En los foros de internet de las organizaciones que se consideran comunistas es frecuente observar que a pesar de plantearse interesantes discusiones, finalmente todo acabe en el mismo punto, a saber, en Stalin, sus errores, la burocracia, etc. Es consecuencia de la manera burguesa de debatir. En uno de esos foros alguien apunta que no se puede criticar a Trotski sin haberle leído y que entre todos los documentos del sitio no se puede consultar
La revolución permanente. El moderador tercia para decir que, efectivamente, tiene razón y que (aunque no está de acuerdo con Trotski) para poder debatir antes hay que estar bien informado y, por tanto, propone incluir los textos de Trotski para luego poder criticarlos. Siguiendo ese criterio, junto a la
Revolución proletaria y el renegado Kautsky de Lenin tendrán que incluir también los textos de Kautsky para poder debatir con conocimiento de causa; y junto al
Anti-Dühring de Engels, los del propio Dühring, y junto a la
Miseria de la filosofía de Marx, la
Filosofía de la miseria de Proudhon, y así sucesivamente pueden ir llenando el servidor.
La consecuencia es que por esa vía, lejos de aclarar nada, incrementan la confusión. Algunos marxistas cuando adoptan la pose estúpida de la burguesía multiplican su ridículo exponencialmente. La manera de debatir impuesta por la burguesía les conduce a decir: no nos hacemos responsables de los contenidos de nuestro foro, o bien: sólo asumimos los artículos firmados, o finalmente: que publiquemos ésto no quiere decir que estemos de acuerdo con ello. Es como si su medio fuera neutral respecto a los contenidos que difunden. Por esa vía los que se llaman marxistas están llenando su propaganda de contenidos antimarxistas con los que -según aseguran- no están de acuerdo. No los suscriben pero tampoco los combaten; es más, los promocionan. Para demostrar que no son dogmáticos están abriendo las puertas a la ideología burguesa, a verdaderos mequetrefes abiertamente contrarrevolucionarios. No son, efectivamente, dogmáticos pero tampoco son marxistas y difunden contenidos antimarxistas porque ni siquiera saben lo que es el marxismo y, por tanto, carecen de criterio propio, incluso sobre aspectos cruciales de la lucha de clases. Ellos, como la burguesía, presentan las ideas como si fueran inofensivas y, por tanto, que no hace ningún daño, sino todo lo contrario, el promoverlas de manera indiscriminada. Los marxistas, por el contrario, creemos que las ideas son ofensivas, creemos en su su fuerza cuando arraigan en las masas y nos vemos en la obligación de difundir las nuestras y combatir de manera implacable las contrarrevolucionarias.
En esos foros aparece un absurdo: se pelean con la burguesía en la calle pero conviven con ella en internet. En la calle hacen barricadas y tiran piedras, pero al sentarse delante del ordenador se vuelven burgueses educados y tragan con todo lo que les echen sin pestañear. Su lema es: no comparto lo que dices pero respeto tus ideas. No entienden que la lucha de clases es política, pero también económica e ideológica. Las luchas ideológicas son luchas de clases que en lugar de en las calles se desenvuelven en los tinteros, en los papeles y en los medios de propaganda.
Lo peor de todo esto es que algunos despistados se consuelan a sí mismos: quizá no sean marxistas pero son progresistas en cualquier caso, dicen.También esa gente aporta cosas interesantes, viene a ser su excusa. Es bueno difundir sus ideas como una mera de difundir las de Marx. Hablan así de gentuza del estilo de Antonio Negri, un personajillo vendido desde siempre a la reacción imperialista, como si por un momento fuera imaginable pensar que sus tonterías tuvieran el parecido más remoto con las ideas revolucionarias de Marx. Los embaucadores más sutiles parecen moverse dentro de nuestro propio terreno. Son refinados; casi parecen marxistas: utilizan nuestras expresiones y critican al capitalismo. Por ejemplo, Trotski dijo de sí mismo en su autobiografía:
“Para Lenin, cuando pasaba revista a la evolución del partido en su conjunto, el trotskismo no era ninguna cosa extraña u hostil; por el contrario, era la corriente de pensamiento socialista más próxima al bolchevismo” (1).
Se trata de eso justamente, de los que no son pero están próximos. Algunos de ellos incluso pretenden “mejorar” a Marx, a quien ven un poco apolillado por el implacable paso del tiempo, como si quisieran recuperarle para la rabiosa actualidad. Otros dicen que Marx tiene cosas positivas pero que hay otras equivocadas…
Como bien ha escrito Patrick Rossineri, y es lo único que ha escrito bien (2), hoy las obras de Marx, Engels y Lenin no se editan ni se distribuyen ni, en consecuencia, se pueden obtener en las librerías. Ni en la sección de economía, ni en la de filosofía, ni en la de sociología. Ha vuelto la censura. Si preguntas en una librería por la obra La ideología alemana, por ejemplo, te dirán que tras la caída de la URSS eso está anticuado, que Marx murió hace 130 años… Pero seguro que el librero tiene a la venta las obras de Platón, que murió hace 2.300 años. ¿No está anticuado Platón? ¿Por qué se venden unas obras tan antiguas? ¿Por qué Platón sí interesa y Marx no?
