La pertenencia al clan derivó en un amplio círculo que se les acabó llamando la beautiful people (gente guapa): o se pertenecía al clan de la Dehesilla o no se era nadie. La gente guapa acabó conformando una parte importante de la clase dirigente política y económica de nuestro país. Todo lo que hoy existe en cuanto a corrupción política y económica se generó en el magma de este clan y sus congéneres.
[…] Una parte del séquito del Generalísimo Franco, una vez acabada la contienda de la Guerra Civil, tuvieron la habilidad de separarse de los falangistas que fueron purgados y se situaron en la línea que mejor soplaba el viento. El asunto patriótico quedaba atrás. Lo que interesaba, en aquel trance, eran los asuntos de influencia al entorno del Ministerio de Comercio e Industria en un país que no había ni industria ni comercio al quedar totalmente arrasado por la contienda.
El estraperlo se convirtió en un negocio al carecer de todo. El mercado negro fue un formidable trapicheo que algunos movían al por menor y otros al por mayor acaparando el dinero que se ponía en circulación. Los próceres del régimen engordaron todo lo que se podía engordar. Aprovecharon la ocasión para desprenderse de sus sanguinarios compadres del campo de batalla que todavía pululaban por su entorno. Sólo los más espabilados, entre todos aquellos que se sentían legitimados para cobrar sus réditos por su participación entre los vencedores, pudieron entrar en la selecta flor y nata del poder franquista.
La tapia no deja de ver lo que hay detrás.
Los españoles se han empachado de tapia.
Con los años, la finca de La Dehesilla pegada a Oropesa, propiedad de Justino Azcarate, el prohombre republicano que luego fue senador, nombrado por el Rey Juan Carlos, su hija, Isabel Azcárate, se casó con Mariano Rubio y es en esa finca en la que se reunía la amplia familia que tomó el nombre de la finca.
La Dehesilla se convirtió en lugar de peregrinación de jóvenes cachorros que junto aquellos que rodeaban al general Franco acabaron formando un clan. Esta tropa había tejido, pieza a pieza, una red de puestos claves en la administración del Estado nombrados por el dedo de la influencia y el compadreo propio del régimen.
El clan, tenía en su postulado una idea fija, clara y diáfana: para acceder al dinero, al dinero a manos llenas, era preciso llegar al poder. Había llegado el tardofranquismo y sabían, de primera mano, que una vez sobrevenido el ocaso del Caudillo el tinglado, aunque estuviera atado y bien atado, no se aguantaría. Desde dentro se debían de encontrar alternativas de mantener asidas las riendas del poder.
Cuatro hombres están ya preparados para lanzarlos hacia la cima: Claudio Boada, Leopoldo Calvo Sotelo, José María López de Letona y Alberto Monreal Luque. Detrás de la empresa privada, sirviendo de seguro refugio y colchón para todos ellos, está Rafael del Pino. Estos personajes, más el citado Mariano Rubio, son el germen del clan.
Quienes peregrinaban a La Dehesilla todos los fines de semana y fiestas de guardar eran sus jóvenes cachorros que, impacientes, esperaban el relevo generacional del último franquismo y la primera transición. Un grupo minoritario pero selecto que contó, sobretodo en los primeros momentos, con el inestimable apoyo de patricios del régimen dictatorial que les impulsaron a puestos de responsabilidad.
No tardó el clan de La Dehesilla de encontrar un lugar preferente al Sol que más calienta. Pronto alguno de sus más distinguidos miembros se introdujeron en las filas de los incipientes partidos políticos. Estas formaciones fueron las rampas de lanzamiento desde donde aquellos jóvenes cachorros del régimen desarrollaron sus aspiraciones.
Aunque, más allá de los futuros posicionamientos políticos, en aquellos primerizos encuentros en La Dehesilla, todos los miembros del clan parecían cortados por el mismo patrón: todos eran moderadamente antifranquistas y se dedicaron con empeño al conspiracionismo de salón, lejos, de devaneos revolucionarios que pudieran poner en jaque sus prometedoras carreras profesionales. Incluso, los más aventajados no dudaron un segundo en jurar lealtad al Caudillo cuando dieron sus primeros pasos en el Ministerio de Comercio, el Instituto Nacional de Industria o el Banco de España.
