Del 10 al 21 de noviembre se ha celebrado la COP30 en Belén, Brasil, una gigantesca reunión con casi 70.000 participantes. Significa que las conferencias climáticas tienen ya 30 años de historia, con muchas frases, declaraciones solemnes, compromisos ambiciosos y fracasos más que abolutos, como cabía suponer: desde la Cumbre de la Tierra que inició el proceso de descarbonización, las emisiones de CO2 han aumentado un 65 por cien.
COP significa Conferencia de las Partes. Es una reunión anual de los Estados que han ratificado el Convenio de la ONU sobre el Cambio Climático, aprobado en 1992 en Rio de Janeiro para reducir las emisiones de CO2.
En 1997 el Protocolo de Kioto fue histórico. Por primera vez se acordó que el cambio climático era un drama mundial, que necesitaba de normas internacionales vinculantes y, en definitiva, de un “gobierno mundial”.
A pesar de haberlo negociado, el gobierno Clinton-Gore de Estados Unidos, entonces el mayor emisor del mundo, se negó a ratificar el tratado.
El primer compromiso fue la reducción de las emisiones en un 5,2 por cien para los países industrializados para el período 2010-2012 que, como cabía esperar, nunca se cumplió porque los compromisos climáticos nunca han sido más que eso, brindis al sol, las típicas leyes que no se cumplen porque no se aprueban para ser cumplidas, sino para adornar el escaparate.
Hace apenas unos años la Agencia Internacional de la Energía anunció un “pico” inminente en la demanda de combustibles fósiles. No aciertan nunca: a pesar de los ambiciosos objetivos climáticos internacionales y la promesa de una rápida transición energética, la demanda mundial de combustibles fósiles no ha disminuido, sino que continúa aumentando.
La creciente demanda de energía de la economía mundial choca directamente con las expectativas verdes y el llamado “pico del petróleo”. Lejos de reducirse, entre 1990 y 2010 las emisiones aumentaron un 32 por cien. El consumo mundial de combustibles llamados “fósiles” ha seguido aumentando. Suponen casi el 87 por cien de la energía que mueve el mundo.
Las previsiones anteriores han quedado obsoletas. Actualmente las energías renovables no están reemplazando a las fuentes convencionales, sino que las complementan. Si bien la energía solar y eólica se están expandiendo masivamente, esto no es suficiente para satisfacer la creciente demanda energética mundial.
El presidente brasileño, Lula, es el típico hipócrita que firma todas las declaraciones seudoecologistas que le ponen encima de la mesa, al mismo tiempo que autoriza la exploración petrolera en la parte brasileña de la Guayana, frente a la costa del río Amazonas. La retórica va por un ado y la realidad por otro muy distinto.
El año pasado, en la inauguración de la COP29 en Bakú, el presidente azerbaiyano Ilham Aliyev, declaró que “los combustibles fósiles son un regalo de dios”. Esta declaración reflejaba el fin de una era, en la que la ONU ha hecho el ridículo durante 30 años.
Es lógico que los jefes de Estado ya no acudan a este tipo de cumbres climáticas, salvo que estén en periodo electoral y necesiten salir por la televisión para recaudar votos. Dejan la tarea a los ministros de medio ambiente, que para eso los nombran.
Con el tiempo, en este tipo de eventos se ha ido colando, poco a poco, la energía nuclear, que antes estaba muy mal vista por las organizaciones verdes. Si se trata de descabonizar, nada mejor que construir centrales nucleares. En Dubai, en paralelo a la COP, se celebró una conferencia para revitalizar la energía nuclear.
Incluso han comenzado a oirse voces contra la decarbonización, algo normal cuando una cumbre seudoecologista se celebra en Bakú, el centro petrolífero mundial por excelencia. En Varsovia, en medio de una COP, se celebró otra reunión paralela para promover la minería del carbón porque una de las máximas prioridades del mundo sigue siendo una energía barata y abundante.