No podemos comprar las obras de Marx pero podemos (¿afortunadamente?) leer a los que casi se parecen (y a veces se parecen mucho) a él. Alguno puede incurrir en la ingenuidad de tratar de saber algo acerca del pensamiento de Marx a través de Negri, quien se presenta como marxista, o casi. El problema es que desde ese casi hasta Marx casi hay un abismo.
Cuando no podemos leer a Marx directamente es cuando llegan los “casi” marxistas para explicarnos el verdadero pensamiento de Marx, ya pulido de impurezas. No necesitamos a Marx. Por ejemplo, para superar los errores de El Capital y aprender economía política, lo mejor es leer La producción de mercancías por medio de mercancías de Piero Sraffa, que es “casi” marxista. Conclusión: mejor que marxista es ser casi marxista porque si lo eres al cien por cien entonces eres un dogmático, no piensas por tí mismo, no aportas nada nuevo, no haces más que repetir de memoria lo que Marx ya dijo.
Lo que es y lo que no es marxismo
Nosotros entendemos que existe una frontera entre lo que es y lo que no es -ni podrá ser nunca- marxismo, si bien no es fácil trazarla en un determinado momento y de una manera definitiva. Estamos convencidos también de que cualquier texto no vale como marxismo y que hay tesis que se exponen en su nombre, e incluso del auténtico, que no tienen nada que ver con él.
No se trata de ningún intento por nuestra parte de preservar la pureza del marxismo porque resultaría inútil. Tampoco se trata de exponer el marxismo como una teoría única y fijada de una vez y para siempre, que también resultaría no sólo absurda sino antimarxista, una forma de dogmatismo. A nuestra ideología también se le puede aplicar la dialéctica de la verdad absoluta y la verdad relativa. Lo que defendemos es que muchas de las teorías que circulan por ahí como marxismo no sólo no lo son sino que constituyen otros tantos ataques dirigidos contra él, de manera que si no se reconocen como tales ataques, permaneceremos pasivos e indefensos frente a ellos, a merced de la ofensiva ideológica del enemigo de clase. Como todo lo que está vivo, el marxismo avanza -pese a lo que burguesía diga- en una lucha implacable contra la ideología burguesa y también en una lucha interna. Aparece entremezclado y en oposición constante con toda clase de influencias. Por eso importa intentar esa separación y reiterar que no vale todo lo que se afirma en nombre del marxismo.
Pero no existen fórmulas mágicas para separar el marxismo del antimarxismo, ni existe ninguna autoridad que pueda indicar lo que es y lo que no es marxismo. No obstante, sí creemos poder apuntar algunos criterios mínimos que posiblemente encontrarían un amplio acuerdo entre los marxistas: la dialéctica, el materialismo y la práctica. Añadimos que esos tres criterios se deben dar simultáneamente, lo que resulta más que suficiente para tirar por la borda del marxismo a buena parte de lo que la burguesía nos quiere colar como tal.
La letra muerta
Entre los tres criterios que hemos expuesto, la práctica es la que delimita lo válido de lo falso, pero no sólo en el sentido habitual con el que se utiliza la noción de práctica, sino también en el sentido de que los interrogantes teóricos son los que la práctica plantea. Lo que los intelectuales no podrán entender nunca es que los problemas no los plantea la teoría sino la práctica y que, finalmente, también los resuelve la práctica. Ellos podrán seguir discutiendo durante siglos acerca del importante problema del sexo de los ángeles, así como del dios uno y trino, pero los interrogantes teológicos -teóricos- nunca se resolverán porque no existen fuera de las sacristías.
La teoría y la práctica forman una unidad indisoluble y contradictoria; sólo se les puede separar de una manera relativa y condicionada. Además, como cualquier contradicción, están en movimiento, en un cambio constante, como ya hemos expuesto en otro artículo. Por tanto, esa obsesiva preocupación de algunos teóricos por el marxismo dogmático carece de todo fundamento: si es marxismo no es dogmático y si es dogmático no es marxismo. El marxismo sólo degenera en un dogma cuando se convierte en una teoría, en lo que se califica como una corriente de pensamiento. Por eso la preocupación de los antidogmáticos por la esclerosis es una preocupación por sí mismos. No han entendido nada. Dominados por sus concepciones burguesas, ellos leen a Marx y Engels como quien lee a Aristóteles o a cualquier otro pensador de la historia de la humanidad, cuando Marx y Engels repitieron hasta hartarse que ellos pretendían otra cosa. Pero los antidogmáticos no son tales: a lo que aspiran es a sustituir un dogma por otro, a demostrar que el antidogmatismo consiste no en que no haya dogmas sino en que no haya sólo uno, y de esa manera se ven encerrados en el mismo círculo vicioso de siempre: las tendencias, las corrientes, las facciones… toda la amalgama de versiones diferentes de la misma partitura.
La importancia de la práctica es tal que sin la Revolución de Octubre Lenin no sería lo que es hoy, sus libros no se habrían traducido y, a lo máximo, su nombre aparecería perdido entre los de muchas otras corrientes: Martov, Plejanov,… Lenin no suscita interés sólo por sus escritos sino por el gigantesco impacto práctico que tuvieron sobre la historia de la humanidad.
