El domingo el diario New York Times informó que más de 130 residentes de Estados Unidos vinculados con crímenes nazis recibieron 20,2 millones de dólares en prestaciones de seguridad social durante medio siglo. El dato está incluido en una investigación realizada por la Administración de Seguridad Social que será dada a conocer en los próximos días. Algunos de los pagos fueron hechos en junio del año pasado.
Después de la II Guerra Mundial (1939-1945) miles de antiguos nazis se trasladaron a Estados Unidos protegidos por el gobierno, que elaboró un proyecto secreto, llamado “Paperclip”, para protegerles y que pudieran continuar desempeñando las mismas funciones que habían llevado a cabo bajo el III Reich.
En los años sesenta y setenta del siglo pasado decenas de estos antiguos nazis comenzaron a recibir prestaciones de la seguridad social.
Estas actividades clandestinas vulneraban los acuerdos firmados por los aliados al final de la Segunda Guerra Mundial, que obligaba a exigir responsabilidades por crímenes de guerra a los nazis que fueran capturados con vida.
Los imperialistas discriminaron a los nazis según determinados criterios. El destino de los carniceros como Barbie y Eichmann sería Latinoamérica; el de los criminales de cuello blanco, ingenieros y científicos era Estados Unidos. El caso más conocido es el del nazi Werner Von Braun, que fue uno de los impulsores del programa de misiles balísticos y de los vuelos espaciales en Estados Unidos.
La reconstrucción de todo sistema tecnológico de un país derrotado y su transferencia al país vencedor es un hecho único en la historia. En Gran Bretaña un plan elaborado el 5 de junio de 1944 propuso apoderarse del botín científico de Alemania. Mucho antes del desembarco de Normandía, el teniente general Ronald Weeks segundo jefe del Estado Mayor británico, declaró que “el equipo alemán es tan bueno o mejor que el nuestro”. Estaba convencido de que la incautación de los programas de investigación, diseño y desarrollo de Alemania era “uno de los objetivos más vitales de la posguerra inmediata […] Puede ser que ésa sea la única forma de reparación que podamos exigir a Alemania. Ahora hay que planificarlo cuidadosamente todo para asegurarnos de que después podrá exigirse”.
En 1945 Henry A. Wallace, secretario de Comercio de Estados Unidos, formuló un razonamiento similar con respecto a la apropiación de los cerebros de la maquinaria de guerra nazi. “La transferencia de destacados científicos alemanes a este país para el avance de nuestra ciencia e industria”, comunicó al presidente Truman, “parece acertada y lógica. Es sabido que en la actualidad están bajo control de Estados Unidos eminentes científicos cuyas aportaciones, si se unieran a las nuestras, harían avanzar el nivel de los conocimientos científicos en beneficio de la nación”.
Dirigidos por el coronel Holger Toftoy (jefe del Departamento de Balística de Estados Unidos), los estadounidenses embarcaron con rumbo a su país cohetes V1 y V2 y todas las piezas de recambio que cayeron en sus manos. Los norteamericanos también se llevaron de Baviera todo un túnel de pruebas supersónicas, un submarino con un avanzado sistema de propulsión y muchos tipos diferentes de aviones, incluidos prototipos a reacción y aviones cohete. El botín llevado al Centro de Investigación de Documentos del Aire, instalado en Wright Field, Estados Unidos, comprendía toneladas de planos.
La técnica nazi llegó acompañada de los técnicos nazis. En 1945 unos 120 investigadores, principalmente de la región de Baviera, seleccionados por Von Braun, fueron transportados a Fort Bliss, cerca de El Paso, Texas, donde inmediatamente se les puso a trabajar en la investigación de misiles dirigidos. En lugar de encarcelarles, el imperialismo les recompensó por los servicios prestados y luego les concedió las correspondientes pensiones de jubilación.