El viernes los CDC (Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos) publicaron un informe sobre la eficacia de las mascarillas en la propagación del coronavirus que ha tenido una triunfal acogida mediática a lo largo del fin de semana.
El titular del Washington Post ha sido: “Tras el levantamiento de las restricciones por parte del Estado, los CDC afirman que las órdenes de uso de mascarillas pueden reducir las muertes”.
El New York Times asegura que “el uso de mascarillas, según el estudio de los CDC, estaba relacionado con una disminución de las infecciones por coronavirus y de las muertes por Covid-19”.
Por su parte, la cadena NBC califica el informe como una “prueba sólida de que las mascarillas obligatorias pueden frenar la propagación del coronavirus”.
Dado que dichos medios carecen de la más mínima credibilidad, acudimos al informe original (1), según el cual la diferencia ente los condados que en Estados Unidos impusieron las mascarillas obligatoriamente y las que no es de 1,32 por ciento a favor de los primeros en los 100 días posteriores a su obligatoriedad.
Como se puede ver, la diferencia es insignificante y no justifica los titulares de los medios.
El informe ha sido redactado por al menos una docena de médicos, investigadores de doctorado y, curiosamente, un puñado de abogados. Según el análisis, entre el 1 de marzo y el 31 de diciembre del año pasado las mascarillas eran obligatorias en 2.313 de los 3.142 condados de Estados Unidos.
A partir del dato cabe realizar toda suerte de cábalas, como la de suponer que el hecho de que las mascarillas no sean obligatorias no significa que las personas no las lleven de manera voluntaria.
Pero también cabe pensar, en sentido inverso, que a pesar de que sean obligatorias, hay muchas personas que no las llevan.
Ahora bien, desde el punto de vista político, lo que interesa es la obligatoriedad de las mismas, que es en donde realmente está el fracaso: la imposición de mascarillas, además de ser un gesto de humillación hacia las personas, carece de relevancia epidemiológica o, dicho de otra manera, se hubieran obtenido los mismos resultados con una simple recomendación de uso.
Si de la política pasamos a la ciencia, la conclusión es idéntica, como venimos afirmando desde el inicio de la pandemia. Es algo sabido desde hace décadas. Por ejemplo, en 1981 Neil W. Orr estudió la incidencia de las infecciones en los quirófanos al dejar de utilizar mascarillas durante 6 meses, en los que no se produjo ningún aumento de las infecciones en las heridas (2).
Diez años después los cirujanos se encontraron con un resultado mucho más sorprendente, que publicó la revista médica World Journal of Surgery: el uso de mascarillas quirúrgicas no disminuye las infecciones de las heridas postoperatorias. Más bien al contrario: las infecciones se reducen a la mitad cuando no se utilizan mascarillas (3).
Todas estas tesis se han repetido en bastantes ocasiones. En consecuencia, si la ciencia viene sosteniendo que las mascarillas no sirven para nada, ni siquiera en un quirófano, ¿por que obligan a las personas a llevarlas por la calle?
(1) https://www.cdc.gov/mmwr/volumes/70/wr/pdfs/mm7010e3-H.pdf
(2) Neil W. Orr, Is a mask necessary in the operating theatre?, Annals of the Royal College of Surgeons of England, 1981, vol. 63, pgs.390 y 391.
pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/7294681/
(3) https://link.springer.com/article/10.1007/BF01658736
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