Bianchi
Como ese ridículo spray con que los árbitros de fútbol marcan sobre el terreno de juego la línea que el lanzador de la falta no puede sobrepasar, en el ruedo ibérico valleinclanesco nacional no se oye hablar, de un tiempo a esta parte, de otra cosa que de «líneas rojas» que, se viene a decir, no se pueden traspasar. Y no se puede porque, caso de cometer esa temeridad, se incurre poco menos que en sacrilegio que atenta a los pilares del programa de un partido político concreto en esta corte de los milagros española. Pero si sólo fuera eso -que afecte a un partido-, no sería tan grave la cosa, ya saben: si no le gustan estos principios, tengo otros, grouchomarxistamente hablando, como sí lo sería atentar contra los sagrados principios de la Patria (española, por supuesto) que, como los (diez) mandamientos, se resumen en dos: la sagrada unidad de España y la obediencia ciega y sorda a la Constitución. Lo primero, igual que con Franco («antes roja que rota»), y lo segundo una transmutación de las Leyes Orgánicas franquistas, tan papel mojado como la Constitución española que consagra la unidad de la nación española (art.2) y su tutela por el Ejército (art.octavo). ¡Toma Constitución democrática! Justo las dos piedras de toque que definirían, denotarían y connotarían, si estamos ante una verdadera Constitución democrática (burguesa pues reconoce la sacrosanta propiedad privada y el no derecho a la autodeterminación) o ante un burdo remedo de Constitución hecha aprisa y corriendo, de manera apurada, y… «otorgada», como si se tratase de una «Carta Puebla» medieval que los reyes y señores feudales «otorgaban» a sus vasallos para que arreglasen sus tierras y fundos (hoy las autonomías o «café para todos» para diluir las verdaderas naciones oprimidas por esa cárcel de pueblos que dan en llamar «España»).
También hay otra clase de «líneas», las que se esnifan.
¿Líneas rojas? Yo soy daltónico.
Buenos días.