Contra el dogmatismo se alega a veces que el marxismo es una guía para la acción, cuando quizá sería mejor decir que el marxismo está en la acción misma. No está sólo en El Capital ni en el Anti-Dühring sino en la I Internacional, la Comuna de París, la Revolución de Octubre, nuestra guerra civil, la revolución china, cubana, vietnamita, la transición,… para acabar en la lucha de los obreros de la naval de Vigo. Eso es lo que hay que leer porque si alguien se conforma sólo con una parte, sólo con la teoría, tendrá motivos para sospechar sobre el dogmatismo, en especial sobre su propio dogmatismo.
Los anglosajones tienen la suerte de utilizar los tiempos verbales en gerundio que resultan muy apropiados para dar una noción cabal de lo que es la práctica. Donde nosotros decimos trabajo o producción ellos dicen working que es exactamente la práctica y que podríamos traducir como manos a la obra: una actividad actual, que se está haciendo en ese preciso instante. Pues bien, el marxismo es como la masa de harina que se está haciendo pan en el horno de la práctica, y hay que entenderlo justamente así; en el momento en el que alguien hable del marxismo como pan ya tostado, empieza el dogmatismo porque estaremos hablando del pasado y no del presente ni del futuro. Letra muerta.
Al decir esto corremos el riesgo de caernos por el otro costado, el del empirismo y la tabla rasa, como si cada día pusiéramos los ojos en blanco ante cada nuevo acontecimiento. El marxismo, por el contrario, hila el pasado con el presente, explica cómo éste se gesta a partir de aquel, la transición de uno hacia otro, acumulando en su seno todas las experiencias del movimiento obrero mundial. El marxismo actualiza el pasado, confronta el presente a partir del cúmulo de conocimientos ya adquiridos previamente, como un alumno que se examinara cada día en una evaluación continua de sus conocimientos.
Una de las tareas del partido comunista es justamente ésa: ligar el pasado al presente, transmitir a los revolucionarios de hoy la experiencia de los revolucionarios de ayer de manera que no tengan que partir desde cero. Esa crónica de la actualidad candente en la que los acontecimientos se suceden vertiginosamente uno tras otro, tiene poco que ver con el marxismo si con ella no se explican de dónde provienen y hacia dónde van, sus causas y sus desarrollos futuros.
Marxianos y marcianos
A los antidogmáticos les gusta suavizar un poco las expresiones ideológicas y prefieren hablar de marxianos antes que de marxistas. Es una manera de ensanchar el salón para que todos quepamos dentro del mismo recinto. Quizá no sean del todo marxistas, pero al menos son marxianos, casi alcanzan. Desde antiguo entre éstos casi siempre está la dialéctica como comodín prescindible. Contra el virus dogmático los marxistas tenemos la dialéctica como otro remedio infalible, si bien son muchos marxianos los que precisamente plantean una batalla frontal contra ella, que les resulta tan incomprensible como un sortilegio medieval. Los intelectuales antidogmáticos, como los pacientes cascarrabias, no quieren la enfermedad (el dogmatismo) ni tampoco el remedio (la dialéctica). Por ejemplo, en su obra La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista el economista polaco Henryk Grossman, que pasa por marxiano, repudia la dialéctica expresamente desde sus primeras líneas. Lo mismo cabe decir de Althusser, cuya batalla contra el hegelianismo está en realidad enfilada contra la dialéctica.
El repudio de la dialéctica tiene profundas raíces históricas dentro del movimiento revolucionario como consecuencia -precisamente- de la influencia del dogmatismo: como Marx no nos dejó un manual de ese sortilegio, podemos prescindir de ella sin que nos acusen de heterodoxos. Como, además, al morir él había pasado hacía mucho tiempo el sarampión hegeliano, sus cabalísticos escritos juveniles parecían contaminados por una jerga tan extraña como innecesaria. Como quien seguía insistiendo en ella era Engels y éste no era Marx sino alguien inferior, sujeto a sospecha, se podía prescindir incluso del propio Engels.
Esas y otras varias razones hicieron que a finales del siglo XIX, cuando el marxismo se impuso como ideología dominante dentro del movimiento obrero revolucionario, la dialéctica quedara fuera de juego y la socialdemocracia alemana pudo presentarse perfecta y pulida en el programa, en la letra y en los documentos, mientras sostenía un reformismo ramplón en lo cotidiano, demostrando que el dogmatismo teórico, furibundo en sus grandes expresiones, es ideal para encubrir una política acomodaticia en la práctica. Los dogmáticos siempre recitan de memoria una frase de Marx y Engels con la que excusar sus desvaríos políticos; incluso tienen frases contra el mismo dogmatismo.
