Los drones son omnipresentes en la Guerra de Ucrania

Los drones de combate se han consolidado gradualmente como instrumentos clave y esenciales en las guerras modernas, revolucionando las tácticas en el campo de batalla. Su auge se aceleró en 2020 durante la Guerra de Nagorno-Karabaj, donde el dron turco Bayraktar TB2 destacó en misiones de reconocimiento y ataque de precisión, desempeñando un papel decisivo en el éxito de Azerbaiyán.

Desde Siria, Gaza y, especialmente, Ucrania, estos aparatos, principalmente aéreos, ofrecen a los ejércitos una mayor capacidad de acción, a la vez que mantienen a los combatientes alejados del frente. Permiten una multitud de misiones: ataques de precisión de bajo coste, selección de objetivos, reconocimiento avanzado, saturación de las líneas de defensa enemigas…

Desde el estallido de la guerra en Ucrania, los drones han desempeñado un papel central. Inicialmente percibidos como simples herramientas de observación, estos vehículos aéreos se consolidaron rápidamente como armas formidables. Armados o desarmados, se utilizan para localizar tropas enemigas, guiar ataques de artillería o incluso atacar objetivos directamente.

En Ucrania el uso de drones se ha intensificado en unidades de infantería y grupos especializados. Incluso se han creado brigadas de operadores de drones. La Guerra de Ucrania combina la guerra de trincheras y la guerra de alta tecnología. Cada tipo de dron satisface necesidades específicas, que van desde el reconocimiento estratégico hasta los ataques selectivos, incluyendo operaciones de hostigamiento y disrupción logística. Esta evolución refleja un profundo cambio en la gestión de la guerra, donde los drones ya no son simplemente un sistema de apoyo, sino un vector operativo central.

Solo los drones permiten incursiones en territorio adversario. Su papel se ha consolidado con el uso generalizado de drones pilotados en primera persona (FPV), lo que permite a un soldado controlar la aeronave remotamente como si estuviera a bordo.

Las defensas antidrones

A medida que se intensifica la guerra con drones, se libra otra batalla en paralelo: la de los sistemas de defensa antiaérea. El auge de la guerra antidrones complica significativamente el uso de drones de combate y cuestiona su eficacia en los teatros de operaciones.

Los drones FPV tienen un punto débil, la comunicación por radio. Aunque los drones parecen ser dispositivos con una autonomía cada vez mayor, siguen dependiendo de los sistemas de comunicación. Requieren una conexión constante con su operador o un sistema de guía para llevar a cabo sus misiones. Esta dependencia es su talón de Aquiles ante el auge de los sistemas de guerra electrónica, cuyo objetivo es interferir o cortar las transmisiones que conectan el dron con su estación de control.

Hoy la comunicación entre el soldado y el dron está cambiando. Desde principios de año, se han producido cambios sutiles pero decisivos en el comportamiento de los drones rusos. En lugar de transmitir órdenes mediante señales de radio, como antes, los dispositivos están conectados a sus operadores mediante un cable de fibra óptica extremadamente fino. Esta conexión física, que puede extenderse a lo largo de unos veinte kilómetros, inutiliza cualquier emisión electromagnética detectable.

Los radares e inhibidores ucranianos, acostumbrados a interceptar señales de mando, se han vuelto ineficaces con esta nueva técnica. El dron planea silenciosamente sobre el campo de batalla, invisible a los dispositivos electrónicos. Esta transformación ofrece una importante ventaja táctica. En tan solo unas semanas, contribuyó a un avance ruso más marcado en ciertas zonas del frente, especialmente durante el mes de mayo, cuando las ganancias territoriales fueron las más significativas desde finales del año pasado.

Este cambio en el diseño de los drones rusos no es trivial. Al obviar las tecnologías de vanguardia, Rusia opta por soluciones económicas pero altamente efectivas sobre el terreno. El enfoque otorga a las tropas rusas un valioso margen de maniobra. A partir de un simple cable suspendido en el cielo, nace una nueva dinámica militar, difícil de contener para el adversario.

Contrariamente a lo que podría pensarse, este método no supone un retroceso: es una adaptación a la guerra moderna, donde la sofisticación ya no siempre es sinónimo de superioridad. Para las tropas ucranianas, este desarrollo exige una revisión completa de su estrategia de defensa antidrones, que se basaba principalmente en interferencias. Al no poder neutralizar estos dispositivos con medios electrónicos convencionales, tendrán que recurrir a alternativas costosas y complejas, como la detección óptica o el fuego directo.

La guerra electrónica

En respuesta a los drones ha comenzado una contraofensiva tecnológica. Se están movilizando sofisticados inhibidores electrónicos, láseres de alta energía, interceptores autónomos y otras contramedidas emergentes para neutralizar esta nueva amenaza aérea.

