El antiguo ministro alemán de Asuntos Exteriores, Joschka Fischer, quiere “ayudar” a Zelensky. Es normal porque Alemania siempre ha sido el buen samaritano de Europa. A Berlín le gusta “ayudar” a los demás. Durante la guerra civil rusa ayudó a los zaristas a combatir la Revolución de Octubre y en 1941 repitió la experiencia. Es posible que crea que a la tercera va la vencida.
Hubo un tiempo en el que Fischer, que durante siete años dirigió la diplomacia del gobierno de Berlín, fue el político más famoso de Alemania como cabeza visible de los Verdes. Pero su trayectoria comenzó bastante antes, en los convulsos años sesenta, cuando todo el mundo, sobre todo los estudiantes, se colocaba etiquetas feroces en la solapa. Entonces Fischer se oponía la OTAN, defendía a la URSS y a los trabajadores… a su manera.
Pertenecía a Revolutionärer Kamp (Lucha Revolucioniaria), uno de aquellos grupos estrafalarios del momento. Un fotoperiodista le inmortalizó golpeando a un policía con una porra en una de las movilizaciones de entonces. En otro lugar del mundo, eso bastaría para acabar con la carrera política de cualquiera… excepto de Fischer.
Con el paso de los años, sus discursos se suavizaron y se convirtió en una pieza del engranaje. En 1985 el Parlamento de Wiesbaden le nombró ministro de Medio Ambiente y Energía. No obstante, el gran salto llegó cuando la socialdemocracia necesitó apoyos parlamentarios y, con sólo un 7 por cien de los votos, los Verdes fueron la mejor muleta.
Los Verdes, que hasta entonces se consideraban como un “partido antipartido”, eran como todos los demás. En 1998, en plena Guerra de los Balcanes, un “pacifista” como Fischer, opuesto a la OTAN, se convirtió en su contrario. El “partido antiguerra” era la expresión de las peores formas de guerra.
Por primera vez desde 1945, era posible oir a un dirigente alemán decir que había que sacar al ejército alemán de sus cuarteles para enviarlos a una Yugoslavia destrozada y troceada. Los alemanes volvían a los Balcanes, donde ya estuvieron con el III Reich. El “ecopacifista” decía que las tropas alemanas debían impedir un genocidio, el de los musulmanes, y lo que hicieron fue organizar otro.
La coartada de la OTAN no se sostenía: sus bombardeos mataron a más musulmanes que las milicias serbias.
En el Congreso del partido Verde en Bielefeld en 1999, le tiraron bolsas de pintura por enviar soldados alemanes a la Guerra de los Balcanes. En 2021 un comunista alemán, Gerd Schumann, publicó una biografía sobre su carrera política, titulada “¿Me quieren a mí o a sus sueños?”, concluyendo que Fischer era el típico político europeo al que habría que sentar ante un tribunal internacional por crímenes de guerra (*).
Al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores, Fischer abrió las puertas a los primeros ucranianos, que empezaron a llegar a Alemania por cientos de miles. Aún estaba en el Ministerio cuando en 2004 estalló la “revolución naranja”, un aperitivo de lo que diez años después, sería el Golpe de Estado de Maidán, la Guerra del Donbás y su posterior extensión a Ucrania.
Hoy en Europa están muy preocupados por eso que llaman “la extrema derecha”. Es una manera de no preocuparse por organizaciones como los Verdes o por políticos como Fischer que sí tienen una práctica política, que cargan sobre sus mochilas historias muy sucias y que no necesitan invocar a Hitler para hacer lo mismo que él cincuenta años después, tanto en Yugoslavia como en Ucrania.
Si realmente estás contra la guerra, no te fíes de los pacifistas como Fisher.
(*) https://www.amazon.de/gp/product/3360013743/ref=as_li_qf_asin_il_tl
Descubre más desde mpr21
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.