Pero el marxismo no es ninguna frase. Como cualquier teoría científica, como cualquier pensamiento vivo, se enriquece conforme evoluciona la realidad y nuestro conocimiento acerca de ella. Esto hace que progrese y avance, pero no lo hace según el capricho retórico de los intelectuales sino conforme a determinadas leyes, que son las de la dialéctica. Por eso con la entrada del capitalismo en su etapa imperialista aparece el leninismo, que no es algo diferente del marxismo sino un desarrollo suyo. Sin embargo, muy pocos de los antidogmáticos aluden a las novedades introducidas por Lenin en el marxismo sino, por el contrario, huyen de ellas, tratando de separar a ambos y retrotraer a Marx a los primeros esbozos de su pensamiento.
Cuando los intelectuales denuncian el dogmatismo es porque no les gusta repetir lo que otros ya han dicho antes que ellos; tienen que decir cosas nuevas para publicar sus artículos y vender sus libros. En su afán novedoso, destacan la importancia de las pequeñas variantes que el capitalismo ha ido introduciendo, olvidando las cuestiones más generales y, por tanto, el encuadre de lo nuevo en lo viejo. De esa manera promueven una visión distorsionada de los fenómenos, de su importancia relativa dentro del modo de producción capitalista, de los motivos de su aparición, del papel que desempeñan, etc. En fin, para hablar de lo nuevo siempre hay que hablar también de lo viejo y, por tanto, repetir lo que otros ya han dicho antes al respecto. Cuando algo cambia es porque otra parte permanece y la dialéctica exige explicar por qué cambia una cosa mientras la otra no lo hace.
El surgimiento de lo nuevo en el desarrollo de todas las cosas es un concepto fundamental de la dialéctica al que los marxistas prestamos enorme atención. Lo nuevo es el futuro que en el momento actual aparece de manera embrionaria en medio de lo antiguo; a todos los recién nacidos les lavan las comadronas, porque lo nuevo no aparece puro y limpio sino en medio de lo viejo. Es lo que se va a desarrollar y por eso atrae nuestro interés. No es la moda, lo que la burguesía lanza como transitorio y efímero, aquello a lo que se aferran los intelectuales como a un clavo ardiendo. La moda es todo lo contrario de lo nuevo: es lo superficial. Lo único que nos permite separar lo nuevo que va a desarrollarse de lo efímero que va a perecer, es la dialéctica y el conocimiento que el marxismo proporciona de las leyes que rigen la evolución de la sociedad. Esta preocupación por lo nuevo es lo que convierte al marxismo en el elixir de la eterna juventud.
No obstante, para impugnar el dogmatismo algunos se aferran a la dialéctica de una manera equivocada. Siguiendo a Lukacs hablan de la dialéctica como un método para diferenciarlo del sistema de Marx. A veces se les escapa que la dialéctica se aplica a la economía, a la historia o a cualquier otro terreno. Otros dicen que Marx se quedó con el método de Hegel y que con él hay que hacer lo mismo: el método de Marx es válido pero no el sistema. Todo eso es un galimatías grotesco. La dialéctica no es un método ni admite tampoco aplicaciones ni distinciones como la de ciencia pura y ciencia aplicada de Bernstein, ni la de ortodoxia y heterodoxia de Lukacs, quien se consideró a sí mismo como el verdadero marxista ortodoxo pero ha pasado a la historia como el verdadero marxista heterodoxo. El mismo Lukacs avisó de que con los defectos idealistas de su libro Historia y conciencia de clase se habían fabricado consignas de moda (3). Pero el libro ha tenido más éxito que las advertencias que en su contra lanzó el mismo que lo escribió. Ésa es la esencia del trabajo disolvente que la burguesía realiza con los autores que son casi marxistas: convirte sus desviaciones en auténticas modas ideológicas.
Predicción y planificación
La importancia que los marxistas concedemos a lo nuevo es lo que nos permite predecir los acontecimientos, asunto respecto del cual se pueden leer habitualmente las mayores estupideces que uno pueda imaginar, hasta el punto de que refutarlas exigiría dedicarle un espacio propio, sobre todo para explicar el concepto de determinismo que en esta discusión subyace inevitablemente. En este punto no hay diferencia entre lo que llaman ciencias naturales y ciencias sociales. La capacidad de realizar predicciones es inherente a cualquier teoría, dentro de los límites que toda teoría tiene. Las teorías se crean precisamente para poder realizar predicciones sobre el futuro, intervenir sobre él, cambiarlo y modificarlo, lo cual no significa poder lograrlo de una manera arbitraria sino siguiendo las propias leyes de la teoría.
Si los marxistas no fuéramos capaces de predecir los acontecimientos tampoco podríamos planificar nuestro trabajo político; no habría programa ni línea política, ni táctica, ni podríamos alertar a las masas, por lo que estaríamos a merced de los acontecimientos, que es lo que le sucede a la burguesía y a todos los oportunistas de su misma naturaleza. Naturalmente que quien predice los acontecimientos (lo cual sólo se puede hacer de una manera general) se equivoca y eso le tiene que enseñar a predecirlo de una manera mejor y más rigurosa, no a dejar de hacer predicciones. Eso es el marxismo y esos son los errores que cometemos los marxistas cuando planificamos nuestra actividad revolucionaria. Los que de ninguna forma son marxistas son los que sellan los boletos de las quinielas los lunes: cuando los acontecimientos han pasado, todos acertamos siempre y entonces es muy fácil criticar a quienes han errado en el diagnóstico. Pero éste que se ha equivocado sí es marxista; no lo es quien carece de diagnóstico. Éste es el que se aferra a la letra muerta, al dogma, un vulgar cronista de la realidad pretérita no alguien que se esfuerza por cambiarla.