Tras largas sobremesas en La Dehesilla, el clan decidía la toma de posiciones silenciosa mediante movimientos calculados, sigilosos, en la parte trasera del escenario de una España que estaba viviendo acaso el momento más decisivo de la historia reciente. Los principales orillamientos en cargos de gran responsabilidad de los más ilustres miembros del clan se producen en este par de años trascendentales, coincidiendo con la enfermedad y muerte del dictador y el Gobierno de Carlos Arias Navarro. Así, cuando el Rey le encarga a Adolfo Suárez el primer gobierno, los jóvenes del clan ya están en las rampas de lanzamiento idóneas desde las que dar el gran salto.
La red de influencias del clan, conforme sus miembros iban situándose, se incrementó hasta lo indecible. Habían llegado para quedarse. El clan no tenía una estructura de mando diáfana, quizás para no jugarse el pellejo, pero sin estar escrito todos los miembros estuvieron de acuerdo que el mando lo ostentara el cargo de mayor rango. Los que habían optado por la vía política quedaron al margen ya que su influencia estaba por ver. En la pugna quedaban los que se habían lanzado, decididamente, por el poder económico. Alberto Monreal Luque como titular de Hacienda es quien se lleva al ministerio a Mariano Rubio como director general de política financiera y a Francisco Fernández Ordóñez como secretario general técnico.
El clan prosperaba a base de relaciones. Monreal convenció al entonces gobernador del Banco de España, Luis Coronel de Palma, para que incorpore al Servicio de Estudios a Luis Ángel Rojo. En 1970, Claudio Boada se hizo cargo del Instituto Nacional de Industria (INI) le acompañaba José María Amusátegui, otro miembro del clan. José María López de Letona se hace con el ministerio de Industria.
Mariano Rubio, el artífice del clan de la Dehesilla
El clan fue estrechando lazos cada vez a un nivel más alto y fundiendo puestos clave en la Administración del Estado, el gobierno, y en la empresa privada. Rafael del Pino tenía la empresa adecuada para el manejo de intereses dinerarios, Ferrovial, donde Mariano Rubio acabó recalando como director financiero.
El clan no daba puntada sin hilo, un miembro arrastraba a otro. Así el recién creado Servicio de Estudios del INI se le adjudica a Miguel Boyer Salvador un compañero de conspiración en La Dehesilla. Los que luego pertenecerán a la llamada beautiful people tienen ya echadas sólidas raíces en el entramado financiero-empresarial español. Miguel Boyer casado con Isabel Preysler goza del favor de la prensa rosa y serán de los guapos los más guapos.
El puesto clave de la Administración del Estado, para estos ambiciosos truhanes, era el de gobernador del Banco de España. La presidencia de gobierno les quedaba a tiro de piedra. En 1981 un destacado miembro del clan, Leopoldo Calvo-Sotelo, es nombrado presidente del gobierno. Mientras tan sólo fueron expectativas de alcanzar el poder a los cachorros del clan ni se les ocurría mostrar ninguna discrepancia interna.
No ocurrió lo mismo cuando llegaron a presentir que el poder estaba al alcance de su mano. Los jóvenes cachorros del régimen, y miembros del clan, estaban en plenitud de su ambición al dejar de ser cachorros y como fieras adultas entraron en fase combativa al exacerbarse la rivalidad entre sus miembros más aguerridos. Todos se creían sobradamente preparados para comandar el reactor nuclear del clan: la jefatura del Servicio de Inspección del Banco de España, la cumbre de depredación del sistema.
En 1982, un año después de que Calvo-Sotelo ocupara la presidencia del país, Mariano Rubio fue quien alcanzó el preciado trofeo de gobernador del banco emisor, el clan había triunfado y el poder estaba asido. Una vez tomado el baluarte del Banco de España el clan cambió la estructura organizativa del Banco de España al suprimir el control de supervisión interna y pasar a una dependencia jerárquica exclusivamente del subgobernador. El campo estaba abonado y la semilla plantada, ahora solo hacia falta esperar para recoger la productiva cosecha.
Nadie se percató del peligro del clan
Los poderosos lobbies, que ya empezaban a funcionar a toda pastilla, introdujeron en el Gobierno la necesidad de colocar a los suyos en los puestos clave. Hay que reconocer que llegaban bien adiestrados y con el rasgo definitorio de una obsesión de ser el primero en todo y de obtener lo que se desea a través del esfuerzo y la persistencia.
