El rey dimisionario estuvo acompañado por su hija Elena y sus nietos Felipe Juan Froilán y Victoria Federica. Tan magno acontecimiento estuvo rodeado por unos 200 inconformistas que protestaron muchos pájaros de un tiro: contra la monarquía, contra los toros, por la República y por la independencia de Euskal Herria. Se lo pusieron a huevo, vamos. La consigna del momento fue “Los Borbones a los tiburones”.
Pero desde dentro las cosas se veían de manera distinta, más tradicional: ni República, ni independencia, más toros y más Borbones. Los tópicos acaban en la figura de Froilán, el nieto que acompañaba a Juan Carlos: su abuela Sofía, que no estaba en el acto, quiere que el joven curse sus estudios en una escuela militar de Estados Unidos.
Como cumple, el maestro Enrique Ponce brindó su faena al antiguo monarca con las siguientes palabras: “Siempre es un honor brindarle un toro, hoy más en especial, porque, con su presencia, no sólo está apoyando la fiesta de los toros y nuestro arte, sino la historia, la tradición y la cultura. Además de todo eso, está apoyando la democracia y la libertad”, dijo.
Posteriormente, fue el diestro Manzanares el que se congratuló de la asistencia del Rey y expresó su deseo de que los toros sigan existiendo “por mucho tiempo”. En tercer lugar, López Simón, que sustituía al lesionado Paquirri, se dirigió al monarca para decirle: “Va por usted y por la libertad”.
Las crónicas de la masacre real acaban diciendo que, por fin, en Donostia los taurinos pudieron volver a disfrutar de su espectáculo favorito “libremente”. Eso es lo que caracteriza tanto a la transición, como a la monarquía y la fiesta nacional: la libertad de matar.
Libertad y democracia si señor, con dos cojones (Egpañoles por supuesto)
Y al que no le gusten los toros es ETA, que se vaya a Cuba,