Cuando el Primer Ministro Tony Blair presentó la Ley contra el Terrorismo de 2000 (antes del 11 de septiembre), yo trabajaba en los Tribunales Reales de Justicia. Si mal no recuerdo, los abogados hablaban de ello, preocupados por su lenguaje vago y descuidado, su evidente autoritarismo y su capacidad de abuso.
Hubo una incredulidad general de que Blair, que es abogado, como por supuesto lo es su esposa, y su ministro del Interior, Jack Straw, que también es abogado y antiguo asesor de Barbara Castle, una de las figuras más veneradas de la historia moderna del Partido Laborista, introduciría una legislación como ésa.
Mirando hacia atrás y pensando en aquellos tiempos, es sorprendente lo ingenuos que éramos.
Aquí estamos y esta terrible ley ahora se está utilizando contra periodistas, y se está utilizando de una manera que viola los derechos humanos básicos.
Lo terrible es que al mismo tiempo el gobierno de Blair –con un amplio apoyo de la comunidad jurídica– aprobó la Ley de Derechos Humanos de 1998, que incorporó el Convenio Europeo de Derechos Humanos (CEDH) al derecho británico. La Ley de Derechos Humanos se promulgó en 1998 pero no entró en vigor hasta el 2 de octubre de 2000.
En aquel momento, todo el mundo jurídico pensaba que la Ley de Derechos Humanos de 1998 era, con diferencia, la ley más importante y que tendría muchas más consecuencias que la Ley contra el Terrorismo de 2000.
De hecho, recuerdo muy bien que circularon todo tipo de garantías de que no había motivo de preocupación porque la Ley contra el Terrorismo de 2000 sería restringida y su vaga redacción se interpretaría con referencia al CEDH y la Ley de Derechos Humanos de 1998.
Ocurrió todo lo contrario. Lejos de que la Ley de Derechos Humanos de 1998 mitigara los efectos de la Ley contra el Terrorismo de 2000, es la Ley contra el Terrorismo de 2000 la que tiene prioridad sobre el CEDH y la Ley de Derechos Humanos de 1998, como el caso Medhurst demuestra (*).
Nada de eso habría sucedido sin un cambio radical en toda la cultura jurídica y política de Reino Unido, que ha ocurrido desde que se promulgaron estas dos leyes.
No quiero idealizar el pasado, pero la transición al autoritarismo y la continua represión de la libertad de expresión y del periodismo, que ha tenido lugar desde el año 2000, todavía me parece sorprendente y, hasta cierto punto, inexplicable.
Los procesamientos de Julian Assange y el antiguo diplomático británico Craig Murray (encarcelado por por desacato al tribunal) y el uso indebido de la Ley contra el Terrorismo de 2000 para acosar a periodistas, incluido Murray, ilustran esto (**).
Lo que lo ilustra aún más es que todo ocurre prácticamente sin protestas. Los medios de comunicación británicos guardan actualmente un silencio sepulcral sobre el arresto de Medhurst, mientras que si algo así hubiera sucedido en el año 2000 o antes, habría muestras de indignación.
Es este brutal giro autoritario en la cultura jurídica y política británica –y la ausencia de cualquier resistencia a él– lo que me sorprende. Obviamente, sus orígenes se encuentran en Estados Unidos, pero la escala con la que ahora está arrasando todo Occidente es asombrosa.
He oído que en Alemania la situación es aún peor, y a personas como el ex ministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis se les ha impedido entrar al país.
Aquí en Gran Bretaña rechazamos las libertades por las que la gente alguna vez luchó, por ejemplo en el siglo XVIII, como Wilkes (***). Es más, lo hacemos sin murmurar. La libertad muere silenciosamente.
En cuanto a los detalles del caso Medhurst, diría dos cosas:
- Creo que el objetivo es intimidar y silenciar a Medhurst y lograr que Google elimine su canal de YouTube, en lugar de demandarlo. Incluso considerando el clima actual, no puedo creer que las autoridades británicas vayan a tomar medidas.
Si hacen algo así, entonces las cosas serán aún más oscuras de lo que pensaba. Dicho esto, si estoy en lo cierto, actuar para intimidar y silenciar a un periodista, privándolo así de su medio de vida, ya es bastante repugnante.
- Del relato de Medhurst se desprende claramente que la policía actuaba bajo instrucciones y estrecha vigilancia. Por lo que dice, parece que la policía estuvo constantemente controlando y recibiendo instrucciones durante su detención y arresto.
Sería interesante saber quién y cuál era la cadena de mando. Quizás en tiempos mejores lo sepamos.
—Alexander Mercouris https://consortiumnews.com/fr/2024/08/22/letter-from-london-on-the-uk-terrorism-act/