Rusia se encuentra entre los actores más avanzados en este campo. Ha desplegado varios sistemas de interferencia electrónica de nueva generación, entre los que destacan el Krasukha-4 y el Tirada-2. El Krasukha-4, un dispositivo montado en vehículos, está diseñado específicamente para neutralizar radares aéreos e interferir con las comunicaciones satelitales de los drones. Utilizado en Ucrania, ha demostrado su capacidad para desorientar a los drones de reconocimiento y kamikaze ucranianos al interferir sus señales GPS e interrumpir su telemetría. Esta acción dificulta la navegación de los drones, en particular los drones FPV (Visión en Primera Persona), ampliamente utilizados por los ucranianos, obligándolos en ocasiones a estrellarse o perder su objetivo, sobre todo en la región de Kursk desde principios de este año.

El Tirada-2 también permite interferir las comunicaciones satelitales, afectando directamente las conexiones entre los drones y los operadores. Este tipo de tecnología representa una amenaza real y un obstáculo para drones como el Bayraktar TB2, utilizado por los ucranianos.

Las armas de energía dirigida

Los inhibidores de señales son, sin duda, la primera línea de defensa, pero su capacidad de neutralización sigue siendo limitada contra drones autónomos o drones que operan en frecuencias difíciles de interrumpir. En este contexto, las armas de energía dirigida, y en particular los láseres de alta potencia, emergen como una solución revolucionaria. Capaces de destruir un dron en una fracción de segundo sin necesidad de munición tradicional, estos sistemas ofrecen una respuesta instantánea y rentable a la proliferación de drones de combate.

Israel fue el primero en desarrollar un láser antidrones operativo: el Iron Beam. Este dispositivo, diseñado por Rafael Advanced Defense Systems, cuenta con un láser de alta energía capaz de destruir un dron en segundos a un alcance de más de 7 kilómdetros. Una de las principales ventajas de este sistema es su coste. Al funcionar únicamente con energía eléctrica, cada disparo cuesta menos de tres dólares, en comparación con las decenas de miles que cuesta un misil interceptor. Ahora es posible responder a un ataque masivo con drones, como el que Irán lanzó contra la Cúpula de Hierro de Israel, con un coste muy bajo.

Estados Unidos también ha desarrollado un sistema con el mismo principio: el DE M-SHORAD. Puede instalarse en vehículos blindados, como el Stryker, y proporciona protección móvil contra drones y proyectiles de mortero.

Eficacia y rentabilidad cada vez más cuestionadas

Si bien los drones siguen desempeñando un papel clave en los ataques contra infraestructuras estratégicas, su eficacia se reduce significativamente contra objetivos móviles y protegidos. El ejemplo de los ataques ucranianos contra depósitos petrolíferos rusos, en particular el de Smolensk en diciembre del año pasado, ilustra a la perfección su potencial destructivo. Al atacar instalaciones fijas y poco defendidas, los drones pueden atacar al enemigo en profundidad, minimizando los riesgos para sus operadores.

Sin embargo, en el dinámico campo de batalla, esta eficacia dista mucho de ser sistemática. En primer lugar, las columnas blindadas, principalmente del lado ruso, emplean sistemáticamente maniobras de dispersión y desvío. Esto dificulta considerablemente que los drones de ataque identifiquen y destruyan objetivos. Además, los vehículos están cada vez más equipados con inhibidores de señal a bordo capaces de alterar trayectorias, así como señuelos térmicos y de radar para engañar a los drones simulando señales falsas del vehículo o creando interferencias.

Ante el auge de las defensas antidrones de bajo coste, ha aumentado la necesidad de producir drones más avanzados y sofisticados. El ejemplo más llamativo es el desequilibrio entre el coste comparativo de los drones Shahed-136 y los inhibidores portátiles que todo soldado puede llevar consigo o en su mochila.

Una capacidad de adaptación constante

En Ucrania los rusos están utilizando principalmente el dron Lancet 3 y el Kronstadt Orion, pero también los drones iraníes Shahed 136 y Mohajer-6. Además de los drones aéreos, también se emplean drones marítimos y terrestres, aunque por el momento están menos desarrollados.

Los drones tradicionales, como el TB2, están demostrando sus limitaciones frente a los inhibidores de señal y la defensa antiaérea. Para contrarrestar estas vulnerabilidades, los fabricantes están desarrollando drones de baja observabilidad, difíciles de detectar por radar y resistentes a las interferencias. Los drones Ghost de Anduril combinan sigilo radar y térmico, y pueden continuar sus misiones incluso con interferencias.

Últimamente, para evadir los sistemas de defensa, reducir su dependencia de las comunicaciones y mejorar sus capacidades, los drones incorporan inteligencia artificial, que les permite sortear interferencias, adaptar trayectorias en tiempo real y, sobre todo, formar enjambres inteligentes para saturar el campo de batalla y realizar maniobras complejas de forma autónoma. Ahora los enjambres de drones pueden coordinar sus ataques sin supervisión humana. El programa Cohesion de Thales permite ajustar el nivel de autonomía para satisfacer las necesidades de los ejércitos durante las diferentes fases de la misión.

Hay drones equipados con fusiles de asalto en lugar de cargas explosivas. Les permite atacar a los cazas adversarios de forma directa y repetida. Son reutilizables y pueden llevar a cabo diversas misiones, lo que demuestra la notable adaptabilidad de esta nueva herramienta.


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