La Unión Europea se desprende de sus señas de identidad verdes

A mediados de diciembre la Comisión Europea anunció la eliminación de la prohibición de venta de coches con motor térmico, una de las medidas estelares del Pacto Verde, que sólo ha durado cinco años. A los verdes su desaparición les apena.

Era una de las señas de identidad de la Unión Europea y de Ursula von der Layen en particular, que había convertido a la Agenda 2030 en el emblema de su cargo. Pero los más afectados son los de la “izquierda domesticada”, que se lamentan: si lo que nos diferenciaba de la “extrema derecho” eran nuestras posiciones ambientales, ¿qué nos queda?

Lo realmente dramático no es el fin de unas políticas absolutamente descabelladas, que nunca se hubieran podido llevar a cabo, sino el fin de las subvenciones. Los diferentes movimientos verdes se van a quedar sin fondos y no tardarán en quedar marginados, lamiéndose sus heridas.

El Pacto Verde nunca fue otra cosa que una palanca de acumulacion de capital y un mecanismo para la competencia industrial en los mercados mundiales de cierto tipo de industrias y nuevas tecnologías, particularmente en energías renovables y vehículos eléctricos. Su objetivo central siempre fue estimular el beneficio privado.

Si aún se mantienen en vigor ciertos capítulos del Pacto Verde no es por motivos ambientales sino para hacer la competencia a China, que se ha apoderado de las tecnologías de transición energética.

Hoy lo que absorbe las energías de Europa es la carrera armamentista. Los países miembros de la Unión Europea y la OTAN se han comprometido a gastar el 5 por cien de su PIB en la guerra para 2035. Son 500.000 millones de euros más cada año para la guerra.

La mayoría de los países europeos recorta ahora masivamente el gasto público para redirigir recursos al complejo militar industrial. El caso de España demuestra que las cartas están encima de la mesa. El rearme no depende de los gobiernos nacionales, ni de los partidos de “derecha” o de “izquierda”, de votaciones, ni de parlamentos de ningún tipo.

Ni siquiera depende de los movimientos “verdes”, que han pasado del “ecopacifismo” al militarismo más desquiciado. El partido verde se fundó en Alemania en 1980 con un manifiesto en el que pedían la “disolución inmediata de los bloques militares, en particular la OTAN y el Pacto de Varsovia”. En plena Guerra Fría una de sus reivindicaciones era “el desmantelamiento de la industria armamentista alemana y su conversión a una producción pacífica”.

Desde la Guerra de Yugoslavia los Verdes son el partido de la guerra. Es lo que les llevó al gobierno de Berlín en 1998. En marzo apoyaron una enmienda constitucional para eliminar todas las restricciones presupuestarias al ejército y los servicios de inteligencia.

Sus planes ambientalistas fracasaron y no les va a dar tiempo para comprobar si sus planes militaristas triunfan, porque empiezan a ser un partido residual desde el punto de vista electoral. En Europa se han acabado las políticas verdes tanto como los políticos verdes.

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