La emigración continúa alimentando los debates políticos y sociales en Occidente, particularmente en Europa, donde los gobiernos levantan muros cada vez más altos para evitar lo imposible: la llegada de todo tipo de poblaciones a las fronteras.
Nadie dice nada de lo contrario: el regreso de los europeos de origen africano que abandonan el Viejo Continente para establecerse en las tierras de sus ancestros. La BBC califica este fenómeno de “éxodo silencioso”, y es particularmente marcado en Francia, donde numerosos ciudadanos de origen africano hacen las maletas rumbo a Senegal.
Las motivaciones de estas salidas tienen sus raíces en una vida cotidiana marcada por el racismo, una plaga tradicional en Europa. Un estudio reciente revela que el 91 por cien de los negros encuestados en Francia han sufrido actos discriminatorios.
Esta realidad se refleja en estadísticas oficiales alarmantes. El año pasado el Ministerio del Interior registró más de 15.000 delitos racistas, un aumento de un tercio en un año. Las cifras reflejan una tensión creciente, exacerbada en Francia por los disturbios que sacudieron al país tras la muerte de Nahel Merzouk, una adolescente de origen argelino asesinada por un policía.
El clima político actual refuerza ese malestar porque en Europa el racismo y la xenofobia son un trampolín que ayuda a cosechar votos para los partidos institucionales. Por ejemplo, ayudó a Geert Wilders y su partido PVV (PfE) a ganar las últimas elecciones en Países Bajos.
Para muchos africanos, regresar al Continente Negro representa una gran oportunidad profesional. Los empresarios franceses de origen africano ven el continente como una tierra de innovación comparable a Estados Unidos durante la fiebre del oro. Allí crean diversos negocios, desde agencias de viajes hasta aplicaciones digitales, contribuyendo al desarrollo económico local. Este movimiento afecta principalmente a profesionales altamente calificados, lo que paradójicamente crea una “fuga de cerebros” inversa que beneficia a los países africanos.
La integración en el país de origen de los padres no está exenta de obstáculos. A menudo los retornados son percibidos como extranjeros, a pesar de sus raíces. En Senegal los llaman “los franceses”, un apeltivo que subraya la complejidad de su posición identitaria.
Las mujeres empresarias enfrentan desafíos adicionales, al tener que superar barreras culturales y profesionales en sociedades que todavía son en gran medida patriarcales. Sin embargo, las dificultades no obstaculizan su determinación de ganarse la vida en el continente africano.
La válvula del ejército industrial de reserva
En el éxodo influye también la crisis económica en Europa, que ha dejado a muchos trabajadores de origen africano en el paro.
A las salidas de los euroeos hay que sumar los programas de retorno voluntario de los emigrantes, donde los índices de pobreza son espantosos, por lo que se vuelve a comprobar su papel dentro del ejército industrial de reserva. Los emigrantes son la primera válvula que regula la fuerza de trabajo
La tasa de pobreza los inmigrantes en Francia alcanza al 30 por cien dentro de este grupo social, con un máximo del 35,9 por cien para las personas de África, en comparación con el 12,7 por cien entre los no inmigrantes.
Si bien los inmigrantes constituyen el 10 por cien de la población francesa, representan el 21 por cien de las personas que viven por debajo del umbral de pobreza, a pesar de los mecanismos de protección social existentes.
La asistencia social, excluidas las pensiones y las prestaciones por desempleo, representan el 16 por cien de los ingresos de los emigrantes africanos. Esta elevada proporción refleja en particular la estructura demográfica específica de esta población, donde el 22 por cien de las familias tienen al menos tres hijos, frente al 14 por cien entre los no inmigrantes.
El sistema de jubilación revela disparidades sorprendentes: las pensiones constituyen sólo el 12 por cien de los ingresos de los inmigrantes africanos, mientras que alcanzan el 29 por cien para los emigrantes europeos.
El nivel de vida medio anual de un inmigrante alcanza los 21.570 euros, lo que supone un déficit del 26 por cien respecto al de los no inmigrantes. Esta situación afecta especialmente a los procedentes de África, cuyos recursos medios anuales de 18.990 euros son un 30 por cien inferiores a los de los no inmigrantes.
Estas diferencias tienen su origen en factores estructurales: los emigrantes de origen africano tienen empleos muy poco cualificados, una tasa de desempleo del 7 por cien –más del doble que la de los no inmigrantes– y obstáculos persistentes a la integración profesional.