Recientemente, se ha estrenado la serie “Asalto al Banco Central” en la plataforma Netflix. El pasado 20 de diciembre de 2023, con motivo de los 50 años del asesinato del almirante Carrero Blanco, se estrenó en Movistar TV un documental que daba una segunda versión- bastante consistente- del atentado contra el que era entonces Presidente del Gobierno, nombrado por Franco.
Pocas semanas antes, un documental de TVE analizaba la desaparición de El Nani: el primer desaparecido de la democracia. Y si echamos la vista atrás, en 2014 el periodista Jordi Évole presentó el documental Operación Palace, donde se analizaba el 23-F.
Aparentemente, todas estas producciones tratan temáticas muy diferentes pero todas ellas tienen un denominador común: episodios polémicos de la historia española donde no sabemos toda la verdad.
Todas estas producciones tratan hechos ocurridos hace 40 ó 50 años, con lo que la repercusión o la trascendencia que puede tener en la actualidad es nula. Es decir, ¿quién se va a preocupar de pedir explicaciones por el asesinato de El Nani? ¿A quién le preocupa, en 2024, el 23-F?
Las productoras tienen vía libre para tratar un temas de los que no se conoce toda la verdad, generando una posverdad: una versión interesada de los hechos. En el imaginario popular quedará que, no sólo hubo poca información, sino que 40 ó 50 años después hubo unos valientes cineastas que trabajaron en pro de la verdad para que el pueblo español conozca lo ocurrido. Generaran una versión de los hechos que no pondrá en peligro el status quo, porque para poner en peligro al status quo del estado español emanado del franquismo: estas producciones se tendrían que haber hecho en el momento en que ocurrieron y no décadas después.
La valentía de estos cineastas radica en que no van a correrles consecuencias. ¿Acaso a alguien le preocupa- ahora- si a Carrero Blanco lo mató ETA o los servicios de inteligencia?
Estos problemas surgen cuando la izquierda abandona los que han sido sus espacios clásicos: la calle, el trabajo militante y analítico. Esto ocurre cuando se deja en manos del estado y sus medios el análisis y la contrastación de datos, que es lo que ha hecho la izquierda española prácticamente desde la muerte de Franco.
No es casual que allá donde el discurso de la democracia no caló o tardó en instalarse (como ocurrió en el País Vasco), hayan existido medios de información que mantenían una línea analítica y consecuente. Medios que, debido a su actividad, fueron objeto de la persecución de este estado emanado del franquismo.
Echemos la vista a la década del 80: las drogas saliendo de los cuarteles de la Guardia Civil en el País Vasco, guardias civiles y policías en tramas de narcotráfico, terrorismo de estado, etc. Aquellos periódicos que se atrevieron a denunciarlo desde sus líneas: sufrieron cierres, sus periodistas eran detenidos (cuando no sufrían extraños accidentes), amenazas de bomba de grupos fascistas o eran señalados por la prensa generalista…
Esos periódicos ya no existen. La izquierda no está en la calle y la Naturaleza odia el vacío. Ahora, ese vacío lo ocupa Netflix.