¿Qué es, pues, el marxismo? No es otra cosa que esa fusión del pasado y el futuro en el presente mismo sobre el que estamos batallando en la medida de nuestras fuerzas y de nuestras posibilidades. En otras palabras, es el trabajo político de transmitir conciencia (y por tanto organización) al movimiento espontáneo de las masas explotadas, de dirigirlas en sus luchas. Que no pueda existir movimiento revolucionario sin teoría revolucionaria no significa otra cosa que la íntima unidad de ambos. La importancia de la práctica no puede confundirse con el practicismo vulgar, con el viejo lema revisionista de que los principios no son nada y que lo importante es el movimiento. Pocas semanas antes de morir, Engels le escribía a Labriola: ahora estamos a punto de empezar (4). Eso es lo que los marxistas nos repetimos cada día: estamos a punto de empezar… pero no empezamos de cero. Por eso cuando los antidogmáticos dicen que el marxismo tiene que cambiar para adaptarse a los cambios sociales y políticos de la actualidad, nosotros decimos que el marxismo cambia y no cambia a la vez; lo que hace es profundizar en el conocimiento de la realidad. Pero eso no tiene nada que ver con los intentos de sustituir con esa excusa el marxismo por otra cosa diferente que nada tiene que ver con él.
La táctica del caballo de Troya
Nosotros siempre partimos del reconocimiento de que cualquiera puede inventar las teorías que estime convenientes, y esas teorías pueden estar plenamente fundadas y sensatamente argumentadas, no pudiendo por nuestra parte oponer ninguna objeción… excepto cuando las mismas se exponen como parte integrante del marxismo. Éste es el punto en cual nosotros nos vemos, no en el derecho sino en la obligación, de ofrecer también, nuestra opinión al respecto como marxistas. Nada tendríamos que objetar si muchas teorías que pretenden ser marxistas cambiaran su etiqueta y se llamaran fenomenología, estructuralismo, kantismo, sicoanálisis, positivismo, o de cualquier otra forma, pero no es así y todas ellas pugnan por ganar la patente de marxismo cuando, la mayor parte de las veces son su misma negación.
También partimos de la constatación de dos hechos que nos parecen básicos. El primero es que con el transcurso del tiempo, a pesar de lo que la burguesía afirme, el marxismo ha ido ganando en fuerza e influencia más allá del proletariado para el que fue creado, por lo que la burguesía y sus funcionarios ideológicos, a su manera, también han creído asimilar una cierta forma de marxismo y utilizan buena parte de sus categorías, especialmente en las ciencias sociales y en la historia. El segundo es que la táctica del caballo de Troya, tan vieja como la humanidad, determina que la mejor manera de acabar con el enemigo consiste en infiltrarse dentro de su propia fortaleza y que, por tanto, la mejor manera de disolver el marxismo consiste en ponerse sus ropajes para convertirlo en algo inofensivo, en una de las varias corrientes de pensamiento del siglo XIX de las muchas que surgieron, una más.
Nuestra conclusión respecto a estos dos puntos es la siguiente: ni esa influencia del marxismo en la ideología burguesa es marxismo, ni tampoco lo es el entrismo burgués en su seno. Nada podemos oponer a la influencia que el marxismo pueda tener en la ideología burguesa; esta cuestión no nos corresponde abordarla a nosotros; sencillamente nada tenemos que decir al respecto, salvo alertar de que eso nunca puede ser marxismo, algo que nos parece tan obvio que ni siquiera entraremos a razonarlo. Pero no admitimos la influencia de la burguesía y los intelectuales a su servicio en el seno del marxismo. Este segundo aspecto sí es importante porque una de las formas de dominación ideológica de la burguesía consiste en introducirnos su propia versión del marxismo como si fuera la nuestra.
En efecto, la burguesía no podría imponerse políticamente si no lograra establecer su ideología como dominante, lo cual exige que esa ideología burguesa esté lo suficientemente diversificada como para lograr penetrar en ámbitos sociales muy diferentes, como son los de la burguesía y los del proletariado. La burguesía preserva una ideología para sí misma y elabora otra para el proletariado que, lógicamente, tiene que revestir formas distintas de la anterior, sin que por ello deje de ser una ideología burguesa.
La dominación burguesa que, como decimos, es también una dominación ideológica, fuerza a que los marxistas tengamos que desenvolver nuestra lucha -que incluye la lucha ideológica- en condiciones externas de hostilidad. Las cosas que nosotros decimos y la manera en que las decimos resultan totalmente inusuales no sólo para la burguesía sino para la gran mayoría de la sociedad; choca con eso que llaman opinión pública. Por eso la imagen que la burguesía tiene de nosotros es la de iluminados y visionarios; además, como no logran doblegarnos mediante sus medios de propaganda, también nos llaman dogmáticos y fanáticos. Si nuestra propaganda no surtiera ese efecto sorprendente entre muy amplios sectores sociales, es cuando tendríamos motivos para preocuparnos porque estaríamos navegando a favor de la corriente, que necesariamente es burguesa.
