Algún graciosillo ha inventado la expresión “trifachito” para denominar a la troika de partidos de la reacción Vox, Ciudadanos y PP. Ha sido una manera de intimidar a los electores y llevarlos a las urnas el 28 de abril cogidos de la oreja para votar por el otro costado, o sea, para recaudar votos en favor de quienes alardean de no ser “fachas”: la “izquierda domesticada”. No parece importar -en absoluto- que ese aumento de votos se haya producido “con la pinza en la nariz”. Lo importante es que han votado para “librarnos del fascismo”.
Es la doctrina cristiana del “mal menor”: los unos apestan pero los otros son peores. Es también la opción de aquellos cuyo compromiso contra el fascismo no va más allá de votar cada cierto tiempo, hasta el siguiente desengaño.
En el voto del miedo por el “auge de la ultraderecha” está pesando la impresión de que ahora parece que hay tres partidos “fachas” donde antes sólo había uno, lo cual es otra quiebra de la memoria histórica: esta troika hereda a la de Fuerza Nueva, Alianza Popular y UCD de los tiempos de la transición. En consecuencia, no hay ahora más grupos “fachas” que antes y lo que queda es averiguar es si hay más votantes fachas que antes, con lo cual corremos el riesgo de confundir a los electores con los elegidos o, en otras palabras, a los “fachas” con quienes les votan.
Pues bien, al analizar las elecciones lo más corriente es incurrir en dos reduccionismos sucesivos, propios de la consideración de un aspecto puramente cuantitativo del fenómeno, esto, es, de equiparar la política a las elecciones.
El primero es medir el auge de uno u otro partido político en votos, lo que significar creer que quienes votan al PSOE, por ejemplo, “son” del PSOE. Del mismo modo, quienes votan al trifachito “son” fachas. Este tipo de concepciones son erróneas por muchas razones, sobre todo porque la mayor parte de los votantes lo hacen “con la pinza en la nariz”. No se identifican con su voto sino todo lo contrario.
El segundo reduccionismo es confundir las elecciones con los escaños, la causa con el efecto, hasta el punto de que en tal caso la “fuerza” de un partido la miden por el número de escaños obtenidos. Desde este punto de vista engañoso, lo realmente importante en unas elecciones no es el voto sino dos factores distintos. El primero y más importante es siempre la abstención. El segundo es el reparto de los votos y, en el caso del “trifachito”, el reparto de los votos entre Vox, Ciudadanos y PP.
Si tenemos en cuenta todos esos matices, las conclusiones son harto evidentes: el auge de la ultraderecha es un mito. Ni el PP ni ningún partido de las diferentes troikas han alcanzado nunca los resultados electorales del PSOE. Ni siquiera en sus mejores momentos han llegado a recaudar 11 millones de votos, como logró el PSOE en tiempos de Zapatero. Ni en solitario ni en coalición.
La explicación es que el PSOE es pura mercadotecnia electoral, una fábrica de pucherazos. Su gran salto electoral ocurrió en 1982, cuando dobló el número de votos con la consigna “OTAN de entrada no”, lo que abrió su gran época de gobierno, que se prolongó durante 14 años.
El PP nunca ha sido capaz de alcanzar las cotas del PSOE, por más coaliciones que ha intentado y por más que ha logrado fagocitar a los partidos que le rodeaban, hasta convertirse en único. Pues bien, en 1982 obtuvo la mitad de votos que el PSOE, a pesar de que presentó un frente unido de la reacción. En aquellas elecciones, la desaparición del “trifachito” no sumó más votos en favor del PP (Alianza Popular entonces) sino que lo redujo en más de un millón.
La época gloriosa del PSOE coincidió con la travesía del desierto el PP y ocurrió lo mismo que en Andalucía. Lo que empezó a nutrir electoralmente al PP fue el gobierno de Felipe González y durante 14 años la letanía fue siempre misma: el “viaje al centro”. El PP debía dejar de “ser” un partido ultra, moderar su discurso y parecerse al PSOE.
En 14 años el PSOE duplicó los votos del PP, que pasó de 5 a 10 millones en 1996. Desde entonces han transcurrido 23 años y el PP ha vuelto a sus peores niveles de votos, es decir, a la mitad que tenía en 1982 porque con la vuelta de la troika el reparto de los votos ha sido diferente.
La etapa de gobierno entre 1982 y 1996 demostró que la verdadera columna vertebral sobre la que sustenta este Estado es el PSOE y todos los demás son satélites menores, parásitos de sus chapuzas.
Lo verdaderamente importante de las elecciones del 28 abril no es el número de votos sino la quiebra del PP porque ha vuelto a dejar al PSOE sin alternativa, ya que ni Vox ni Ciudadanos son -a fecha de hoy- capaces de dirigir nada, ni siquiera a sí mismos.
Por lo demás, hasta el propio Pedro J.Ramírez se aburre de repetir que Vox no es nada diferente del PP, a la que califica como su “matriz”. Cabe añadir que el engaño se reproduce y vuelve a demostrar su eficacia: en la transición, lo mismo que ahora, la UCD eran los “demócratas” mientras que AP/PP eran los “ultras” y los neofranquistas. El PP necesitó durante 14 años al PSOE para que dejaran de calificarle de “ultraderecha”. El surgimiento de Vox acabó por lavar su imagen y, al mismo tiempo, ha acabado de ser una alternativa de gobierno.
Tenía muchas ganas de leer vuestra opinión. Hay un dato preocupante: de no ser por las naciones vasca y catalana, habrían aplastado en votos los votantes de derechas, es decir, en Castilla la gran mayoría de la población proclama un anticomunismo terrible, teniendo en cuenta que la abstención no ha sido mucha que digamos.
Eso de la abstencion,hay que matizarlo.NADA MENOS QUE 9 MILLONES,de personas no hemos votado.La cuarta parte del electorado potencial.Igual que en las pasadas elecciones andaluzas,oscurecen la zona de verdad,que no interesa.