A Craig Stephen Hicks sus vecinos musulmanes le exasperaban. Eran tres estudiantes jóvenes que se llamaban Deah Shaddy Barakat, de 23 años, Yusor Mohammad, de 21, y Razan Mohammad Abu-Salha, de 19. Dos de ellas, que eran hermanas, utilizaban hiyabs. Es posible que eso le exasperara aún más.
El martes de la semana pasada los mató en una localidad de Carolina del norte llamada Chapel Hill con la impronta de una ejecución sumaria: disparos a la cabeza de cada una de sus tres víctimas.
La esposa del asesino dice que fue «una disputa entre vecinos». Para la policía el asesino actuó impulsado por la rabia a causa de una plaza de estacionamiento.
Pero, ¿es normal en Estados Unidos que alguien mate a sus vecinos por un problema de aparcamiento?, ¿a todos ellos?, ¿disparando a la cabeza?
Hagamos la pregunta en sentido simétrico: ¿qué hubiera dicho la policía si la actuación hubiese ocurrido a la inversa? Los titulares de prensa serían: un acto terrorista, un crimen islámico (otro más), son gente agresiva, intolerante, violenta…
Es posible, lector, que ésta se la primera noticia que tiene del triple crimen de Chapel Hill. Si hubiera ocurrido a la inversa, su información estaría al mismo nivel de saturación que el reciente crimen de Copenhague.
El asesino ha reconocido a la policía que con anterioridad había tenido roces con sus vecinos cuando llevaba un arma en el cinturón.
El padre de las dos jóvenes musulmanas asesinadas, Mohammad Abu-Salha, recuerda que su hija Yusor Mohammad le comentó alguna vez: “Papi, creo que él nos odia por ser quienes somos”. Luego criticó durante a los medios de intoxicación, que “bombardean al ciudadano estadounidense con el terrorismo islámico, islámico, islámico, y hace que la gente aquí nos tenga miedo y nos odie y nos quiera fuera. Así que si alguien tiene un conflicto contigo, y ya te odia, recibes una bala en la cabeza”, dijo.
Al día siguiente del crimen unas 2.000 personas acudieron a una vigilia con velas por las víctimas en el campus universitario donde estudiaban. Varias personas que les conocían hablaron de su generosidad mientras los amigos recordaban gestos de amabilidad que los fallecidos tuvieron con otras personas a lo largo de los años.
Dos de las víctimas, Barakat y Mohammad, eran recién casados que ayudaban a los sin techo y recaudaban dinero para ayudar a los refugiados sirios en Turquía. Se conocieron cuando ayudaban a dirigir la Asociación de Estudiantes Musulmanes en la Universidad del Estado de Carolina del Norte, antes de que él comenzara sus estudios avanzados de odontología en Chapel Hill. Mohammad, que se graduó en diciembre, tenía previsto unirse a su esposo en la facultad de odontología en otoño.
Los asesinatos alimentaron la indignación de las personas que culpan a la campaña antimusulmana de los medios. Hemos pasado de los odiosos crímenes a los crímenes de odio, y la ofensiva no para. Hace un par de días en Houston los terroristas le prendieron fuego a un centro islámico con bidones de gasolina. El twuit de un bombero exortaba a sus colegas para que no apagaran el incendio, de manera que el centro se consumiera completamente en llamas, como así ocurrió.
Mucha gente, incluida la policía, dice que el motivo del crimen le importa poco. ¿Qué más da? El caso es que los tres jóvenes de Chapel Hill están muertos. ¿No?
Si así fuera, así debería ser en todos los casos, no sólo en algunos. Si los motivos (religiosos, raciales, nacionales) no importaran, ¿a qué viene tanto agobio con el yihadismo?, ¿por qué los parlamentarios españoles se disponen a aprobar una ley a marchas forzadas?
¿Serán los jueces españoles capaces de diferenciar entre el yihadismo y una disputa por la plaza de aparcamiento? Depende de quién cometa el crimen y quién sea la víctima. Por lo tanto, si cuando conduces eres propenso a montar follones a la mínima y tienes un Corán guardado en el armario de tu casa, ya sabes lo que tienes que hacer: prende fuego al Corán y coloca en su lugar la Epístola de San Pablo a los Corintios.