Por tanto, es claro que nadie puede sustraerse a la influencia ideológica de la burguesía como a ninguna otra influencia, salvo que se introduzca en una campana de vacío y no salga de ahí, lo que resultaría totalmente antimarxista; lo único que cabe es tomar conciencia de ese influjo y saber utilizarlo. Por ejemplo, tendremos que tomar conciencia de que la presión ideológica de la burguesía está mucho más desarrollada entre los intelectuales que entre los obreros y, por tanto, que tenemos razones para desconfiar mucho más de todo aquello que nos llega de los libros y las academias, así se disfrace con los ropajes más radicales que tenga por conveniente.
El marxismo abierto
No se trata, como afirma Nestor Kohan en su pésimo Diccionario básico de categorías marxistas, de que el marxismo sea abierto porque si pretendiera ser cerrado el resultado sería exactamente el mismo. Cuando no se cuidan las expresiones se producen extrañas asociaciones: la expresión marxismo abierto procede, nada menos, que de un artículo del filósofo vichysta (fascista y católico a la vez) francés Emmanuel Mounier en los prolegómenos de la guerra fría (5) y no podemos considerar que un autor así resulte fiable precisamente.
Pero todo esto tiene poco que ver también con el dogmatismo y el pluralismo, que es la manera en que la burguesía entiende estos fenómenos. No se puede decir que el marxismo es único y uniforme porque no es cierto. Ahora bien, aunque moleste a tanto antidogmático que circula por el mundo, esto también hay que reconocerlo del marxismo soviético, respecto del cual la visión que se ha lanzado en el mundo libre, entre ellos el mencionado Kohan, es ridícula. Bajo el denostado diamat (materialismo dialéctico) monolítico también se escondía una enconada lucha ideológica. El famoso diamat soviético ni formó nunca una única corriente, ni tampoco era plenamente coherente, ni tampoco era siquiera marxista en algunos casos.
Veamos cómo manipulan los hechos los filósofos burgueses. En su libro La filosofía actual, Ferrater Mora divide el marxismo en dos corrientes: por un lado nos presenta el diamat, que califica de ortodoxo (en singular) y, por el otro, a todos los demás marxismos (en plural). El primero, que proviene de un equívoco cometido por Engels, se impuso en la URSS y la mejor manera de que aparezca como algo macizo es no citar absolutamente a ningún autor representativo de esa sopa que Ferrater Mora saca de su propia cabeza o de curas católicos que le sirven de referencia, como el jesuita austriaco Gustav Wetter. Por el contrario, cuando menciona a la otra corriente, los marxistas heterodoxos, aparece una pléyade de nombres: Lukacs, Gramsci, Kolakowski, Althusser, entre otros. La primera corriente es impersonal y gris; la otra está bien definida con nombres y apellidos.
En esa línea de tergiversación, Kohan presenta las cosas de la misma forma:
El marxismo integra diversas tradiciones ideológicas, filosóficas y políticas. No existen en su seno definiciones únicas y taxativas, como erróneamente planteaban los antiguos manuales soviéticos de divulgación (u otros similares inspirados en ellos).
Cada tradición marxista reinterpreta el legado de Marx y sus categorías de diverso modo.
Todo esto que dice Kohan es otra manipulación descarada. Como bien dice, el dogmatismo le ha hecho un daño enorme al marxismo, pero se le olvida decir que el liberalismo le ha hecho otro tanto y, desde luego, las tesis de Kohan tienen más que ver con su liberalismo burgués que con ninguna forma de marxismo. No es ninguna casualidad que Kohan vuelva a plantear el problema de la misma forma que los filósofos burgueses. Esas coincidencias nunca son casualidad. Para él no sólo los manuales soviéticos ofrecían erróneamente (al parecer todos ellos, sin excepción) definiciones taxativas sino que eso no es marxismo porque éste es una amalgama que agrupa diversas tradiciones en su seno, sin que parezca importar que se trate de tradiciones burguesas. Naturalmente que a partir de ese pluralismo se derivan muchos más pluralismos, cada uno de los cuales reinterpreta el legado de Marx de diverso modo, es decir, como le da la gana, remedio infalible contra el maldito dogmatismo. Este puré, cabe concluir, sí es marxismo. Sin embargo, paradógicamente, cuando define la concepción materialista de la historia afirma que es la base de la (re)unificación de todas las ciencias sociales, nada menos: no entendemos cómo se pueden (re)unificar todas las ciencias sociales si ni siquiera el marxismo es único. Con toda su verborrea lo que Kohan pretende es sustituir las definiciones únicas de los manuales soviéticos por las definiciones igualmente únicas de su propio manual, cuyo parecido con el original es pura casualidad.
El final obligado es una paella mixta porque el punto de partida también lo es: el marxismo no integra diversas tradiciones o, por mejor decirlo: el marxismo integra diversas tradiciones en la misma medida en que rompe con ellas. La chapuza ideológica de Kohan se dispara cuando sostiene que, a su vez, cada tradición marxista reinterpreta el legado de Marx porque los marxistas no estamos para interpretar (y menos para reinterpretar) nada sino para cambiarlo todo.
