Shamil Basaiev |
Así lo explicó Mijail Alexandrov, especialista del Instituto CIS de Moscú, en el diario del Ministerio de Defensa ruso, Krasnaia Zvezda: “La situación en Osetia del norte precisa ser vista en el contexto de la creciente batalla por el control de la Transcaucasia entre Rusia y las potencias anglosajonas. Los anglosajones pretenden expulsar a Rusia de la Transcaucasia y, para ello, precisan desestabilizar la situación en el norte del Cáucaso y en Rusia en general”.
La desestabilización de Rusia mediante la manipulación de las tensiones políticas entre las poblaciones del Cáucaso y Asia central está en la pauta de Washington desde la época de la URSS. Una de sus primeras postulantes fue la francesa Helène Carrère d’Encausse, así como Alexander Benningsen, profesor de la Sorbona, y el orientalista británico Bernard Lewis.
Miembro de la Academia francesa, Hélène Carrère d’Encausse nació en París en 1929 con el apellido Zourabichvili. Proviene de una familia zarista que se refugió en Francia tras la Revolución de Octubre. Sus ancestros fueron funcionarios imperiales, llegado uno de ellos a presidente de la Academia de Ciencias en tiempos de Catalina II. Desde hace muchos años está considerada como una de las mayores expertas en asuntos soviéticos. Su obra más conocida, “L’Empire éclaté” (La explosión del Imperio) se publicó en 1978. En 1992 fue consejera del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, financiando las manipulaciones en el interior de los antiguos países del bloque socialista y de la recién desaparecida Unión Soviética. Dos años después fue diputada del Parlamento Europeo y vicepresidenta de la Comisión Asuntos Exteriores y Defensa. Fue una asesora muy cercana a Chirac en asuntos orientales durante su etapa como Presidente de la República Francesa. Como sus escritos sobre la URSS (incluida una biografía de Lenin) gozan de gran reputación en todo el mundo, para conocerla más de cerca es conveniente mencionar una entrevista en la televisión rusa NTV en la que explicó así los estallidos incendiarios en París a finales de 2005:
“Esas gentes llegan directamente de sus aldeas africanas. Pero la ciudad de París y las otras ciudades de Europa no son aldeas africanas. Por ejemplo, todo el mundo se asombra: ¿por qué los niños africanos están en la calle y no en la escuela? ¿Por qué sus padres no pueden comprar una vivienda? Las razones son claras: muchos de esos africanos, os lo aseguro, son polígamos. En una casa hay tres o cuatro mujeres y 25 niños. Viven tan hacinados que ya no son casas, sino ¡dios sabe qué! Se comprende por qué esos niños corretean por las calles”.
Esa es toda la ciencia de la académica Carrère d’Encausse.
La estrategia imperialista de manipulación de las poblaciones musulmanas de la URSS se concreta a partir de la invasión soviética a Afganistán en 1979. Afganistán fue el campo de entrenamiento de las redes de yihadistas, financiadas, entrenadas y mantenidas por los servicios de inteligencia de Estados Unidos, Gran Bretaña, Arabia saudí y Pakistán, de donde provienen los islamistas que portan la marca de Al-Qaeda.
En aquella época, la política de Carter estaba bajo la dirección del consejero de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski, luego autor del libro “El gran tablero de ajedrez mundial: la supremacía estadunidense y sus imperativos geoestratégicos”, donde ya aludía (1997) a los Balcanes euroasiáticos. Brzezinski afirma en su obra que el interés de Estados Unidos como primera potencia verdaderamente mundial es asegurar que ninguna potencia rival llegue a controlar Eurasia o, lo que es lo mismo, que sólo la controlen ellos. El consejero de Carter también es consejero de la sociedad petrolera BP Amoco, con reconocidos intereses en la zona: “Eurasia es el tablero sobre el que se desarrolla el combate por la primacía global […] La tarea más urgente consiste en velar para que ningún Estado o reagrupamiento de Estados tenga los medios para expulsar a los Estados Unidos de Eurasia o debilitar su papel de árbitro”. Brzezinski es partidario de la partición de Rusia en tres: la Rusia europea, la Rusia de Siberia, y la Rusia del extremo oriental, con vistas a debilitarla en el combate por la primacía de su tablero euroasiático.
