El senador republicano Rick Scott ha pedido la apertura de una investigación gubernamental sobre el impacto de las importaciones de ajos chinos para la seguridad nacional. En una carta al Secretario de Comercio, expresó su preocupación por la seguridad y la calidad de los ajos importados de china, citando métodos de producción insalubres y el supuesto uso de aguas residuales en el cultivo de ajo.
Incluso es posible que los chinos rieguen las huertas con aguas fecales. El mundo no debería fiarse.
La cuestión va más allá de la simple economía. La seguridad alimentaria es otra de esas “emergencias existenciales” que amenazan la seguridad nacional, la salud pública y la prosperidad económica de Estados Unidos. Si el “covid” se fabricó en un laboratorio de Wuhan, el cultivo de los ajos puede ser mucho peor.
El senador pide que se examine cuidadosamente todas las calidades de ajo, ya sea entero o separado en dientes, pelado o no, fresco, congelado o en conserva.
Sin embargo, los “expertos” no opinan igual que Scott. Creen que “no hay evidencia científica” de que las aguas residuales se utilicen como fertilizante para el cultivo de los ajos en China.
Esta divergencia de opiniones replantea de nuevo el bloqueo comercial y político que Estados Unidos ha impuesto a China. Hasta ahora se había centrado en las tecnologías de ultima generación; ahora ya ha llegado a los ajos.
El próximo paso es prohibir las sopas de ajo, el pollo al ajillo, el pan de ajo, el bacalao al ajoarriero y los boquerones en vinagre.