Esto es clave porque es lo que diferencia a los marxistas de todas las tradiciones anteriores, y lo que ha ocurrido con las versiones burguesas de Marxha sido justamente que ya no solamente siguen pretendiendo reinterpretar el mundo sino reinterpretar al propio Marx, lo cual es totalmente absurdo. Lo que diferencia a un sicoanalista de un marxista es que el primero, a 50 euros la hora, sienta a su paciente en el diván para que le cuente sus sueños de manera que pueda interpretarlos, mientras que lo que hacemos los marxistas es organizarle para hacerlos realidad.
Que los antidisturbios desalojen las aulas
Nunca hemos considerado que el marxismo tenga algo que ver con el sicoanálisis, como tampoco con ningún tipo de marxismo salido de las universidades de París, Padua, Berkeley o Buenos Aires. Como decía el viejo Engels de los teóricos puros:
En nuestra agitada época ocurre como en el siglo XVI: en las materias relacionadas con los intereses públicos sólo existen teóricos puros en el campo de la reacción, y eso es lo que explica que estos señores no sean tampoco verdaderos teóricos, sino simples apologistas de esta reacción (6).
Los escritos de Marx y Engels responden a las necesidades revolucionarias (prácticas) de la lucha de clases; la de los marxistas heterodoxos salen de la tiza de una pizarra. El marxismo es una cosa y las reinterpretaciones de Marx son otra bien distinta de la anterior.
La consecuencia de ese marxismo de pega es la repulsión sentida en amplios sectores populares hacia esas abstracciones teóricas. Marx y Engels fueron los primeros en exigir que las masas se adueñaran de la ciencia, mientras que los teóricos se esfuerzan por alejarlas de ella. El marxismo ni nace de la cabeza de unos teóricos ni es tampoco una teoría separada de las masas y de la práctica. En sus Tesis sobre Feuerbach hablaba Marx de laterrenalidad del pensamiento y hoy muchos se siguen quedando estupefactos cuando se esfuerzan por leer algo de todas esas elucubraciones, más cerca del cielo que del suelo.
Puestos a hacer comparaciones, nosotros encontramos mucho más marxismo en el diamat monolítico que en todas las papillas que en el mundo libre nos han querido vender como tal. Lo cual no quiere decir -insistimos- que se pueda suscribir como válido todo lo que provenía de la URSS, y nosotros ya hemos tenido oportunidad de lanzar algunas críticas a determinadas tesis allí vigentes. Pero tampoco vamos a seguir la corriente de renegar de ello, ni mucho menos de suscribir las estupideces que la burguesía ha vertido contra el marxismo soviético.
Tampoco hay que ocultar que muchos de los ataques más serios contra el marxismo realizado en nombre del propio marxismo, han provenido del antiguo bloque de países socialistas. Es el caso del polaco Leszek Kolakowski, a quien Ferrater coloca entre esos marxistas no ortodoxos que tratan de enfrentar a Engels con Marx, criticando al primero para ofrecer así otra versión del segundo, realizada su guisa.
Divide y vencerás, dice el refrán, de manera que Kolakowski, se ponga el disfraz que se ponga, venga de Polonia o de Porriño, es un intelectual burgués cuyas tesis los marxistas debemos combatir sin tregua porque sus afirmaciones, por más académicas que parezcan, no son inocentes o inofensivas reinterpretaciones sino que quieren llevarnos de cabeza al pantano revisionista. Cuando las teorías de Kolakowski descienden del cielo a la tierra, eso es lo único que queda: un reformismo vulgar. Así podríamos seguir con muchos otros cuando después de leer sus teorías tenemos que preguntar por sus prácticas, si es que existen tales prácticas. Por ejemplo, otro que pasa muy frecuentemente por marxista es Adorno, un profesor universitario alemán que cuando los estudiantes ocuparon sus aulas en 1967 llamó a la policía para que los desalojara de allí. Con estas prácticas excusamos perder ni un minuto de nuestro tiempo en exponer las teorías marxistas de Adorno y tantos otros como él…
La lucha de clases es así: mientras Adorno llama a la policía para que desaloje las aulas de estudiantes, nosotros llamamos a los estudiantes para que desalojen a Adorno de las aulas. No sólo no tenemos nada que ver sino que estamos enfrente unos (marxistas) de otros (marxistas).
Ferrater Mora sólo menciona una vez a Lenin como un adaptador del marxismo a los manuales soviéticos; por supuesto en su elenco de autores marxistas tampoco aparecen otros, como el Che Guevara, por ejemplo, porque él otorga más importancia a los teóricos de la especulación pura, a los profesores universitarios que escriben más libros o libros que los mortales como nosotros no somos capaces de entender y, por tanto, pensamos que deben ser gente muy profunda, mucho más que nosotros (que somos unos superficiales).