Un argumento, mil veces machacado, que sus tutores se habían esforzado en trasladarles como una virtud, era la persecución obsesiva, del sentido de la posesión, la rivalidad, el rechazo de otros contrincantes, y todo un ritual sin limite de lo veo, lo quiero, lo tomo, se instalaron en los miembros del clan.
Donde el clan tuvo que picar piedra fue en el ámbito de la justicia; era el último eslabón que cerraba la cadena. El clan reclutaba jóvenes adeptos a los que prometía mecenazgo: “A ti, cuando te toque, te cuidaras de la Justicia” que encandilaba al más pintado. Los jóvenes adeptos se reclutaban por aquellos que ostentaban una posición privilegiada: daban clases en la Facultad de Derecho a la vez que ejercían de abogado.
Los estudiantes de los últimos cursos eran su ámbito de actuación, nunca faltaba una promesa para aquellos que manifestaban su inquietud en ser juez. Fuera de la Facultad se actuaba a más corto plazo, cuando a los juzgados de Madrid llegaba un nuevo juez, un miembro del clan se presentaba en el juzgado el primer día de trabajo y desinteresadamente, como no podía ser de otra manera, le ofrecía un piso céntrico y espacioso con un alquiler módico. Investigaba la situación personal de los jueces ya instalados y si tenían algún solar, local comercial o piso que no habitaran se presentaba muy interesado en adquirirlo. Siempre reproducía el mismo contrato de opción de compra, pagaba una cantidad, que dependía del interés en el juez, y en la fecha acordada no materializaba la opción. Se resolvía el contrato y el juez se quedaba con el dinero entregado. Unas inversiones a ciegas, pero en el fondo muy rentables. Así y todo, al clan le costó lo suyo.
Durante un largo decenio mágico, los atropellos cometidos por el Banco de España una vez que el clan se apoderó de su control no tenían parangón. Las tropelías cometidas estuvieron a la orden del día, siempre al rebufo de las quiebras bancarias, algunas reales y otras inventadas, con el fin de movilizar los cuantiosos fondos públicos bajo su control y desarmar a los accionistas, sobre todo los pequeños, de los bancos que tenían la fatalidad de que los señalaran con el dedo pulgar hacia abajo […]
Hasta entonces, el banco emisor había estado a cargo de abogados del Estado empapados de la filosofía del gris funcionario público. El clan lo cambió todo, introduciendo a sus miembros que desplazaron a la tradicional vieja guardia. La Corporación de Bancaria, que era la institución que congregaba a los bancos en activo y tenía la facultad de discrepar sobre la insolvencia asignada por el Banco de España a uno de sus miembros, quedó amordazada al horrorizarse de las prácticas con que Mariano Rubio y su lugarteniente Aristóbulo de Juan les podía atribuir una insolvencia y se quedaban sin banco.
Por aquella época llegaron al Banco de España miembros del clan que habían hecho carrera política y tenían los mejores contactos en el Congreso de los Diputados. El clan se convirtió en un monstruo de dos cabezas, la política y la económica. Con estas armas amedrentaban a quien se pusiera por delante y con una fuerte dosis de prepotencia se investían del prestigio de bestia negra de las familias tradicionales que controlaban la banca en el inmediato franquismo.
A la sombra de Mariano Rubio, y orbitando como satélite el puesto de subgobernador como jefe del reactor nuclear del clan. Siempre y para siempre era la cabeza económica que echaba más fuego por la nariz, y en definitiva la que ostentaba el mando.
Atraco al Banco de Valladolid
Los escarceos con pequeños bancos les dio tiempo a los miembros del clan a manejar con habilidad la maquinaria, probar la inhabilidad de la justicia, y el silencio de los políticos al practicar el infalible garrotazo de la inspección que dejaba tieso a quien se le pusiera por delante.
Con aura de santidad sus decisiones iban a misa por lo que elevaron el nivel de actuación dada la eficacia demostrada. Estaban preparados para jugar en primera división. El asalto, en toda regla, de uno de los diez primeros bancos del país: el Banco de Valladolid. Una perita en dulce por lo accesible del golpe de mano al disponer de un socio mayoritario con el 70 por ciento de las acciones y que al margen de la presidencia del banco también lo era de varias importantes empresas.