El Pentágono no ha dejado de provocar a Rusia para que lleve a cabo acciones agresivas contra los chechenos, tanto en el plano militar como diplomático, para debilitar su todavía frágil alianza con Alemania y Francia. La injerencia imperialista tiende a prolongar el drama checheno haciendo al Kremlin único responsable del mismo.
Las grandes potencias imperialistas se disputan el control del Cáucaso y de los recursos del Mar Caspio. La cuestión chechena es una cuestión estratégica internacional: por allí pasa una red de oleoductos indispensables para la explotación rusa del petróleo del Mar Caspio. Los rivales de Rusia, especialmente Estados Unidos, están interesados en que el conflicto perdure y que se extienda incluso a todo el Cáucaso. Los esfuerzos que Estados Unidos despliega en la región son visibles. Ha instalado a sus peones en Georgia, cuyo ejército controlan, como controlan el espacio aéreo desde su base de Inçirlik, en Turquía.
La desestabilización de Rusia se juega en varios frentes simultáneamente. Lituania acoge en su territorio el “Kavkaz Center” (Centro Caucásico), desde donde Basaiev difundió el comunicado en el que reivindicaba la carnicería en la escuela de Beslán, además de los atentados contra los dos aviones civiles rusos perpetrados una semana antes. La masacre fue revindicada en internet por Basaiev pero su sitio no ha sido molestado. No satisfecha, Lituania pidió explicaciones a Rusia por el trágico desenlace de su ataque en Beslán, como si fuera Putin y no Basaiev el responsable de la masacre. Vilnius realiza así un doble juego para desestabilizar a Moscú y perturbar las relaciones euro-rusas.
En Chechenia coexisten dos gobiernos, uno pro-ruso y otro en el exilio en Londres. Un año después de la matanza de la escuela de Beslán, su máximo responsable Shamil Basaiev, fue proclamado viceprimer ministro de ese gobierno checheno en el exilio. Su portavoz, Ahmed Zakaiev, disfruta de asilo político. En Washington su ministro de Relaciones Exteriores, Ilyas Ajmadov, también disfruta del asilo político de los imperialistas. Una de las sedes de este gobierno está en un local de la la “Freedom House” que dirige el antiguo director de la CIA James Woolsey, y su financiación corre a cargo del Comité Norteamericano para la paz en Chechenia, copresidido por Zbigniew Brzezinski y por su ejecutor, Alexander Haig hijo. Estados Unidos también ha concedido asilo político a Ilyas Ahmadov, acusado de crímenes de guerra y ayudante del independentista Aslan Masjadov. Ahmadov fue contratado por la organización “National Endowment for Democracy”, donde participan el sionista Paul Wolfowitz (antiguo ministro de Defensa), Frank Carducci (antiguo director de la CIA) y el general Wesley Clark (antiguo Comandante en Jefe de la OTAN). Por eso, el New York Times no califica a los chechenos de terroristas sino de resistentes y, un año después de la masacre de Beslan, Basaiev, con una orden internacional de busca y captura, concedía una entrevista a una cadena estadounidense de televisión.
Cuando Ahmed Zakaiev fue detenido en Copenhague, Rusia solicitó formalmente su extradición implicándole, entre otros actos, en el secuestro de 1.000 personas en el Teatro Duvrobka de Moscú, que se había producido apenas una semana antes. Pero el embajador de Dinamarca en Moscú advirtió de que las leyes danesas no permitían su extradición a Rusia.
El oligarca ruso Berezovsky, perseguido por evasión fiscal, también está refugiado en Londres, bajo el asilo político del gobierno. Desde allí mueve varios de los hilos del ajedrez geopolítico del Cáucaso en interés de sus jefes. Como en Irak, de nuevo, petróleo y guerra van de la mano también en Chechenia.
Washington habla un doble lenguaje cuando pide al Kremlin que negocie con el gobierno checheno en el exilio: “¿Por qué no se reúnen ustedes con Osama Bin Laden, lo invitan a Bruselas o a la Casa Blanca para iniciar conversaciones, para preguntarle lo que quiere y dárselo, a fin de que los deje en paz?”, respondió Putin. La presión estaba destinada a obligar a Putin a negociar con Masjadov, es decir, a reventar la Federación Rusa a cambio de la etiqueta democrática, como aceptó Yeltsin disolver la URSS para ganar los favores de la Casa Blanca, o como obligó a Milosevic a negociar en París con la fantasmagórica UÇK de Kosovo, antes de destituirlo.