decir, porque lo dijo quien manda. Reuters es un hueso duro de digerir, es decir, intocable.
La “pacifista” asistía a un Foro sobre “reconciliación religiosa” en Naypyidaw, la capital administrativa de Myanmar cuando los periodistas fueron liberados, pero no respondió a las preguntas poco amables de los reporteros.
Su portavoz, Zaw Htay, comentó que fueron indultados en nombre del “interés nacional a largo plazo”, después de que sus familias escribieran una carta a Aung San Suu Kyi y al presidente, Win Myint, signatario oficial del indulto.
El mundo se gestiona gracias a las instrucciones que llegan de Washington y a las mascaradas electorales, que no son más que grandes campañas de imagen de los partidos y los medios. También en Myanmar las elecciones parlamentarias de 2020 se acercan y el partido de Aung San Suu Kyi corría el riesgo de perder su mayoría absoluta en el parlamento.
Para que vean hasta dónde llega el mal rollito, además de políticos y periodistas, hay que poner la tercera pata de la mesa: las mafia de las ONG. Pues bien, Amnistía Internacional le retiró a Aung san Suu Kyi el premio “embajadora de la conciencia” alegando que había “traicionado los valores que una vez defendió”.
Ya. Pero en este tipo de asuntos nunca sabemos quién traiciona a quién.
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