Las sanciones no han puesto de rodillas a la economía rusa, como habían pronosticado ampliamente. Por el contrario, son las economías occidentales las que se han visto sacudidas, ya que su crecimiento económico prácticamente se ha detenido. Muchas de ellas sufren al mismo tiempo una elevada inflación y escasez de energía.
Rusia, por el contrario, no sólo sobrevive, sino que prospera, ganando más poder y prestigio en Asia, África y Sudamérica que en ningún otro momento desde el colapso de la Unión Soviética.
Según el FMI, la economía rusa crecerá este año más deprisa que la alemana o la británica. El año que viene, también crecerá más deprisa que Estados Unidos, Japón, Italia y gran parte del resto de Occidente, el crecimiento de su PIB per cápita superará al del conjunto de las economías avanzadas y alcanzará el menor ratio deuda/PIB entre los países del G20. La tasa de desempleo de Rusia, del 3,5 por cien, es la más baja desde la caída de la Unión Soviética. Los resultados económicos de Rusia -S&P Global confirmó recientemente la confianza empresarial del sector privado- son tanto más notables cuanto que Rusia libra simultáneamente una costosa guerra por poderes contra el peso combinado de los ejércitos occidentales.
Rusia ha sido capaz de aumentar su ritmo de producción militar de forma tan eficaz que su artillería puede superar con creces a la ucraniana, disparando entre 40.000 y 50.000 proyectiles al día frente a los 5.000 o 6.000 de Ucrania. Mientras que la producción de armas de Rusia está en pie de guerra, la de Occidente no ha podido seguirle el ritmo. Al concentrarse en el suministro a Ucrania, Estados Unidos ha comprometido su capacidad para alcanzar otros objetivos, como disuadir la expansión de China y mantener una capacidad de respuesta en otros países.
La solidez militar de Rusia es aún más notable si se tiene en cuenta que posee el mayor arsenal nuclear del mundo y que mantiene una estrecha alianza con el ejército chino. El auge del llamado “eje Rusia-China” y la percepción generalizada del declive de Occidente han convencido a su vez a otros ejércitos para unir fuerzas con un vencedor. En septiembre, India, Laos, Mongolia, Nicaragua y varios antiguos Estados soviéticos se unieron a Rusia y China en juegos de guerra en el Mar de Japón y el Lejano Oriente ruso, y en febrero Sudáfrica acogió a Rusia y China durante diez días de maniobras navales conjuntas.
La posición diplomática de Rusia también está en alza. Mientras que Estados Unidos ha conseguido presionar a los países occidentales para que sancionen a Rusia, a veces mediante la coacción, su autoritarismo ha tenido el efecto contrario en otros países.
En Asia, China e India han estrechado considerablemente sus lazos con Rusia.
En Sudamérica, el nuevo gobierno socialista de Brasil, la mayor economía del continente, ha abrazado a Rusia, al igual que lo hizo el anterior gobierno conservador de Brasil.
En Oriente Medio, donde existe una gran desconfianza hacia Estados Unidos, Rusia mantiene buenas relaciones con Israel y con los principales países musulmanes, sean suníes o chiíes, árabes o no árabes.
En África, donde Rusia es considerada el único gran país europeo que ha renunciado al colonialismo, Rusia es ampliamente celebrada, a diferencia de antiguas potencias coloniales como Francia, cuyas tropas fueron expulsadas recientemente de Malí y Burkina Faso, y donde el presidente francés Macron ha confirmado que “la era de Françafrique ha terminado”.
Mientras que Occidente rechaza a Rusia, esta es bien recibida por la mayoría de los demás países, como demuestran las alianzas regionales en las que desempeña un papel destacado: el Consejo de Cooperación de Shanghai, encabezado por Rusia y China, que incluye a los antiguos países soviéticos, India y Pakistán, y los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), cuyo PIB supera ya al del G7. Unos veinte países han manifestado su interés por unirse a Rusia en estas alianzas económicas y de seguridad, entre ellos grandes potencias regionales como Arabia Saudí, Turquía, Irán, Egipto, Indonesia y México.
Las sanciones occidentales, las más duras jamás impuestas a ningún país, se diseñaron para enseñar a Rusia que “la agresión no se paga”, en palabras del Secretario General de la OTAN, Stoltenberg. La ferocidad de las sanciones, la posterior cancelación de las visitas a Occidente de artistas y deportistas rusos, y la expectativa del fin de la Federación Rusa por parte de élites políticas y militares como el ex Comandante General del Ejército estadounidense en Europa, el general Ben Hodges, sacudieron a Rusia de su complacencia y le enseñaron lecciones muy distintas: Occidente estaba decidido a destruir a Rusia y su propia existencia exigía que se armara hasta los dientes y pusiera fin a su interdependencia económica con Occidente.
Patricia Adams y Lawrence Solomon https://www.americanthinker.com/articles/2023/04/russias_rise.html