Parece que todos los llamados al diálogo del presidente del parlamento catalán son una simple prédica en el desierto, ya que el receptor de esos envites no está por la labor de dialogar.
Esto nos lleva a hacer algunos comentarios para analizar la situación y el rumbo que tomará probablemente la nueva circunstancia.
El referéndum del uno de octubre que se llevó a cabo bajo todo tipo de presiones y con las cargas policiales que estaban a la vista de todos significó a mi juicio un punto de inflexión en las relaciones del estado español y la comunidad de Cataluña.
La clase dirigente española, con el torpe Partido Popular a la cabeza jamás atendió los intentos de los gobiernos autonómicos catalanes de negociar el traspaso de las competencias que todavía faltan entregar a Cataluña; y ello generó un sentimiento de rechazo a «lo español», y en paralelo a un crecimiento de los opciones independentistas.
Pero además de todo esto, las diversas clases sociales de Cataluña experimentaron el ninguneo histórico que los gobiernos españoles practicaron y practican con Cataluña.
Están en la memoria reciente, las invitaciones a no consumir productos catalanes que predicaba Esperanza Aguirre; y el «a por ellos» con que se despidió a las tropas de la Guardia Civil que el gobierno español envió a Cataluña con motivo precisamente del referéndum del uno de octubre.
Hay que recordar que se suele llamar «polacos» a los catalanes por parte de la rancia derecha española. Cabe la pregunta de ¿por qué no les dejan que se vayan si no los consideran españoles?
La reivindicación independentista de los catalanes abarca a todas las clases sociales de Cataluña y esa reivindicación había y ha calado profundamente en esas clases. Soy de los que opinan que esa reivindicación nunca se la tomaron en serio los gobiernos pujolistas y que solo agitaban el fantasma de la salida de España como medio de chantajear al gobierno español para sacarle alguna canongía.
Pero esta vez fue distinto. Y tan distinto que el referéndum de autodeterminación fue apoyado por una gran mayoría de los votantes catalanes.
Pero lo que realmente no calcularon esos votantes, y lo que es más grave sus dirigentes, es con quien se jugaban los cuartos.
El estado español, y el gobierno español ejercido por un PP corrupto hasta la médula, hizo uso de toda su capacidad de daño y de crueldad, y no solo envió tropas casi de ocupación, sino que actuaron como si se tratara de una ocupación por fuerzas de un estado extranjero.
El único argumento esgrimido por el estado español y su gobierno, era que se había violado la ley, y que el referéndum era ilegal, y ese argumento se hizo viral, y fue aceptado por casi todos los partidos del arco parlamentario.
Y entonces se aplicó la ley.
Y ¿en que consistió aplicar la ley? Básicamente en el encarcelamiento de la cúpula independentista y poco más.
Se les acusa de delitos gravísimos tales como rebelión y sedición. Pero la figura jurídica de la rebelión, no encaja en las conductas practicadas por los independentistas; ya que para que haya rebelión debe haber violencia armada; y aquí no la hubo.
Pero a la hora de cortar cabezas, no nos vamos a detener ante esas minucias. Hay que «aplicar la ley» y basta.
No tenemos la bola de cristal; pero sospechamos que el sentimiento de que han sido injuriados, sometidos, agraviados, humillados de los catalanes, será una herida muy difícil de cerrar, y que el corrupto gobierno de España siguiendo las mejores tradiciones fascistas y franquistas persistirá en esa política, y que muy pronto habrá nuevas elecciones catalanas, ya que será imposible investir a un nuevo presidente de la Generalitat. Y suma y sigue. Y con esa herida abierta y sangrando los independentistas serán una mayoría todavía más mayoría.
Las clases populares deberán aprender que las elecciones no son el camino para lograr la independencia. Si las elecciones fueran el camino para lograr cambios estructurales, ya la burguesía que tiene el poder real, habría suprimido las elecciones. Los comicios son un entretenimiento que se organiza cada equis años, para que los crédulos crean que a través de ellas se puede cambiar la sociedad. La experiencia histórica enseña que hay que buscar otras vías.
Triste, pero real.
El camino lo tenemos muy claro en Catalunya…