La perita en dulce se llamaba Domingo López Alonso. La historia de este personaje era extraordinaria al más puro estilo del hombre hecho a sí mismo. Acabada la Guerra Civil, España estaba en ruinas, todo estaba por hacer, y Domingo López Alonso con una mano delante y otra detrás trabajó con ahínco y acierto. En 1978 era el hombre más rico de España. Tenía empresas mineras, de transporte, de construcción, una impresionante flota pesquera, bodegas de vinos, financieras, compañías de seguros.
Pero su mal paso fue cuando adquirió el Banco de Valladolid, un pequeño banco de provincias que en sus manos llegó a codearse entre los más grandes del país.
La camarilla del clan, por sus hazañas anteriores ladrones de cuello blanco, no podían desperdiciar la ocasión de incrementar su pecunia hasta la estratosfera por lo que le echaron el ojo a la formidable fortuna de Domingo López Alonso.
La artimaña siempre era la misma, la habían repetido en más de una ocasión, pero nunca a tal magnitud. Un selecto número de funcionarios de la inspección del Banco de España reportaban a sus jefes imaginadas irregularidades. Estos inapelables informes de la inspección rápidamente se convertían en flagrante insolvencia. Era la palabra divina de estos truculentos informes con sus actas correspondientes firmadas y selladas por la inspección del Banco de España las que se santificaban con la verdad absoluta.
Una noche, a altas horas de la madrugada, en la mismísima sala de reuniones puerta con puerta con el despacho del Gobernador, la camarilla de ladrones de cuello blanco intimidó de tal manera a Domingo López Alonso amenazándole con la cárcel. Hasta que el buen hombre estalló. Enfadado les dijo: “Estoy seguro de la solvencia del banco, tanto es así que estoy dispuesto de avalar cualquier desequilibrio con mi fortuna personal”. Fue la mayor equivocación de una vida llena de aciertos.
Nunca pudo imaginar que en las mismas entrañas del Banco de España se pudiera perpetrar un atraco tan sutil del que después se dio cuenta. La camarilla de mangantes tardó tan solo unos minutos en ponerle encima de la mesa el documento de aval. Más tarde se percató que esos canallas ya lo tenían redactado. Domingo López Alonso no tuvo manera de poder
demostrar la solvencia de su banco del que tenía la mayoría de acciones.
Se apropiaron del Banco de Valladolid bendecido por una intervención en toda regla que a precio de risa lo había adquirido el Barclays en el papel estelar de perista. Todas las empresas de Domingo López Alonso fueron cayendo una a una. Los artífices del expolio fueron los miembros del clan de la Dehesilla que confabulados y actuando en manada de lobos, o mejor hienas, le robaron a Domingo López Alonso su fortuna […] El montante del atraco ascendió a más de 23.000 millones de las antiguas pesetas del año 1978. Una verdadera fortuna […]
El control de los medios de comunicación enterraron los robos del clan
De aquellos polvos vienen estos lodos. La confraternización entre la política y la banca tiene su origen en los años de expansión del clan de La Dehesilla, el trasiego de personajes entre la Administración del Estado y la presidencia de los bancos fue constante.
Así ocurrió, por ejemplo, cuando Miguel Boyer, el superministro económico, el zar de la política económica de Felipe González, cambió su silla en el ministerio de Hacienda, por el sillón del presidente del Banco Exterior, el más público de los privados. Francisco Fernández Ordóñez dejaba el Banco del Exterior y vuelve a la senda política como ministro de Asuntos Exteriores. Claudio Boada saltaba del Instituto Nacional de Industria a la presidencia del Banco Hispano, recién llegado arrastra tras de sí en el consejo de administración a Rafael del Pino.
La puerta giratoria no se detiene, a nadie tienen que dar explicaciones: los consejeros del Banesto, nombran a José María López de Letona vicepresidente consejero-delegado, nada menos que el segundo ejecutivo de la entidad, compartiendo el poder con don Pablo Garnica.
La relación sería larga. El abordaje de la Administración del Estado, la banca, el gobierno y el entramado económico-financiero quedó fusionado en pocas manos. La beautiful people se transformó en otra cosa, de ahí vino el asalto al Banesto de Mario Conde y la fusión del Banco Central Hispano (BCH) con el Banco Santander. José María Amusátegui, presidente del BCH podríamos decir que fue el último mohicano del clan, acabó forrado por abandonar la coopresidencia del Banco Santander y así dejar vía libre a Emilio Botín […]