Los cómplices imperialistas del genocidio armenio

“¿Quién se acuerda ya del exterminio de los armenios?”, preguntaba Hitler en 1939, unos días antes de invadir Polonia.

El genocidio armenio fue consecuencia de la Primera Guerra Mundial, es decir, de la entrada del capitalismo en su etapa imperialista, pero muy pocos años después nadie recordaba nada. La memoria es sí: muy selectiva. Nos olvidamos de algunos acontecimientos, pero alguien se encarga de que no nos olvidemos de lo que les interesa.

Hay genocidios y genocidios. Depende. No todos los muertos son iguales. Ni todos los pueblos. A veces todo parece depender de la cantidad, de si matas a muchos o pocos.

El genocidio armenio ha vuelto a la actualidad de la manera más repugnante posible: como una arma arrojadiza contra Turquía. Si Erdogan mantuviera otra política, ni Estados Unidos, ni Alemania, hubieran alzado la voz.

Los armenios les importan un bledo. Sólo son el instrumento útil, el interruptor que tan pronto se enciende como se apaga. De Armenia nadie sabe nada y, lo que es peor, nadie quiere saber nada, aunque hay excepciones como… los comunistas.

En enero de 1916, cuando el genocidio apenas comenzaba, Karl Liebknecht bramó en el Reichstag en medio de un ruido ensordecedor: “En el Imperio Turco Aliado, la población armenia está siendo expulsada de sus hogares y masacrada por cientos de miles”. El diputado pidió que el gobierno informara de la situación.

Von Stumm, Jefe de la Sección Política del Ministerio de Asuntos Exteriores y Enviado Plenipotenciario del Kaiser, respondió lo siguiente: “El Canciller del Reich es consciente de que la Sublime Puerta [gobierno turco de Estambul], enfrentada hace algún tiempo a un intento de insurrección de nuestros enemigos, ha evacuado a la población armenia de ciertas partes del Imperio Turco y les ha asignado otros lugares de residencia. Debido a algunas de las repercusiones de esas medidas, se produjo un intercambio de opiniones entre los gobiernos alemán y turco. No se pueden revelar más detalles”.

Turquía y Alemania fueron aliados durante la Primera Guerra Mundial. En el momento del genocidio había muchos alemanes en Turquía, testigos de primera mano de lo que estaba ocurriendo.

Algunos de aquellos alemanes eran protagonistas principales del genocidio, que es la parte interesante del asunto. Alemania no es ajena al genocidio armenio. Los planes de expulsión de los armenios procedían del barón Colmar von der Goltz, que había trabajado desde 1883 como instructor militar del Imperio Otomano, donde tenía el rango de mariscal turco, conocido como “Golz Pashá”.

En 1913 el periodista alemán Paul Rohrbach sugirió la deportación de los armenios para encontrar una solución a la cuestión armenia. En 1913, bajo el mando del general Liman, unos 800 oficiales alemanes desembarcaron en Estambul para adiestrar militarmente a su aliado. Algunos de ellos participaron directamente en la planificación y ejecución de las deportaciones.

El general alemán Fritz Bronsart von Schelldorf, Jefe del Estado Mayor del Ejército Otomano en Estambul, justificó su actividad criminal contra los armenios incluso después de la guerra, escribiendo en 1919: “El armenio es como el judío, fuera de su país es un parásito: ‘chupa’ la salud de su país de residencia. De ahí ese odio casi medieval contra ellos, un pueblo indeseable. Con su exterminio todo se ha terminado”.

Hoy sabemos que los exterminios no se acabaron en 1919. No habían hecho más que empezar porque son inherentes al imperialismo. El ejército alemán no es ajeno al genocidio armenio y lo que había dirigido en 1920 lo repitió dos décadas después en su propio suelo. Si la matanza de los armenios se había olvidado, ¿quién se acordaría de una segunda matanza?

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