Las multinacionales farmacéuticas trafican con la salud de las personas

El encuentro tiene lugar en una de las pequeñas oficinas de la editorial Flammarion en plaza de Odeón [París]. Su libro “Omertá en los laboratorios farmacéuticos” se publicó el pasado mes de febrero. Bernard Dalbergue tiene aspecto de cansado tras recorrer un largo camino. De cabellos rubios grises, ojos azules claros a juego con su camisa, aún sigue llevando el traje azul oscuro y la corbata de rayas que fue su uniforme durante más de veinte años al servicio de la industria farmacéutica.

Empleado hasta el año 2011 en la norteamericana Merck (en Francia MSD), este médico de 55 años levanta hoy el velo sobre prácticas inquietantes: ensayos clínicos sesgados, efectos secundarios disimulados, expertos comprados. En su opinión, el laboratorio ha transgredido muchas reglas para que sus medicamentos tengan éxito.

Actualmente en juicios con MSD [Merck], asegura no actuar por espíritu de venganza. “Hay ciertamente muchos medicamentos inútiles, o incluso peligrosos, pero salvan millones de vidas en el mundo”, defiende Bernard Dalbergue. “La gran mayoría de los empresarios son honestos, pero algunos están en el origen de excesos inaceptables”, añade.

Médicos ‘comprados’ por las multinacionales

Escrito en colaboración con la periodista Anne-Laure Barret, “Omertá en los labos” [laboratorios] da ejemplos precisos de medicamentos colocados en el mercado en condiciones dudosas, o cuyos peligros han sido ocultados voluntariamente por el laboratorio norteamericano.

El “Victrelis” un tratamiento indicado para ciertas hepatitis C, se lanzó con éxito en 2011 gracias al concurso de muchos médicos “comprados” para la causa del laboratorio, e “infiltrados” en las instituciones encargadas de otorgar su autorización de salida al mercado (AMM).

Sin citar nombres, Dalbergue precisa que Merck ha remunerado en numerosas ocasiones a estos líderes de opinión, como se les llama en la jerga, para misiones relacionadas con el lanzamiento de Victrelis, en tanto que la Agencia francesa para los medicamentos (la AFSSAPS entonces, hoy la ANSM) y su equivalente europeo los escogieron como expertos para evaluar el medicamento. ¿Para qué tomar tantos riesgos? “Para empujar los plazos, y colocarse a la cabeza de la competencia en la línea de salida”, responde Bernard Dalbergue. En la época, los directivos franceses de Merck sólo tenían un temor, explica: verse adelantados por el Incivo de los laboratorios Janssen (filial farmacéutica de la norteamericana Johnson & Johnson), que acaba de depositar el expediente para la autorización de salida al mercado. Por consiguiente, cuentan con sus expertos “preferidos” para acelerar la validación de su demanda.

‘Se ha tomado la costumbre de ahumar a las autoridades sanitarias’

Puestos en contacto con MSD-Merck explican con prudencia que los médicos son los únicos responsables de los lazos de interés que declaran a las agencias. “No somos nosotros los que escogemos a los expertos”, subraya un portavoz antes de reconocer los límites del sistema.

“Los mejor situados para hablar del medicamento son los médicos que han seguido a los pacientes durante los ensayos clínicos. Puede ser difícil para la agencias encontrar especialistas que no tengan relaciones con los laboratorios implicados”. Es una declaración que hace el eco de un dicho repetido a menudo en este universo: “Un experto sin conflicto de intereses es un experto sin interés”.

Para explicar estas dificultades de reclutamiento, Dalbergue sugiere por su parte argumentos más pegados a tierra: “Hay muchos inconvenientes y no mucho que ganar: noches en vela expurgando cientos de páginas, un trabajo de titanes con mucho papeleo a cambio de unos 500 euros […] Es por lo que la mayoría de las eminencias prefieren el dinero de los laboratorios a los honores”.

En 2011 Bernard Dalbergue no se cae de un guindo descubriendo la verdad, porque conoce desde hace mucho tiempo a estos expertos y las costumbres del sector. Pero el “Victrelis” es para él el exceso final, el símbolo de una industria claramente muy enferma.

“Se cogió la costumbre de echar cortinas de humo ante las autoridades sanitarias. Pero el lanzamiento de nuestro nuevo medicamento roza la desmesura”, escribe Bernard Dalbergue. “Durante toda mi carrera jamás había sido testigo de tales amistades peligrosas entre los matasanos y una empresa privada”.

Si se verifican, estas infracciones pudieras costar caras al laboratorio, incluyendo en su país de origen, en donde a los legisladores no les agradan los conflictos de intereses. La poderosa Ley de Prácticas Corruptas en el Exterior les permite sancionar, a menudo duramente, a empresas norteamericanas sospechosas de corrupción, independientemente del país en el que han sucedido los hechos.

250 reclamaciones ocultadas

Ironías del destino: justo cuando la dirección francesa de Merck se hunde en sus contradicciones, la casa madre del laboratorio despliega en todo el mundo un programa destinado a avisar sobre cualquier potencial conflicto de intereses.

