El domingo el ejército regular atacó las posiciones yihadistas del Califato Islámico y el Frente Al-Nosra en la zona de Damasco, así como en las provincial de Deir ez-Zor y Homs, matando a más de 170 terroristas.
“Al menos 3.000 combatientes del Califato Islámico, el Frente Al-Nosra y Jaish Al-Yarmouk huyeron hacia Jordania, por lo que el avance militar fue muy rápido”, anunciaron en Damasco.
El gobierno de Bashar Al-Assad quiere alejar a los terroristas de los arrabales de Damasco, desde donde lanzan tiros de mortero y obuses sobre los barrios del centro de la capital siria.
En menos de una semana el retroceso de los yihadistas ha sido incomparablemente mayor que en años de bombardeos de la “coalición internacional”. La prolongación inútil de los combates durante años ha supuesto la muerte de 250.000 sirios y la destrucción casi total del país.
La evolución de la guerra está dejando en evidencia a dicha “coalición” y, en especial, al gobierno de Obama, cuyo interés por erradicar al yihadismo en Siria ha sido nulo. Los frentes yihadistas se han hundido porque no estaban acostumbrados a soportar auténticos combates, porque no han tenido que luchar hasta ahora.
A pesar de la aceleración de los avances actuales del ejército sirio, no cabe esperar una “guerra relámpago”, como la ha calificado Mike Withney en la revista “Counterpunch”. Es más probable que los yihadistas se replieguen sobre ciertas áreas de difícil acceso.
¿Áreas de difícil acceso incluso para el abastecimiento, y así lograr que se mueran de hambre esos indeseables?