Si el marxismo estuviera en los libros sería, efectivamente, un dogma acabado y agotado. Pero el marxismo está en las reuniones de los obreros de Turín que preparan la próxima huelga, en los fusiles de los guerrilleros filipinos y en las manifestaciones por las calles de Caracas. El marxismo vive porque en todo el mundo existen partidos comunistas preparando sus próximas ofensivas contra la explotación.
Un cielo poblado por fantasmas
Si el marxismo es una teoría ligada a una práctica, no entendemos que se hable de marxismo allá donde la práctica no existe. Pero lo contrario de la práctica no es la teoría sino la especulación. Por eso los que la burguesía nos promociona como marxistas se han especializado en la estética y la pura contemplación artística (Lukacs, Della Volpe, Marcuse, Benjamin, Lefebre, Adorno) que, como máximo, han llegado hasta comprometerse políticamente pero sin salir jamás del círculo cerrado de las aulas y de los libros.
Una teoría es una respuesta a una pregunta previa cuyo origen es el que se trata de indagar: se trata de saber si esta pregunta es una pura especulación o es una duda que surge de la práctica, de la realidad terrenal. Las dudas y las preocupaciones de los explotados no son las mismas que las de los intelectuales. Como decía Marx, mientras la ideología alemana desciende el cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Los lectores atentos de Marx se habrán dado cuenta muchas veces de la reiteración con que en sus escritos aparecen palabras como fantasma, espectro, quimera, ilusión, misterio y otros parecidos. Toda su lucha fue por algo tan simple como encender la luz para demostrar que esos fantasmas no tenían vida propia, que no son más que palabras vacías: pura contemplación. Que hoy a la especulación tradicional, como la religiosa, le haya sucedido otra especulación sobre el propio Marx, no cambia nada las cosas, pero nos parece muy extraño que precisamente a nosotros, que somos los que luchamos contra esto, se nos acuse de dogmatismo y de convertir al marxismo en una religión. No podemos aceptar de ningún modo que ellos, los especuladores, traten de dar un vuelco completo a la cuestión: son ellos, los que presumen de antidogmáticos, los que convierten al marxismo en letra muerta separándolo de la práctica.
El divorcio entre la teoría y la práctica es una forma más de alienación. Pero con la alienación sucede que siempre nos presentan como alienados a los obreros, mientras que los intelectuales puros alardean de una perfecta conciencia de la realidad. Es otro de esos vuelcos espectaculares en los que las cosas aparecen al revés de como son en realidad. Como bien sabemos desde el viejo Feuerbach, la alienación es el imperio de la abstracción, un dominio en el que los especuladores se mueven como pez en el agua. Por el contrario, el marxismo es el análisis concreto de la situación concreta que hace imposible el dogmatismo. Cuando los académicos se mueven y no salen del terreno de las generalidades, es imposible reconocer ahí ninguna forma de marxismo por más que tengan a Marx en la punta de la lengua a cada paso. Pero su tarea es así de quijotesca: tienen que inventar fantasmas para poder enfrentarse a ellos, en lugar de enfrentarse con la realidad y cambiarla.
Es relativamente fácil comprobar no solamente que todas esas teorías son erróneas o que no son marxistas, sino que son antimarxistas y que la misma historia del marxismo es una lucha incansable contra todo ese tipo de concepciones que se reproducen a cada paso. También es fácil deducir que, frente a las ideologías abiertamente burguesas y reaccionarias, aquellas otras que parecen casi marxistas son mucho peores y que contra ellas hay que concentrar el fuego de la crítica porque los ataques más graves que hemos recibido provienen de nuestro mismo entorno. Hay que huir como de la peste del compadreo de que todo vale. Una larga experiencia demuestra que eso tiene poco recorrido y que ni siquiera es posible hablar de debate sino más bien de combate: contra ese tipo de concepciones también hay que levantar barricadas y tirar piedras. En todos los foros hay que mantener la coherencia con lo que hacemos en la calle; hay que dejar de ser tan educados.
Notas:
(1) Trotski: Ma vie, Gallimard, Paris, 1978, pg.396.
(2) «Dialéctica, materialismo y cientificismo», en ¡Libertad!, Buenos Aires, marzo de 2006; el artículo es un burdo ataque contra el marxismo y ha sido difundido en internet por Kaos en la Red.
(3) G.Lukacs: «¿Qué es el marxismo ortodoxo?», en Historia y conciencia de clase, Grijalbo, Barcelona, 1975.
(4) Antonio Labriola: Socialismo y filosofía, Alianza Editorial, Madrid, 1969, pg.45.
(5) «Marxisme ouvert contre marxisme scolastique», en Esprit, mayo-junio de 1948.
(6) Prólogo al tomo III de El Capital.
Lo de Rossineri NO ES un ataque burdo. Tampoco se refiere de forma negativa al marxismo, sólo cuenta una verdad…. el MATERIALISMO DIALÉCTICO no tiene NADA DE CIENTÍFICO.
Decir que lo es, significa negar la existencia de genes, de las leyes de la termodinámica, y tener un conocimiento absolutamente errado de lo que son las matemáticas.
¿Qué opinión tiene mpr21 de Sraffa? ¿Lamentable o sucesor digo de Ricardo? Me temo que lo primero pero me gustaría conocer la respuesta.