Otros dos “asuntos” relatados en el libro plantean una cuestión más grave: ¿están algunos laboratorios dispuestos a sacrificar algunos pacientes en el altar del negocio? Para Bernard Dalbergue esto no tiene duda. ¿La prueba? Una dispositivo inyector lanzado por Merck para administrar un tratamiento contra la hepatitis C. Se comercializó en 2002 y sólo se ha retirado del mercado en 2013, cuando desde su lanzamiento el laboratorio estaba avisado de su mal funcionamiento.

Entre tanto, diez años de comercialización bien orquestada mantienen un año con otro las ventas de su pelotazo con un argumento imparable: no es el inyector lo que plantea el problema, sino los pacientes que no saben emplearlo. Comoquiera que sea, y sin saberlo, una parte de los pacientes no ha recibido regularmente la dosis adecuada del medicamento.

¿Con qué consecuencias? “Es difícil decirlo, ya que los incidentes han sido muy poco comunicados”, se lamenta Bernard quien, en perspectiva, se plantea como ha podido avalar y tapar eso durante diez años.

Cita una cifra inquietante: Merck, dice, ha admitido durante una reunión con la Agencia de Medicamentos haber ocultado 250 reclamaciones. Según él, la vigilancia sobre los fármacos es “un auténtico coladero”: ni los médicos ni los laboratorios señalan correctamente los problemas que observan. “Solo el 1% de los casos se detectan, por lo que cuando aparecen una o dos muertes es realmente para inquietarse”.

Los medicamentos te pueden matar

La investigación complementaria llevada por Anne-Laure Barret vuelve por su parte a tratar el asunto del Vioxx, un antiinflamatorio lanzado por Merck a principios de la década del 2000 y retirado bruscamente del mercado en 2004. Aunque es sospechosos de haber causado entre 20.000 y 40.000 muertes prematuras en Estados Unidos, curiosamente no ha sido objeto de investigaciones en este lado del Atlántico, como ha comprobado la periodista.

Peor aún, su sucesor, un antiinflamatorio de la misma familia, obtuvo un permiso de salida al mercado en 2008 pese a serias dudas sobre su eficacia y a datos muy preocupantes sobre sus efectos secundarios. “Este tratamiento, recetado a 50.000 personas en 2011 ¿es, como su pariente, un producto peligroso?”, se pregunta la periodista.

Reúne en todos los casos elementos preocupantes: el informe de un epidemiólogo americano subrayando los sesgos de los ensayos clínicos, el informe moderado de la Alta Autoridad Sanitaria, la institución que califica los medicamentos, y también el giro de la Agencia de Medicamentos que redacta conclusiones como poco contradictorias antes de dar luz verde.

“Para saber si este medicamento mata bastaría con que las autoridades fueran a buscar en la gigantesca base de datos del Seguro de Enfermedad. Allí se encuentran todas las recetas. Analizándolas y relacionándolas con otras fuentes sobre muertes y hospitalizaciones se podría fácilmente detectar los efectos secundarios de los medicamentos en la vida real”, señala Bernard Dalbergue.

Estas informaciones han sido obtenidas en el asunto Mediator, pero después no se ha continuado ningún seguimiento sistemático. “A nadie le interesa eso, es explosivo”, opina.

‘La salud está en manos del negocio de los laboratorios’

Además de estos asuntos principales, que tal vez acaben un día en la mesa de un juez, el médico saca también a la luz prácticas que, sin ser ilegales, llaman la atención. Es el caso de las técnicas de marketing empleadas por los laboratorios, a veces en el límite de la manipulación.

Bernard Dalbergue lo sabe muy bien, porque el mismo ha participado en estos seminarios de formación intensivos en lujosos hoteles por todo el mundo. Describe el “reclutamiento casi sectario” de los visitadores médicos encargados “de vender” los medicamentos en las consultas y hospitales.

Es un ejército cuyo discurso perfectamente estructurado conquista tanto más fácilmente en cuanto que es difícil o imposible para los médicos relativizar o examinar las informaciones que se les comunica. “Los estudios clínicos, cuando se publican, son muy complicados de desentrañar, y tienen sesgos sabiamente disimulados. Incluso los expertos se confunde, En este aspecto, estamos en las manos de los laboratorios”, opina Bernard Dalbergue.

Una dependencia sabiamente orquestada, de la cual proporciona los secretos: cómo obtener entrada al hospital, qué argumentos emplear para incitar a un médico a recetar el medicamento aun cuando es notoriamente menos bueno que el de la competencia, qué presentar como contrapartida si acepta avalar un ensayo… Todos los trucos manejados por un buen visitador médico. Todo está muy lejos de la ciencia y del progreso.

—http://www.lemonde.fr/economie/article/2014/02/04/un-ancien-de-merck-denonce-les-pratiques-du-laboratoire_4359560_3234.html

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